domingo, 18 de marzo de 2012

Capitulo 7.

Principio número 7:
Una mujer indecente conoce la diferencia entre el deseo y el amor y nunca confunde los dos, pues sabe las ventajas e inconvenientes de ambos.


Vanessa se pasó la mañana del sábado preparando la fiesta de Audrey, recogiendo la tarta de la pastelería y decorando su apartamento, pero su cabeza estaba en otra parte.

Por un lado, estaban los recuerdos eróticos de la noche anterior en el jardín. Sus fantasías adolescentes no eran nada comparadas con lo que había vivido con Zac. Apenas había podido pegar ojo. Lo deseaba desesperadamente en su cama.

Por otro lado, estaba el estrés que le provocaba la decisión de quedarse con la casa, el único problema que conseguía apartar sus pensamientos de Zac.

Tenía la incómoda sensación de estar aprovechándose de él para divertirse. Desde luego, nadie mejor que Zac para aliviarla de las preocupaciones. Lo malo era que debía andarse con mucho cuidado para no hacerlo sufrir.

Una vez que terminó de decorar su apartamento, lleno de globos, serpentinas y ositos con flores, salió a almorzar con Rebecca llevándose unos cuantos catálogos de boda.

En el restaurante, situado a escasas manzanas de su apartamento, vio a Rebecca en una mesa para dos junto a la ventana. Su amiga tenía un aspecto radiante, y no precisamente por el sol de Cancún.

—Parece que te has divertido mucho —le dijo sentándose frente a ella.
Rebecca esbozó una deslumbrante sonrisa.

—Me muero de impaciencia porque conozcas a Alee. Vendrá de California dentro de dos semanas —sacó un sobre de debajo de la mesa—. ¡He traído fotos!

Vanessa miró a su alrededor, intentando disimular el disgusto que le producía ver al hombre que le había robado a su última amiga soltera.

—Mejor las vemos después de pedir la comida —dijo, y la expresión de Rebecca cambió al instante.

—¿Qué te pasa Vane? Estabas muy rara cuando hablamos por teléfono la última vez.
Vanessa se mordió el labio y fingió leer el menú.

—Y además sabes que vas a tomar langostinos —siguió Rebecca—. ¿Por qué finges que te interesa el menú?

Maldición. Nunca se le había dado bien ocultar sus sentimientos con Rebecca. Dejó el menú e intentó no parecer demasiado culpable.

—Está bien, lo admito, estoy un poco conmocionada por tu repentino compromiso.

—¿Un poco?

—Vale, ha sido un golpe muy duro.

—Ya sé que ha sido muy repentino, ¡pero estoy tan feliz! ¿No te alegras por eso?

—Oh, claro que sí. Me hace sentirme como un sapo.

—Es por ti, ¿verdad?

Rebecca tenía el don de dar siempre en el clavo.

—Eso lo dices tú, no yo —respondió con una sonrisa.

—¿Temes que no vaya a tener tiempo para ti?

—Puede —respondió Vanessa encogiéndose de hombros.

—Siempre tendré tiempo para ti, así que deja de preocuparte.

—¿De verdad? ¿Y qué pasa con Teresa, Audrey y Mona? Todas dijeron lo mismo y ahora sólo recibo noticias suyas en Navidad, cuando me mandan una de esas tarjetitas impersonales. Ni siquiera sabría nada de Audrey si no estuviera preparándole su maldita fiesta de bebés.

—Oh, vamos —Rebecca hizo un gesto con la mano para quitarle importancia—. Todas ellas tienen hijos, y Alee y yo no pensamos tenerlos de momento.

¿Hijos? ¿Rebecca, la contraria al parto, consideraba la posibilidad de ser madre algún día? Aquello sí que era extraño.

Se dio cuenta demasiado tarde de que estaba mirando a su amiga con la boca abierta. Imposible disimular el shock.

—Lo sé, lo sé —dijo Rebecca—. He dicho cosas en el pasado que pudieron hacerte pensar que no quería tener hijos. Pero… no sé, desde que conocí a Alee, no puedo dejar de pensar cómo serían nuestros hijos.

Vanessa pensó que había entrado en un mundo donde todo era lo contrario a lo que se esperaba.

—Vaya, sí que vas en serio con este tipo.

—Por supuesto —dijo Rebecca, mirándola como si estuviera bailando sobre la mesa—. A mí me parece que el matrimonio es ir en serio.

