Principio número 12:
Una mujer indecente nunca
mira atrás. Aprende del pasado, pero mantiene la vista fija en el futuro.
Desde el picnic familiar,
Vanessa se mostraba extraña y distante, a pesar de que Zac y ella trabajaban
juntos casi a diario en las reformas de la casa. En las últimas semanas habían
conseguido pintar casi todas las habitaciones, restaurar los suelos de madera y
renovar la cocina y los cuartos de baño, mientras que en el exterior se había
reparado el tejado y los postes carcomidos del porche.
Habían hecho grandes
progresos en poco tiempo, y aun así Vanessa no parecía muy feliz.
Se habían pasado la mañana
dándole una última capa de pintura roja al salón de baile. Una tarea agotadora,
dadas las dimensiones del salón, pero el esfuerzo merecía la pena. Él nunca
habría elegido el rojo, pero Vanessa tuvo razón al pensar que sería el color
perfecto. Hacía más cálida y acogedora la enorme sala, y el brillo de las arañas
de cristal que colgaban del techo la hacían aún más íntima.
Pero Zac parecía más
satisfecho que Vanessa de que el trabajo más duro se hubiera acabado, y estaba
decidido a conseguir que se relajara… costase lo que costase.
Sumergió la brocha en la
pintura roja y observó la camiseta blanca y los shorts vaqueros de Vanessa.
Había que darles un poco de color.
Con un giro de muñeca, el
pecho y el muslo de Vanessa quedaron rociados de pintura.
—¿Por qué has hecho eso?
—le preguntó ella entre dientes. Eran las primeras palabras que le dirigía en
una hora.
—¿Porque me apetecía?
—dijo encogiéndose de hombros.
Vanessa miró el cubo de
pintura y la brocha seca que había al lado.
—Ni se te ocurra —le
advirtió él, sabiendo que iba a hacerlo.
Vanessa corrió a por la
brocha, pero él se interpuso en su camino y la tomó en brazos. Una vez que la
tuvo sujeta, agarró la brocha y le pintó una raya en la mejilla.
—Pagarás por esto
—masculló ella.
—¿Parezco asustado?
La soltó, y entonces ella
agarró el vaso de pintura que él había estado usando para pintar los bordes y
se lo arrojó. La pintura roja cubrió su camiseta y su brazo. Zac se echó a
reír, haciendo que Vanessa entornara los ojos como una gata a la defensiva.
Necesitaba relajarse más.
Zac volvió a mojar la brocha y a rociarle la camiseta.
—Creo que vas a tener que
quitártela.
—¿Ah, sí? No pienso
desnudarme a menos que tú también lo hagas —antes de que Zac pudiera detenerla,
le había vertido encima lo que quedaba de pintura—. Adelante. Desnúdate —le
ordenó. No parecía todo lo relajada que él esperaba.
—¿Qué te pasa, Vanessa?
¿Estás enfadada por algo?
—No, claro que no. Pero me
sabe mal que me estés ayudando y que no pueda pagarte.
¿Otra vez con eso? Ya
habían tenido antes esa conversación.
—Ya te dije que esto no es
trabajo para mí. Me divierte hacerlo. No aceptaría que me pagaras aunque
pudieras hacerlo.
Podía imaginar lo que le
pasaba a Vanessa. Se había creído demasiado las ideas de su tía, y ahora tenía
miedo del lazo que se había formado entre ellos. Pensaba que para ser feliz
tenía que permanecer soltera… Tal vez se estuviera enamorando de él, del mismo
modo que él se había enamorado de ella.
Sí, ésa era la inevitable
realidad: amaba a Vanessa, y no podía imaginar un futuro sin ella.
Aquella
verdad era tan emocionante como aterradora.
—Zac, creo que deberías
marcharte —la voz de Vanessa lo sacó de sus pensamientos.
Él se quitó los shorts y
se quedó en ropa interior.
—No puedo irme así —dijo,
cruzándose de brazos.
—¿No has traído ropa
limpia? —preguntó ella, mirándole los calzoncillos.
—No pensé que fueras a
tirarme un cubo de pintura.
—¿Tenías planeado esto?
—Sólo quería que te
relajaras un poco. Desde el picnic en casa de Jake pareces muy tensa. ¿Es por
mi familia? ¿Tan odiosos te resultaron?
