miércoles, 27 de junio de 2012

Capitulo 12.


Principio número 12:
Una mujer indecente nunca mira atrás. Aprende del pasado, pero mantiene la vista fija en el futuro.

Desde el picnic familiar, Vanessa se mostraba extraña y distante, a pesar de que Zac y ella trabajaban juntos casi a diario en las reformas de la casa. En las últimas semanas habían conseguido pintar casi todas las habitaciones, restaurar los suelos de madera y renovar la cocina y los cuartos de baño, mientras que en el exterior se había reparado el tejado y los postes carcomidos del porche.

Habían hecho grandes progresos en poco tiempo, y aun así Vanessa no parecía muy feliz.
Se habían pasado la mañana dándole una última capa de pintura roja al salón de baile. Una tarea agotadora, dadas las dimensiones del salón, pero el esfuerzo merecía la pena. Él nunca habría elegido el rojo, pero Vanessa tuvo razón al pensar que sería el color perfecto. Hacía más cálida y acogedora la enorme sala, y el brillo de las arañas de cristal que colgaban del techo la hacían aún más íntima.

Pero Zac parecía más satisfecho que Vanessa de que el trabajo más duro se hubiera acabado, y estaba decidido a conseguir que se relajara… costase lo que costase.

Sumergió la brocha en la pintura roja y observó la camiseta blanca y los shorts vaqueros de Vanessa. Había que darles un poco de color.

Con un giro de muñeca, el pecho y el muslo de Vanessa quedaron rociados de pintura.

—¿Por qué has hecho eso? —le preguntó ella entre dientes. Eran las primeras palabras que le dirigía en una hora.

—¿Porque me apetecía? —dijo encogiéndose de hombros.

Vanessa miró el cubo de pintura y la brocha seca que había al lado.

—Ni se te ocurra —le advirtió él, sabiendo que iba a hacerlo.

Vanessa corrió a por la brocha, pero él se interpuso en su camino y la tomó en brazos. Una vez que la tuvo sujeta, agarró la brocha y le pintó una raya en la mejilla.

—Pagarás por esto —masculló ella.

—¿Parezco asustado?

La soltó, y entonces ella agarró el vaso de pintura que él había estado usando para pintar los bordes y se lo arrojó. La pintura roja cubrió su camiseta y su brazo. Zac se echó a reír, haciendo que Vanessa entornara los ojos como una gata a la defensiva.

Necesitaba relajarse más. Zac volvió a mojar la brocha y a rociarle la camiseta.

—Creo que vas a tener que quitártela.

—¿Ah, sí? No pienso desnudarme a menos que tú también lo hagas —antes de que Zac pudiera detenerla, le había vertido encima lo que quedaba de pintura—. Adelante. Desnúdate —le ordenó. No parecía todo lo relajada que él esperaba.

—¿Qué te pasa, Vanessa? ¿Estás enfadada por algo?

—No, claro que no. Pero me sabe mal que me estés ayudando y que no pueda pagarte.
¿Otra vez con eso? Ya habían tenido antes esa conversación.

—Ya te dije que esto no es trabajo para mí. Me divierte hacerlo. No aceptaría que me pagaras aunque pudieras hacerlo.

Podía imaginar lo que le pasaba a Vanessa. Se había creído demasiado las ideas de su tía, y ahora tenía miedo del lazo que se había formado entre ellos. Pensaba que para ser feliz tenía que permanecer soltera… Tal vez se estuviera enamorando de él, del mismo modo que él se había enamorado de ella.

Sí, ésa era la inevitable realidad: amaba a Vanessa, y no podía imaginar un futuro sin ella. 
Aquella verdad era tan emocionante como aterradora.

—Zac, creo que deberías marcharte —la voz de Vanessa lo sacó de sus pensamientos.

Él se quitó los shorts y se quedó en ropa interior.

—No puedo irme así —dijo, cruzándose de brazos.

—¿No has traído ropa limpia? —preguntó ella, mirándole los calzoncillos.

—No pensé que fueras a tirarme un cubo de pintura.

—¿Tenías planeado esto?

—Sólo quería que te relajaras un poco. Desde el picnic en casa de Jake pareces muy tensa. ¿Es por mi familia? ¿Tan odiosos te resultaron?