—Lo siento. Supongo que necesito un poco de tiempo para asimilarlo. Eso es todo.

—Espero que no te haga falta mucho, porque tenemos una boda que planear —dijo su amiga mientras sacaba del bolso unas cuantas revistas de novia. Vanessa sacó los catálogos de boda y los añadió al montón.

Un camarero llegó para tomar nota, y al marcharse, Vanessa juró que dejaría a un lado sus sentimientos negativos y que haría todo lo posible por ayudar.

—Antes de que empecemos a hablar de la boda —dijo Rebecca—, cuéntame lo que te pasa.
¿Debería contárselo? Era imposible mantener un secreto con Rebecca.

—El sábado pasado hice una pequeña locura, y ahora estoy en un aprieto.

—¿Una locura? ¿No las haces todos los días?

—Bueno, ésta fue un poco diferente —confesó, y le habló de la fiesta de cumpleaños, del striptease y de la noche con Zac, aunque sin entrar en detalles de eso último.

Cuando acabó, Rebecca se quedó mirándola con ojos muy abiertos.

—¿Te desnudaste para ese tipo delante de toda la gente?

—Lo sé, fue una locura incluso para mí.

—¿Y cuál es el problema?

—El problema es que ahora él quiere ir en serio.

Rebecca se echó a reír.

—Déjate de bromas. ¿Te acuestas con un hombre y él quiere algo más de ti?

—Exacto.

—Entonces quizá deberías hacer lo que él quiere y ver adonde os conduce.

—Pero yo no quiero una relación seria ahora.

—Lo sé, lo sé, no necesitas a un hombre para ser feliz. Pero nunca se sabe…

—Para un momento. Que tú te hayas atado a un hombre no significa que yo quiera hacer lo mismo.

—Yo pensaba igual hasta que conocí a Alee.

—Se supone que lo de Zac era una aventura pasajera. Nada más. Las cosas se han ido un poco de las manos.

—Vane, ¿qué te ocurre? Nunca te he visto que hayas perdido el control de una aventura.

—Tú no has visto a Zac. Es realmente atractivo.

—¿Y por qué no sigues divirtiéndote con él?

—Bueno, supongo que sí. No me ha dejado muchas opciones.

—¿Un hombre tan atractivo quiere salir contigo y eso es un problema para ti?

—No, siempre y cuando él comprenda que no estoy buscando nada más.

—¿Y él sí lo busca?

—Eso parece.

Una expresión soñadora iluminó los ojos de Rebecca.

—Creo que deberías darle una oportunidad.

Vanessa estuvo a punto de escupir el sorbo de té que acababa de tomar.

—¿Y eso me lo dice la chica que rompió con un hombre por atreverse a dejar su cepillo de dientes en tu cuarto de baño?

—Me gustaría creer que he madurado un poco desde entonces.

—¿Quieres decir desde el mes pasado?

Rebecca la fulminó con la mirada.

—Muy graciosa. Conocer a Alee me ha cambiado la vida, y pensaba que tú, siendo mi mejor amiga, te alegrarías por mí.

—Me alegro. En serio. Siento mi actitud.

—Vane, estoy un poco preocupada por ti. Las dos tenemos veintinueve años, a punto de cumplir los treinta. No puedes pensar que la felicidad está en los clubes nocturnos y en las citas desechables.

—Mira a mi tía Ophelia encontró la felicidad saliéndose de lo convencional.

La expresión de Rebecca se tornó triste.

—Sé que ella es tu modelo a seguir, pero ¿te has parado a pensar que tal vez no fuera tan feliz?

—Pues claro que lo fue, y tú deberías saberlo mejor que nadie —Rebecca había pasado muchas tardes hablando con Ophelia, distrayéndola mientras Vanessa limpiaba la casa.

—Creo que a cada una de nosotras nos mostró un aspecto distinto de ella misma. No quería que pensaras que estaba decepcionada con su vida, pero cuando hablaba conmigo, parecía 
triste.

Vanessa parpadeó para contener las lágrimas. Su tía había sido siempre su modelo de fuerza, valor y creatividad. No había conocido a ninguna otra mujer que se atreviera a vivir como quería, sin importarle las restricciones sociales. Pensar que no había sido feliz… 
Era algo impensable.

—Lo siento. Debe de ser muy duro para ti oír esto —dijo Rebecca.

Vanessa negó con la cabeza y adoptó una expresión animada.