—Por supuesto que no —respondió
ella, ruborizándose—. Y no estoy tensa.
Él se acercó y la rodeó
con los brazos.
—¿Estás furiosa porque no
nos hemos acostado en tres semanas?
—Si hubiera querido
acostarme contigo, lo habríamos hecho.
Él pensó en protestar,
pero sabía que ella tenía razón. No habría podido resistirse.
—Entonces, ¿por qué no
quisiste seguir poniendo a prueba mi teoría?
Ella lo miró unos momentos
sin responder.
—Porque temía hacerte
daño. Desde el principio te has tomado esto muy en serio.
—¿Significa eso que estás
de acuerdo conmigo? —preguntó, y sintió cómo se ponía tensa.
—¿Es eso lo que quieres
oír? Pues sí, Zac, tienes razón. El sexo sin compromisos es malo, muy malo. La
gente sufre, echan a perder sus vidas, bla, bla, bla.
—No, no es eso lo que
quiero oír.
Ella abrió la boca para
hablar, pero él se lo impidió con un suave beso en los labios. Quería creer que
no importaba que Vanessa no lo amase o que tuviera miedo de admitirlo.
Quería
creer que al final todo saldría bien, pero ya no estaba tan seguro.
Empezó a profundizar en el
beso al no notar resistencia, y al cabo de un minuto ella respondió con el
mismo entusiasmo. Zac tuvo una erección instantánea y deslizó las manos bajo la
camiseta para desabrocharle el sujetador. Con las manos llenas de pintura, le
masajeó los pechos, endureciéndole los pezones y haciéndola gemir.
Pero, de repente, sintió
cómo ella se ponía rígida.
—¿Qué pasa?
—No podemos hacer esto.
—Claro que podemos. Yo me
encargo de todo —para demostrárselo, le desabrochó los shorts y deslizó los
dedos bajo las braguitas.
Ella cerró los ojos y
suspiró, y él siguió acariciándola en la entrepierna y acabando con su
resistencia. Tiró de los shorts y de las braguitas hacia abajo y la presionó
contra el marco de la puerta, una de las pocas superficies que quedaban por
pintar. Estaba desesperado por poseerla allí mismo, pero también quería
demostrarle que conocía su cuerpo y que los dos podían conectar a la
perfección. Ella echó la cabeza hacia
atrás, preparada para recibirlo. Sin embargo, él siguió acariciándola con los
dedos, aumentando la velocidad. Vio cómo el placer suavizaba sus rasgos
mientras la llevaba hacia el clímax, y cuando supo que estaba a punto de llegar
la besó, acallando sus jadeos mientras ella se retorcía y sus músculos se
contraían y convulsionaban contra él.
La erección de Zac era tan
dolorosa que apenas podía mantenerse quieto, pero se mantuvo en el sitio,
sosteniendo a Vanessa, permitiendo que su olor y su calor lo volvieran loco de
deseo.
Tras unos minutos, ella lo
empujó en el pecho y lo miró a los ojos.
—Zac, me encanta nuestra
relación física, pero no quiero que te confundas…
—Calla —la interrumpió él,
poniéndole un dedo en los labios—. Lo entiendo.
—¿De verdad? —lo miró
dudosa, y él tuvo un mal presentimiento—. ¿Lo entiendes o sólo crees que si
sigues siendo el hombre perfecto yo acabaré enamorándome de ti?
Zac no pudo aguantar más.
Había sido más que paciente, y no estaba seguro de cuánto tiempo podría seguir
siéndolo. Tenía que irse de allí y calmarse.
—Será mejor que me vaya
—dijo al tiempo que se apartaba.
Ella recogió las braguitas
y los shorts del suelo y se los puso.
—Lo siento, Zac, pero…
—No tienes que pedir
disculpas —dijo él entre dientes.
Se dirigió hacia el
vestíbulo, seguido por Vanessa.
—Zac, nunca fue mi
intención que esto llegara tan lejos.
Tampoco lo había
pretendido él. Al menos, no cuando se acostó con ella la primera noche. Pero
ahora que se había enamorado de Vanessa, ir demasiado lejos era el menor de sus
problemas.
Vanessa cerró con cinta
adhesiva la última caja de material de oficina y la puso junto a la puerta para
que Finn la llevase al coche. Any Ocassion había cerrado oficialmente su local
en el Barrio Francés y volvería a abrir la próxima semana en la casa de su tía.