—Por supuesto que no —respondió ella, ruborizándose—. Y no estoy tensa.

Él se acercó y la rodeó con los brazos.

—¿Estás furiosa porque no nos hemos acostado en tres semanas?

—Si hubiera querido acostarme contigo, lo habríamos hecho.

Él pensó en protestar, pero sabía que ella tenía razón. No habría podido resistirse.

—Entonces, ¿por qué no quisiste seguir poniendo a prueba mi teoría?

Ella lo miró unos momentos sin responder.

—Porque temía hacerte daño. Desde el principio te has tomado esto muy en serio.

—¿Significa eso que estás de acuerdo conmigo? —preguntó, y sintió cómo se ponía tensa.

—¿Es eso lo que quieres oír? Pues sí, Zac, tienes razón. El sexo sin compromisos es malo, muy malo. La gente sufre, echan a perder sus vidas, bla, bla, bla.

—No, no es eso lo que quiero oír.

Ella abrió la boca para hablar, pero él se lo impidió con un suave beso en los labios. Quería creer que no importaba que Vanessa no lo amase o que tuviera miedo de admitirlo. 
Quería creer que al final todo saldría bien, pero ya no estaba tan seguro.
Empezó a profundizar en el beso al no notar resistencia, y al cabo de un minuto ella respondió con el mismo entusiasmo. Zac tuvo una erección instantánea y deslizó las manos bajo la camiseta para desabrocharle el sujetador. Con las manos llenas de pintura, le masajeó los pechos, endureciéndole los pezones y haciéndola gemir.

Pero, de repente, sintió cómo ella se ponía rígida.

—¿Qué pasa?

—No podemos hacer esto.

—Claro que podemos. Yo me encargo de todo —para demostrárselo, le desabrochó los shorts y deslizó los dedos bajo las braguitas.

Ella cerró los ojos y suspiró, y él siguió acariciándola en la entrepierna y acabando con su resistencia. Tiró de los shorts y de las braguitas hacia abajo y la presionó contra el marco de la puerta, una de las pocas superficies que quedaban por pintar. Estaba desesperado por poseerla allí mismo, pero también quería demostrarle que conocía su cuerpo y que los dos podían conectar a la perfección. Ella echó la cabeza hacia atrás, preparada para recibirlo. Sin embargo, él siguió acariciándola con los dedos, aumentando la velocidad. Vio cómo el placer suavizaba sus rasgos mientras la llevaba hacia el clímax, y cuando supo que estaba a punto de llegar la besó, acallando sus jadeos mientras ella se retorcía y sus músculos se contraían y convulsionaban contra él.

La erección de Zac era tan dolorosa que apenas podía mantenerse quieto, pero se mantuvo en el sitio, sosteniendo a Vanessa, permitiendo que su olor y su calor lo volvieran loco de deseo.

Tras unos minutos, ella lo empujó en el pecho y lo miró a los ojos.

—Zac, me encanta nuestra relación física, pero no quiero que te confundas…

—Calla —la interrumpió él, poniéndole un dedo en los labios—. Lo entiendo.

—¿De verdad? —lo miró dudosa, y él tuvo un mal presentimiento—. ¿Lo entiendes o sólo crees que si sigues siendo el hombre perfecto yo acabaré enamorándome de ti?

Zac no pudo aguantar más. Había sido más que paciente, y no estaba seguro de cuánto tiempo podría seguir siéndolo. Tenía que irse de allí y calmarse.

—Será mejor que me vaya —dijo al tiempo que se apartaba.

Ella recogió las braguitas y los shorts del suelo y se los puso.

—Lo siento, Zac, pero…

—No tienes que pedir disculpas —dijo él entre dientes.

Se dirigió hacia el vestíbulo, seguido por Vanessa.

—Zac, nunca fue mi intención que esto llegara tan lejos.

Tampoco lo había pretendido él. Al menos, no cuando se acostó con ella la primera noche. Pero ahora que se había enamorado de Vanessa, ir demasiado lejos era el menor de sus problemas.

Vanessa cerró con cinta adhesiva la última caja de material de oficina y la puso junto a la puerta para que Finn la llevase al coche. Any Ocassion había cerrado oficialmente su local en el Barrio Francés y volvería a abrir la próxima semana en la casa de su tía. La asociación de vecinos y el ayuntamiento le habían dado permiso para montar un negocio en el barrio más antiguo de la ciudad, y sólo quedaba instalar la oficina.

