Principio número 11:
Una mujer indecente es una
líder, un ejemplo para aquellas que se atrevan a seguirla.
Zac se sentía fatal por
cómo habían dejado las cosas Vanessa y él la noche anterior. No había sido su
intención que ella hiciera lo que hizo ni que él dijera lo dijo después. Pero
lo habían hecho y dicho, y no estaba seguro de cómo había perdido el control.
Le había costado un
esfuerzo supremo no impedir que se fuera y no arrastrarla a la cama. Pero sabía
que si no conseguían pasar tiempo juntos sin mantener relaciones sexuales, no
tendrían ninguna oportunidad.
De modo que, después de
otra noche horrible, se levantó temprano y fue a la vieja mansión de Ophelia, con
la esperanza de que Vanessa estuviera allí trabajando y así él pudiera
ofrecerle ayuda. Cuando vio su coche en el camino de entrada, suspiró aliviado.
Llamó a la puerta y un
momento después ella lo miró a través de la ventana del vestíbulo.
Él le ofreció
una sonrisa reconciliadora, pero ella no se la devolvió.
—¿Qué pasa? —le preguntó
secamente cuando le abrió la puerta.
—Siento lo de anoche —dijo
él—. No debía dejar que las cosas llegaran tan lejos.
—¿Quieres decir tan abajo?
Zac estaba decidido a no
reír, pero cuando ella lo hizo, no pudo evitarlo. Alzó las manos en un gesto de
paz.
—Hoy he venido para estar
a tus órdenes. Ponme a trabajar.
Ella lo miró con una ceja
arqueada, pero se apartó para dejarle paso.
—¿A mis órdenes? Ten
cuidado con lo que dices.
Zac entró y miró a su
alrededor. A través de la puerta del salón vio que los muebles habían sido
desplazados al centro de la estancia y cubiertos con lonas de plástico.
—Parece que has estado
ocupada.
—El tipo de la tienda de
pintura me dijo lo que tenía que hacer, pero no me atrevo ni a abrir una lata.
Y hay otras muchas cosas pendientes. Todo esto me sobrepasa.
—Tendremos que trazar un
plan de ataque y empezar por algún lado —examinó el viejo empapelado y las
alfombras roídas. La casa suponía todo un reto, pero era la oportunidad para
trabajar junto a Vanessa e intentar que cambiara de idea respecto a la
relación.
Ella suspiró y se encogió
de hombros.
—¿Y por dónde empezamos?
—Antes de pintar, tenemos
que quitar el empapelado y preparar las paredes del vestíbulo. Así podremos
pintarlo todo de una vez.
Vanessa asintió.
—Siempre he odiado estas
flores. Estaré encantado de quitarlas.
Zac fue a su coche y
volvió con una caja de herramientas. Cada uno tomó un raspador y empezaron a
trabajar.
Cinco minutos después,
habían encontrado otras cinco capas de empapelado debajo del primero. No
parecía muy probable que pudieran acabar en un día.
—¿Alguna vez habías hecho
esto? —preguntó Vanessa.
—Bueno, no es la primera
vez que retiro el empapelado de una pared, pero nunca me había costado tanto.
—Creo que sería mejor
vender la casa, después de todo.
—Sé que puede intimidar,
pero lo que tenemos que hacer es dividir el trabajo en pequeñas tareas e ir
completándolas una a una.
—Y mientras tanto, tengo
que ocuparme de mi negocio y pagar las facturas —dijo ella arrancando una tira
de medio metro.
—Cuando hayamos acabado,
tendrás una casa preciosa y un lugar perfecto para tu negocio. Y además habrás
preservado una parte de tu historia familiar.
—Sí, sí, sí. Qué fácil y
bonito es decirlo.
Siguieron trabajando en
silencio durante un rato, y Zac se dio cuenta de que desde que había llegado se
sentía rejuvenecido. Su cansancio había desaparecido gracias a Vanessa.
Nunca
había conocido a una mujer que tuviera un efecto tan fuerte en él. Tal vez
fuera su energía vital, o su atractivo, o sus ganas de divertirse. O todo eso a
la vez.
—Pareces pensativo —dijo
ella—. ¿Te preocupa algo?
Zac fingió estar
concentrado en retirar el empapelado. ¿Y si le decía hasta qué punto se sentía
atraído por ella? ¿Cómo reaccionaría Vanessa si le confesaba que era la mujer
más increíble que había conocido y que no podía permitirse perderla?
Seguramente tan sólo
consiguiera aterrorizarla.
Y quizá pudiera decirle al
mismo tiempo que le había mentido para tenerla cerca, que no había ninguna
Teoría de la Relatividad Sexual. Entonces sí que la ahuyentaría.
—Lo siento… Estaba
pensando en cosas de mi trabajo. Nada interesante.
—Tu trabajo me parece muy
interesante. No creas que me aburrirías con el tema. Me gustaría saber cómo
desarrollaste tu teoría sexual.
Oh, oh. ¿Acaso le había
leído la mente? No era ésa la conversación que quería tener.