La asociación de vecinos y el ayuntamiento le habían dado permiso para montar
un negocio en el barrio más antiguo de la ciudad, y sólo quedaba instalar la
oficina.
Finn volvió del coche y
puso una mueca cuando vio la última caja.
—¿Eso es todo?
—Absolutamente todo
—respondió ella, mirando alrededor por última vez para asegurarse de que el
local quedaba listo para la inspección del nuevo propietario.
Mientras Finn llevaba la
caja al coche, su teléfono móvil empezó a sonar. Era Rebecca.
—¡Buenas noticias, Vane!
¿Podemos vernos en la tienda de novias ahora mismo?
—Eh… Tengo que ir a
instalar la nueva oficina con Finn.
—¿Crees que le importaría
trabajar solo por un rato?
—No lo sé. ¿Por qué?
—preguntó Vanessa, insegura de querer oír la respuesta.
—¡Hemos adelantado la
fecha de la boda! —gritó Rebecca.
Vanessa no la había oído
tan excitada desde que descubrió los martinis de manzana.
—¿Para cuándo? —preguntó,
sintiendo que se le hacía un nudo en el estómago.
—No me odies. Queremos que
sea a finales de octubre, dentro de cuatro semanas. ¿Crees que es posible?
Finn volvió a entrar y vio
su expresión de pánico, pero ella le hizo un gesto con la mano para que
esperara.
—Todo es posible —se
obligó a hablar en tono ligero—. Pero no tendrás tiempo para preocuparte por
los detalles… ni para ser quisquillosa con las flores o el vestido.
—Eso no me importa
—aseguró Rebecca—. Pero por eso quiero que nos veamos ahora, para que podamos
elegir ya los vestidos.
Vanessa miró su reloj.
—Puedo estar ahí dentro de
una hora, cuando haya inspeccionado el local con el nuevo propietario.
—¡Perfecto! Yo iré antes
para ir viendo cosas, así que no te preocupes si te retrasas.
Vanessa colgó y metió el
móvil en el bolso. Finn la miraba impaciente.
—Era Rebecca. Tengo que ir
a ayudarla a elegir los vestidos para su boda.
—¿Te vas y vuelves a
dejarme con el trabajo sucio?
—Lo siento. Pero si no voy
es capaz de comprar todos los vestidos de la tienda.
—Entonces será mejor que
vayas, si no quieres marchar por el pasillo de la iglesia vestida de rosa con
plumas y un lazo enorme en el trasero.
—Eso me temo.
El nuevo propietario del
local llegó, y la inspección se realizó sin problemas. Vanessa le entregó las
llaves sin sentir el menor pesar. No echaría de menos aquel tugurio, tan
entusiasmada como estaba por abrir el negocio en casa de su tía.
Quince minutos después,
estaba metiéndose en el probador de la tienda de novias con Rebecca. Finn se había
ido a llevar las cajas con Zac, quien la noche anterior había llamado para
decir que iría a ayudar. Vanessa aún se sentía incómoda por lo del otro día,
pero al verlo aparecer, tan guapo y perfecto, estuvo a punto de cancelar su
cita con
Rebecca. Por suerte para ambos, pudo contenerse.
—Bueno, ¿por qué esa
repentina prisa por casarse? —le preguntó a Rebecca en el probador—. Por favor,
dime que no estás embarazada.
—Pues claro que no —dijo
su amiga riendo—. Simplemente, no podemos aguantar más esta relación a
distancia.
Mientras hablaba se
desnudó y se probó el primer vestido, uno largo y blanco con flecos que a
Vanessa le recordó a las chicas atrevidas de los años veinte.
—¿Y qué va a hacer Alee?
—le preguntó, subiéndole la cremallera—. ¿Va a hacer las maletas y venirse a
Nueva Orleáns?
—Sí, es una suerte que sea
periodista autónomo. Así no tiene que preocuparse por cambiar de trabajo.
—Sí, es genial —dijo
Vanessa no muy convencida.
Rebecca se dio la vuelta y
se miró en el espejo.
—Más te vale tener una opinión
favorable si no quieres que elija para ti el vestido de dama de honor más
horrible que pueda encontrar.