Finn volvió del coche y puso una mueca cuando vio la última caja.

—¿Eso es todo?

—Absolutamente todo —respondió ella, mirando alrededor por última vez para asegurarse de que el local quedaba listo para la inspección del nuevo propietario.

Mientras Finn llevaba la caja al coche, su teléfono móvil empezó a sonar. Era Rebecca.

—¡Buenas noticias, Vane! ¿Podemos vernos en la tienda de novias ahora mismo?

—Eh… Tengo que ir a instalar la nueva oficina con Finn.

—¿Crees que le importaría trabajar solo por un rato?

—No lo sé. ¿Por qué? —preguntó Vanessa, insegura de querer oír la respuesta.

—¡Hemos adelantado la fecha de la boda! —gritó Rebecca.

Vanessa no la había oído tan excitada desde que descubrió los martinis de manzana.

—¿Para cuándo? —preguntó, sintiendo que se le hacía un nudo en el estómago.

—No me odies. Queremos que sea a finales de octubre, dentro de cuatro semanas. ¿Crees que es posible?

Finn volvió a entrar y vio su expresión de pánico, pero ella le hizo un gesto con la mano para que esperara.

—Todo es posible —se obligó a hablar en tono ligero—. Pero no tendrás tiempo para preocuparte por los detalles… ni para ser quisquillosa con las flores o el vestido.

—Eso no me importa —aseguró Rebecca—. Pero por eso quiero que nos veamos ahora, para que podamos elegir ya los vestidos.

Vanessa miró su reloj.

—Puedo estar ahí dentro de una hora, cuando haya inspeccionado el local con el nuevo propietario.

—¡Perfecto! Yo iré antes para ir viendo cosas, así que no te preocupes si te retrasas.

Vanessa colgó y metió el móvil en el bolso. Finn la miraba impaciente.

—Era Rebecca. Tengo que ir a ayudarla a elegir los vestidos para su boda.

—¿Te vas y vuelves a dejarme con el trabajo sucio?

—Lo siento. Pero si no voy es capaz de comprar todos los vestidos de la tienda.

—Entonces será mejor que vayas, si no quieres marchar por el pasillo de la iglesia vestida de rosa con plumas y un lazo enorme en el trasero.

—Eso me temo.

El nuevo propietario del local llegó, y la inspección se realizó sin problemas. Vanessa le entregó las llaves sin sentir el menor pesar. No echaría de menos aquel tugurio, tan entusiasmada como estaba por abrir el negocio en casa de su tía.

Quince minutos después, estaba metiéndose en el probador de la tienda de novias con Rebecca. Finn se había ido a llevar las cajas con Zac, quien la noche anterior había llamado para decir que iría a ayudar. Vanessa aún se sentía incómoda por lo del otro día, pero al verlo aparecer, tan guapo y perfecto, estuvo a punto de cancelar su cita con 
Rebecca. Por suerte para ambos, pudo contenerse.

—Bueno, ¿por qué esa repentina prisa por casarse? —le preguntó a Rebecca en el probador—. Por favor, dime que no estás embarazada.

—Pues claro que no —dijo su amiga riendo—. Simplemente, no podemos aguantar más esta relación a distancia.

Mientras hablaba se desnudó y se probó el primer vestido, uno largo y blanco con flecos que a Vanessa le recordó a las chicas atrevidas de los años veinte.

—¿Y qué va a hacer Alee? —le preguntó, subiéndole la cremallera—. ¿Va a hacer las maletas y venirse a Nueva Orleáns?

—Sí, es una suerte que sea periodista autónomo. Así no tiene que preocuparse por cambiar de trabajo.

—Sí, es genial —dijo Vanessa no muy convencida.

Rebecca se dio la vuelta y se miró en el espejo.

—Más te vale tener una opinión favorable si no quieres que elija para ti el vestido de dama de honor más horrible que pueda encontrar.

—Siempre he querido ser una chica atrevida de los años veinte. Creo que deberías quedarte con éste; así yo podré comprarme uno a juego de color rojo.