—No, está bien. Seguramente estuviera triste por no poder moverse como antes, pero no por cómo había sido su vida.

Rebecca pareció dudar, pero no dijo nada más sobre el asunto. Vanessa decidió que era el momento de cambiar de tema y se puso a hojear los catálogos y revistas.

La distracción surtió un efecto instantáneo. Después de unos minutos mirando fotos, llegaron sus pedidos y siguieron discutiendo de los planes de Rebecca mientras comían. Vanessa no podía evitar la extraña sensación de haber entrado en un universo paralelo, y esa sensación aumentó cuando volvieron a su apartamento para la fiesta de Audrey. 
Rebecca, en cambio, estaba muy contenta y animada.

Una hora más tarde, el apartamento estaba lleno de mujeres con regalos que charlaban sobre las estrías y los antojos del embarazo. Muchas de ellas habían sido compañeras de diversión de Vanessa, pero todas habían sucumbido al hechizo de la maternidad.

A Vanessa aún le gustaban sus amigas, pero se sentía como si fuera la única a la que no habían lavado el cerebro. Cuando no estuvo ocupándose de la fiesta, se pasó el tiempo hablando con la única mujer soltera de la fiesta, fácilmente identificable por su expresión de perplejidad cuando las otras empezaron a discutir si era mejor un parto natural o con epidural.

Alguien empezó a hablar de la cesárea y otra se puso a comentar las ventajas de los aceites para evitar una episiotomía. A Vanessa se le revolvió el estómago e invitó a su compañera soltera a la cocina para ver cómo le iba a Finn con la comida.

Lo encontraron colocando minuciosamente ramitas de menta en los sándwiches que había preparado.

—¿Necesitas ayuda? —le preguntó Vanessa.

—Me haría falta más menta —dijo; le tendió un cuenco casi vacío y corrió a la 
vitrocerámica para comprobar algo que estaba hirviendo.

—Nos hemos escapado de una fascinante charla sobre el parto.

—Ah, la versión femenina de la historia de guerra —comentó él.

La mujer cuyo nombre había conseguido olvidar Vanessa se estremeció.

—Las episiotomías bastan para hacerme pensar si quiero tener hijos.

—Piensa en Kegels —dijo Finn por encima del hombro—. Esos maravillosos ejercicios harán feliz a tu hombre. Y he oído que si tienen que hacerte una incisión en el parto, después siempre pueden coserte de un modo que a él le encantará.

—Eh… Finn, ¿cómo sabes tú eso?

—Tengo una hermana, ¿recuerdas? La máquina de hacer bebés.

—Oh, sí —la hermana de Finn tenía tres hijos y estaba buscando el cuarto—. Esperaba que contigo pudiéramos hablar de algo más interesante que el parto.

—¿Y qué puede haber más interesante? Las mujeres sois muy afortunadas al poder concebir y dar a luz un hijo.

—Quizá podamos encontrar algún modo para que lo hagas tú por nosotras.

—¿Sabes? —dijo Finn volviéndose hacia ella—. Siempre he pensado que si tú quisieras un hijo, podríamos tener uno.

Vanessa se agarró al borde de la encimera para no caer al suelo en caso de desmayarse.

—¿Qué?

—Bueno, ya que estás decidida a seguir practicando la soltería, no parece que vayas a formar una familia del modo tradicional, y como a mí me gustaría tener algún día a un pequeño Finn o Finnola…

—Finn, por si lo has olvidado, tú eres gay y yo soy mujer.

—Naturalmente no habría sexo —dijo con una mueca—. Pero podríamos hacerlo mediante inseminación artificial.

Vanessa lo miró boquiabierta, incapaz de hablar.

—¡Sólo es una idea! —exclamó él—. No me mires así.

Vanessa intentó pensar una respuesta apropiada, pero aún estaba en shock. ¿De verdad sus amistades la veían destinada a ser una solterona? ¿Y Finn hablaba en serio al sugerir la inseminación artificial?

Aquel día estaba siendo de lo más extraño, y ni siquiera eran las tres de la tarde. Oyó las risas y charlas procedentes del salón, y por primera vez en su vida deseó estar en cualquier parte menos en una fiesta.

 Después de lo sucedido la noche anterior, Zac estaba convencido de que las palabras «jardín secreto» nunca volverían a significar lo mismo para él.

Debería estar leyendo los proyectos de investigación que le habían presentado sus alumnos, pero en vez de eso estuvo paseándose por la casa, limpiando cosas que no necesitaban limpieza, hasta que decidió salir a correr. Diez kilómetros más tarde volvió empapado de sudor, pero no menos preocupado por los recuerdos.