—Siempre he querido ser
una chica atrevida de los años veinte. Creo que deberías quedarte con éste; así
yo podré comprarme uno a juego de color rojo.
—Oooh… me gusta la idea
—dijo Rebecca—. ¡Ya está!
—¿Qué?
—Haremos una boda estilo
años veinte. Será genial.
—Si sigues haciendo planes
a esta velocidad, tendremos que organizar la boda para la semana que viene.
—No me tientes —dijo
Rebecca viéndose desde todos los ángulos, mientras Vanessa buscaba entre los
vestidos de dama de honor para ver si había alguno propio de los años veinte—.
No veo que haya ninguno a juego con éste.
—Finn conoce a un modisto
fabuloso. Quizá podamos contratarlo para que nos diseñe los vestidos que
queremos.
Rebecca la miró como si
hubiera perdido el juicio.
—¿Quieres contratar a un
modisto para que diseñe el vestido de mi dama de honor?
—Diseña los trajes de las
drag queens. Para esta gente no debe de ser muy fácil encontrar vestidos
femeninos de su talla.
—¿Crees que estaría
dispuesto?
—Creo que Finn podría
convencerlo. He oído que tiene métodos muy persuasivos.
—Finn es increíble…
Siempre he pensado que es una lástima que sea gay.
—Sí, bueno, pero ahora
tienes a tu propio hombre, así que no te preocupes por Finn.
Sacó el calendario de su
bolso para anotar la cita con el modisto y comprobar su agenda para la próxima
semana.
—Podemos vernos el
miércoles para ir a la floristería. Necesitaré tiempo para buscar los adornos
de los años veinte.
Rebecca estaba admirándose
otra vez en el espejo, encantada con el vestido.
—Muy bien —se volvió hacia
Vaneessa—. No sabes cuánto te agradezco que me ayudes con la boda. Sin ti
estaría perdida.
—Para eso están las
amigas.
—Sí, pero sé que no apruebas
que me case tan pronto, y aun así me has ayudado sin criticarme.
—¡Pues claro que lo
apruebo! —mintió Vanessa, sintiéndose ridícula por decirlo.
Rebecca la miró con
incredulidad, pero no dijo nada.
—Es sólo que siento un
poco de lástima por mí misma, nada más.
—¿Sigues preocupada por
salir a divertirse sola? —le preguntó Rebecca.
—No, tengo a Finn. Él aún
no se ha casado.
Su amiga la miró con
tristeza por un momento.
—Y puede llevarte a los
mejores clubes nocturnos para gays.
—Sí, por eso quiero
permanecer soltera. Por los clubes gays.
—Sabes a lo que me
refiero. A veces apetece bailar sin estar rodeada por una bandada de buitres.
En eso su amiga tenía
razón, pensó Vanessa.
—¿Y qué pasa con Zac?
¿Seguís en la fase de diversión o ya es algo serio?
—Me está ayudando a
reformar la casa, eso es todo —dijo, y a punto estuvo de ruborizarse al
recordar las reformas del último fin de semana.
—Oh, vamos, no esperarás
que me lo crea. Los hombres no prestan su ayuda a menos que quieran recibir
algo a cambio.
—Él no es así.
—Todos son así —replicó
Rebecca.
—Zac es distinto —insistió
Vanessa. Era más desconcertante que ningún otro y la volvía loca con sus
teorías sobre el daño emocional. Pero era el hombre más agradable que había
conocido.
—Si tú lo dices… Supongo
que no podré convencerte de que haya una boda doble o algo por el estilo.
—¿Me prometes que seguirás
saliendo conmigo de vez en cuando? ¿Incluso cuando lleves casada mucho tiempo?
Rebecca sonrió y le dio un
abrazo.
—Hasta que seamos ancianas
con bastón, nena.
¿Hasta que fueran ancianas
con bastón? ¿Acaso quería salir a divertirse incluso cuando llevara zapatos
ortopédicos?
No, por primera vez se dio
cuenta de que no quería.
ay vanessa
ResponderEliminarke tonta eres XD
aun no admite ke tb se a enamorado de zac!!!!
si eso lo sabe todo el mundo menos ella XD
y para la boda de rebeca aun kedan 4 semanas
asi ke puede ser ke si sea una boda doble XDXD
me encanto este capi
sobretodo la escena de la casa
ke por fin intimaron un poco XD
siguela pronto!
bye!
kisses!