—Tranquilo —dijo ella
sonriendo al verlo dudar—. Te prometo que no te echaré a patadas si me lo
cuentas. Tal vez me pasé un poco anoche.
—La teoría se me ocurrió
hace poco, cuando estaba viendo a una persona cuyo comportamiento la llevaba a
la autodestrucción —dijo, buscando una respuesta coherente.
No añadió que esa
persona era Vanessa.
—¿Una vieja novia?
—Algo así. Me hizo darme
cuenta de un patrón que había visto otras muchas veces.
—¿Puedes ser más
específico? Por ejemplo, ¿cómo demuestra tu teoría que el sexo sin compromiso
es perjudicial?
—La teoría sólo expone el
enunciado. Es nuestro comportamiento lo que la demuestra.
Ella lo miró con
escepticismo.
—Vamos a ver si lo
entiendo. Tú y yo tenemos una aventura sexual formidable… ¿y por culpa de eso
vamos a sufrir un daño irreparable?
—No, el sufrimiento viene
cuando ignoramos las emociones que acompañan al sexo. Sobre todo cuando uno
quiere ir más lejos y el otro no.
—Tal vez uno de nosotros
debería aprender a mantener una distancia emocional, ya que al otro parece que
se le da bien levantar una barrera psicológica.
Lo dijo en tono jocoso,
pero a Zac le dolió el comentario. ¿Sería cierto? ¿Estaría usando la psicología
para mantener a Vanessa a raya?
—Dejemos eso por ahora.
¿Qué tal si hablamos de tu trabajo? —propuso, esperando distraerla—. ¿Crees que
te lloverán los encargos cuando puedas celebrar fiestas aquí?
—Es posible. Si devolvemos
a este lugar su vieja gloria, la gente podrá usarlo para toda clase de
celebraciones, banquetes, incluso bodas.
—El salón de baile sería
genial para eso. ¿Para qué usaba tu tía esa sala?
—Para nada. Supongo que la
usarían mis antepasados, pero mi tía nunca celebró una fiesta lo bastante
grande como para necesitarla.
—Por lo menos no está
empapelada —dijo Zac, enfrascado con un trozo particularmente difícil de papel.
—Sí, es la sala que está
en mejor estado de la casa, puesto que apenas se usó.
—¿Esta casa perteneció
siempre a tu familia?
—No sé muchos detalles de
su historia. A Ophelia no le gustaba hablar del pasado, pero parece ser que la
construyeron mis bisabuelos.
A Zac empezaba a dolerle
el brazo, así que se cambió el raspador a la otra mano y se apoyó contra la
pared para tomar un respiro y ver trabajar a Vanessa.
Iba vestida con unos
pantalones de peto muy holgados y un top que se ceñía provocativamente a sus
pechos. Se había recogido el pelo en una cola de caballo y estaba preciosa con
su cara sin maquillar.
—No podría haber hecho
esto sola —dijo ella, deteniéndose un momento—. Gracias.
Zac sintió un tirón en el
pecho. En los ojos de Vanessa podía ver su futuro, o al menos el futuro que él
quería. Los dos juntos, no sólo como amantes o amigos, sino como algo más. Más
de lo que ella deseaba… y de lo que nunca desearía.
La pregunta era ¿cuánto
tiempo estaba él dispuesto a esperar?
Vanessa puso el cuenco de
ensalada de patata en la mesa de picnic y contempló el resto de la comida,
aliviada de no ver más ensalada de patata y sintiéndose un poco ridícula por
preocuparse de llevar la comida adecuada a la reunión familiar. El simple
movimiento de dejar el cuenco le recordó lo duro que había trabajado el día
anterior. Definidamente, necesitaba pasar más tiempo en el gimnasio.
Zac, en cambio, no parecía
haber estado trabajando en la casa como un esclavo. No había duda de que era un
trabajador nato.
Le había resultado
imposible enfadarse con él cuando lo vio en la puerta de casa de su tía,
vestido con ropa vieja y dispuesto a ayudar. Incluso la había asustado un poco
lo feliz que
se había puesto al verlo, a pesar de su negativa a acostarse con
ella.
De hecho, todo sobre sus
sentimientos hacia Zac le daba un poco de miedo. La conversación del día
anterior se repetía una y otra vez en su cabeza. Tenía que recordarse continuamente
que la teoría de Zac era una ridiculez y que, a pesar de las apariencias, no
estaban hechos el uno para el otro.
—Olvidé decirte que mi
familia puede ser muy curiosa —la avisó Zac—. Es posible que te hagan preguntas
muy personales.
Vanessa miró por encima
del hombro y vio que todos los adultos que había en el jardín los estaban
observando. Le gustaba ser el centro de atención, pero no así.
—¿Debería decirles que
sólo nos hemos acostado por un estudio científico?
—Diles lo que quieras,
pero recuerda que puedo vengarme si me dejas en mal lugar.
—Gracias por recordármelo.
Hasta la otra noche, no sabía que fueras tan vengativo.
—Estoy lleno de sorpresas
—dijo él.
Un niño pequeño y rubio
con un bigote azul se acercó corriendo.
—¡Tío Zac!