La casa estaba más limpia y ordenada de lo que había estado en años, y en el horno se cocía la lasaña que había preparado siguiendo las instrucciones de Delia. Normalmente tomaba comida para llevar, pero por alguna extraña razón quería preparar la cena para Vanessa, hasta el punto de preparar la salsa especial de Delia para la ensalada.

Cuando el timbre sonó unos minutos después de las seis, se sintió como un adolescente ansioso por impresionar a la chica nueva de la clase. Ridículo, pero así era.

Abrió la puerta y contempló a Vanessa vestida para la seducción. Realmente sabía cómo ofrecer un aspecto irresistible. Con su larga melena sobre los hombros desnudos, un vestido negro ceñido a sus curvas y unas piernas tan largas y suaves como en las fantasías de Zac, era la viva imagen de la tentación.

—Estás muy guapa —dijo con una sonrisa.

—Gracias —respondió ella mirándolo de arriba abajo—. Tú también.

Zac se apartó para dejarle paso y ella aspiró el olor que salía de la cocina.

—¿Has cocinado para mí? —le preguntó sonriendo.

—No es gran cosa —mintió encogiéndose de hombros.

Vanessa entró en el salón y miró a su alrededor. Zac intentó imaginarse el lugar a través de sus ojos. No era ningún decorador, pero su casa tenía mejor aspecto que el típico apartamento de soltero. Las carencias en la decoración las había suplido con suelos de madera y paredes pintadas de gris azulado.

En cualquier caso, ¿por qué lo preocupaba lo que pudiera pensar Vanessa de su casa?

—Es muy bonito —dijo ella, y entonces se fijó en una foto sobre la repisa de la chimenea. Era de un grupo en Navidad, una foto que a Zac le encantaba por cómo había capturado el encanto de su numerosa familia—. Vaya, ¿son tus parientes?

—Sí, los más cercanos… Mis hermanos y sus mujeres e hijos.

—Parece un grupo divertido. Una cosa que siempre eché en falta fue tener una gran familia que se reuniera en las ocasiones especiales.

—¿No tienes más parientes?

Vanessa negó con la cabeza.

—Mi tía tenía muchos amigos con los que celebrar el Día de Acción de Gracias y la Navidad, pero no era lo mismo —se sentó en el sofá y se fijó en el montón de papeles—. ¿Trabajos de estudiantes?

—Proyectos de investigación para este semestre.

—Qué interesante —dijo ella con una expresión divertida que indicaba todo lo contrario.

—Sí, es muy aburrido, pero si no los leo ahora, me veré agobiado de trabajo al final.

—¿Te gusta dar clases?

—Me gusta compartir mi experiencia profesional con gente a la que le interese, sobre todo estudiantes.

—¿Y tu trabajo como psicólogo?

—Me encantan los resultados y ver que he ayudado a una empresa en una transacción —miró el reloj y vio que aún quedaban diez minutos para que se hiciera la lasaña—. ¿Puedo ofrecerte algo de beber?

—Claro, si me dejas ayudar —lo siguió a la cocina y miró el horno—. ¿Has hecho lasaña? Eso merece un beso —se acercó y lo abrazó por la cintura, apretándose contra él.

—Creo que debería cocinar más a menudo si voy a conseguir un agradecimiento así.

—Esto es sólo el comienzo —le dijo con una sonrisa maliciosa—.Tengo pensadas otras muchas formas de agradecértelo.

Zac tenía intención de que aquella noche se conocieran en un plano intelectual en vez de físico. Pero la erección fue instantánea y agachó la cabeza para besar a Vanessa.

Al demonio con las reglas, con la cena y con todo. La deseaba allí y ahora.

Su conciencia le lanzó un último ruego, pero era imposible resistirse al deseo. La levantó y, tras sentarla sobre la encimera, le subió el vestido y admiró las braguitas blancas de satén. Eran preciosas, pero tenían que desaparecer. La masajeó con el pulgar a través de la tela y ella cerró los ojos y gimió, apretándose contra su mano.

Él sintió cómo la humedad empapaba el satén y en cuestión de segundos le había quitado las braguitas y le había introducido los dedos. Estaba caliente y preparada. Ella se deslizó las tiras del vestido por los hombros, y la visión del escote hizo que Zac deseara ver más. Tiró del vestido hacia abajo y descubrió con gusto que no llevaba sujetador. Se inclinó y saboreó los deliciosos pechos uno a uno, tomándose su tiempo.