—Oooh… me gusta la idea —dijo Rebecca—. ¡Ya está!

—¿Qué?

—Haremos una boda estilo años veinte. Será genial.

—Si sigues haciendo planes a esta velocidad, tendremos que organizar la boda para la semana que viene.

—No me tientes —dijo Rebecca viéndose desde todos los ángulos, mientras Vanessa buscaba entre los vestidos de dama de honor para ver si había alguno propio de los años veinte—. No veo que haya ninguno a juego con éste.

—Finn conoce a un modisto fabuloso. Quizá podamos contratarlo para que nos diseñe los vestidos que queremos.

Rebecca la miró como si hubiera perdido el juicio.

—¿Quieres contratar a un modisto para que diseñe el vestido de mi dama de honor?

—Diseña los trajes de las drag queens. Para esta gente no debe de ser muy fácil encontrar vestidos femeninos de su talla.

—¿Crees que estaría dispuesto?

—Creo que Finn podría convencerlo. He oído que tiene métodos muy persuasivos.

—Finn es increíble… Siempre he pensado que es una lástima que sea gay.

—Sí, bueno, pero ahora tienes a tu propio hombre, así que no te preocupes por Finn.

Sacó el calendario de su bolso para anotar la cita con el modisto y comprobar su agenda para la próxima semana.

—Podemos vernos el miércoles para ir a la floristería. Necesitaré tiempo para buscar los adornos de los años veinte.

Rebecca estaba admirándose otra vez en el espejo, encantada con el vestido.

—Muy bien —se volvió hacia Vaneessa—. No sabes cuánto te agradezco que me ayudes con la boda. Sin ti estaría perdida.

—Para eso están las amigas.

—Sí, pero sé que no apruebas que me case tan pronto, y aun así me has ayudado sin criticarme.

—¡Pues claro que lo apruebo! —mintió Vanessa, sintiéndose ridícula por decirlo.

Rebecca la miró con incredulidad, pero no dijo nada.

—Es sólo que siento un poco de lástima por mí misma, nada más.

—¿Sigues preocupada por salir a divertirse sola? —le preguntó Rebecca.

—No, tengo a Finn. Él aún no se ha casado.

Su amiga la miró con tristeza por un momento.

—Y puede llevarte a los mejores clubes nocturnos para gays.

—Sí, por eso quiero permanecer soltera. Por los clubes gays.

—Sabes a lo que me refiero. A veces apetece bailar sin estar rodeada por una bandada de buitres.

En eso su amiga tenía razón, pensó Vanessa.

—¿Y qué pasa con Zac? ¿Seguís en la fase de diversión o ya es algo serio?

—Me está ayudando a reformar la casa, eso es todo —dijo, y a punto estuvo de ruborizarse al recordar las reformas del último fin de semana.

—Oh, vamos, no esperarás que me lo crea. Los hombres no prestan su ayuda a menos que quieran recibir algo a cambio.

—Él no es así.

—Todos son así —replicó Rebecca.

—Zac es distinto —insistió Vanessa. Era más desconcertante que ningún otro y la volvía loca con sus teorías sobre el daño emocional. Pero era el hombre más agradable que había conocido.

—Si tú lo dices… Supongo que no podré convencerte de que haya una boda doble o algo por el estilo.

—¿Me prometes que seguirás saliendo conmigo de vez en cuando? ¿Incluso cuando lleves casada mucho tiempo?

Rebecca sonrió y le dio un abrazo.

—Hasta que seamos ancianas con bastón, nena.

¿Hasta que fueran ancianas con bastón? ¿Acaso quería salir a divertirse incluso cuando llevara zapatos ortopédicos?

No, por primera vez se dio cuenta de que no quería.

Pero, de algún modo, y sin intentarlo, había conseguido convencer a todo el mundo de que sí quería.

1 comentario:

  1. ay vanessa
    ke tonta eres XD
    aun no admite ke tb se a enamorado de zac!!!!
    si eso lo sabe todo el mundo menos ella XD
    y para la boda de rebeca aun kedan 4 semanas
    asi ke puede ser ke si sea una boda doble XDXD
    me encanto este capi
    sobretodo la escena de la casa
    ke por fin intimaron un poco XD
    siguela pronto!
    bye!
    kisses!

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