—Hola Jackson —Zac lo
levantó para darle un abrazo y volvió a dejarlo en la hierba—. Ésta es mi
amiga, la señorita Vanessa.
Vanessa lo saludó y
sonrió, y Jackson le devolvió la sonrisa.
—¿Es tu novia? Mamá dijo
que vais a casaros.
Vanessa miró a Zac con
ojos como platos, pero enseguida adoptó una expresión neutra.
—¿Hay algo que no me hayas
contado?
—Te avisé —dijo él
encogiéndose de hombros, y se volvió hacia Jackson—. Creo que tu mamá sólo
estaba bromeando.
—No, dijo que estabas loco
por una mujer.
Por primera vez, Vanessa
vio que Zac parecía avergonzado.
—Tendré que hablar con tu
madre.
—¿Puedes decirle que tiene
que comprarme un helicóptero nuevo con control remoto?
—Se lo diré.
—Oh, ¡aquí estáis!
—exclamó Delia saliendo por la puerta trasera. Abrazó a Zac y después a Vanessa—.
Cuánto me alegra que hayas podido venir.
—Estaba conociendo a
Jackson —dijo ella sonriendo.
—Sí —confirmó Zac—.
Nuestro sobrino nos estaba contando cierta conversación familiar.
Jackson vio a un pájaro
posado en el césped y salió corriendo a por él. Vanessa lo vio alejarse, miró a
los otros niños jugando y riendo en el jardín, y decidió que Zac era más
afortunado de lo que había pensado. Las familias con niños eran las más
dichosas.
Delia fue a separar a dos
crios que se peleaban por un camión de juguete, y Zac llevó a Vanessa a las
tumbonas.
—Te presentaría a todos,
pero sería como dejarte ante una manada de lobos. Dejaremos que sean ellos
quienes vengan a nosotros. Y, créeme, vendrán.
La pelea por el camión se
resolvió y Delia volvió junto a ellos.
—¿Dónde está Max? —le
preguntó Zac.
—Cuando se enteró de que
yo iba a venir al picnic, se fue a trabajar.
—Vaya. Parece que la
huelga no está funcionando como estaba previsto.
—Pues no —corroboró ella.
Se sentó en la tumbona de Zac y apoyó la cabeza en su hombro—. Lo cual es
perfecto, porque no quiero verlo más. ¿Le darás una paliza por mí?
—No creo que sirva de
mucho, pero lo haré de todos modos. Hablé con él la semana pasada, y no oyó ni
una palabra de lo que le dije, como de costumbre.
—En fin, acabaremos siendo
una de esas parejas de ancianos que duermen en camas separadas y que apenas se
hablan —dijo Delia con un suspiro.
Vanessa se compadeció,
pero al mismo tiempo vio el ejemplo perfecto de por qué ella no quería casarse.
Al final, incluso el más feliz de los matrimonios podía acabar mal.
—¿Quieres que traiga a mis
hijos para que los conozcas? —propuso Delia.
—Me encantaría.
Delia se marchó y Vanessa
se convenció aún más de que quería ayudar a su amiga.
—Quiero preparar una
fiesta para el vigésimo aniversario de boda de Delia y Max —le susurró a Zac.
—Una fiesta está muy bien,
pero no deberías entrometerte en sus problemas, sobre todo cuando ni siquiera
se hablan entre ellos.
—Ya he decidido que voy a
hacerlo. Por Delia. Pero necesito tu ayuda.
—Claro, siempre y cuando
me dejes correr con los gastos.
Vanessa no discutió, pues
ella no estaba pasando por su mejor momento económico.
—Pero antes tienen que
superar esta crisis —dijo, al tiempo que se le ocurría una brillante idea—. ¿Y
si los juntamos una noche y les hacemos ver el vídeo de su boda, si es que lo
tienen, o algún álbum de fotos? A lo mejor así recuerdan por qué se enamoraron.
—Me parece una idea
estupenda. Y creo que podré conseguir sus viejos álbumes de fotos y el vídeo de
su boda.
Delia salió de la casa
seguida por sus tres hijos. La menor, una preciosa niña rubia, era idéntica a
ella, y los dos adolescentes tenían los ojos azules de Max.
—Vanessa, te presento a
Tyler, Brianna y Katie —dijo Delia.
Vanessa sonrió y los
saludó, pero su mente estaba en otra parte. La había asaltado una espeluznante
cuestión: ¿cómo serían los hijos que pudiera tener con Zac?
El estómago se le revolvió
al pensar en esa posibilidad. Tenía que alejarse de Zac antes de acabar siendo
parte de su escandalosa y gran familia.
Antes de encontrarse a sí
misma en una vida que no deseaba en absoluto.
si ya esta pensando en como seran sus hijos y los de zac, sera ke en el fondo si desea esa vida ke dice ke no kiere XD XD
ResponderEliminarsi eske es tonta
se contradice ella misma XD
ya se dara cuenta de ke kiere algo mas de zac aparte de su cama XD
siguela pronto porfis!
ke me encanto el capi!
me rei mucho xD
bye!
kisses!