Vanessa le entrelazó los dedos en el pelo y él levantó la cabeza y la besó con frenética pasión. La deseaba, pero también quería disfrutar plenamente de la experiencia.

—Déjame probarte —le susurró.

Ella sonrió seductoramente, y él se arrodilló y deslizó la lengua en su interior, frotándole al mismo tiempo el clítoris. Ella se agitó y gimió, hasta que llegaron los espasmos de placer y la explosión del orgasmo.

Un momento después, Zac se irguió y fue besándola hasta llegar a su boca. Ella se aferró a él, le desabrochó los pantalones y le agarró la erección. Sin preguntar, le sacó la cartera del bolsillo trasero y extrajo un preservativo, que abrió y se lo puso sin dejar de besarlo. 
Entonces él la levantó y le dio la vuelta, amoldó su cuerpo al de ella y la inclinó sobre la encimera. Encontró su cálida abertura y la penetró con ímpetu y rapidez.

La liberación llegó antes de que pudiera contenerla. Se convulsionó incontrolablemente, aferrado a Vanessa, vaciándose en ella. Poco a poco fue siendo consciente del olor a lasaña que llenaba el aire, y recordó que tenía que sacarla del horno.

Besó a Vanessa en la espalda y en el cuello, apretándola contra él. Le tomó los pechos con las manos y ella dejó escapar un suspiro.

—Menudo aperitivo —dijo.

—Espera al plato fuerte —susurró él mordisqueándole el lóbulo de la oreja.

—Huele a quemado.

—No me referiría a ese plato, pero tienes razón —se apartó con desgana para quitarse el preservativo y lavarse las manos.

Vanessa se puso una manopla y sacó la lasaña, que se había tostado un poco.


—Justo a tiempo —dijo—. Me gusta que el queso esté crujiente.

A Zac no le importaba el queso ni nada. Sólo quería llevarse a Vanessa a la cama.
Cenaron animadamente, y Vanessa alabó sus dotes culinarias. El mismo Zac quedó impresionado de haber preparado una comida que supiera bien.

Después de cenar, ella insistió en ayudar a lavar los platos, aunque él tenía intención de dejar esa tarea para el día siguiente. Cuando acabaron, la agarró de la muñeca y tiró de ella hacia él.

—Creo que va siendo hora de que nos conozcamos con la ropa puesta.

—Pero yo disfruto mucho ayudándote con tu estudio —dijo ella con una sonrisa.

—Nuestro estudio no puede completarse si no nos damos una oportunidad de tener una relación verdadera.

Ella hizo un mohín con los labios, pero no discutió.

—Creo que podré ser paciente. ¿Qué clase de estudio tienes pensado para esta noche?

Él se moría por acostarse con ella, pero también quería conocerla fuera de la cama. Sin embargo, la química era tan fuerte que apenas podía resistirla.

—Tengo una idea… ¿Qué tal si nos sentamos a hablar?

—¿Qué propones, unos preliminares verbales? —sonrió y le dio un beso en el cuello.

Zac se estremeció al recibir el beso, pero intentó pensar en cualquier cosa… impuestos, resultados de fútbol; lo que fuera para olvidarse del deseo.

—¿Qué te parece si vamos al salón y me cuentas cosas de tu trabajo? —propuso.
Hablar sobre los preparativos de una fiesta no podía llevar al sexo, ¿verdad? Parecía un tema seguro, y él sentía curiosidad por su trabajo.

—¿Por qué? ¿Te parece un tema tan fascinante?

—Tú me pareces fascinante.

—Bueno, siendo así… —acercó la boca a su oreja y le lamió el lóbulo.


Zac estuvo a punto de perder su determinación. Quería conocer mejor a Vanessa, pero su cuerpo le ardía por otra clase de conocimiento. Nunca había sufrido tanto por no llevarse a una mujer a la cama. Y si el deseo seguía creciendo a esa velocidad, iba a ser una noche muy, muy larga.

1 comentario:

  1. joder!
    ke son, animales!?
    an echo de todo en los 10 min. ke le kedaban a la lasaña!
    ke fuerte
    menudo par de dos
    bueno a ver si son capaces de de cruzar dos palabras sin desnudarse XD XD XD
    siguela pronto!
    bye!
    kisses!

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