sábado, 10 de marzo de 2012

Capitulo 6.

Principio número 6:
Una mujer indecente sabe que sus inhibiciones son las trabas impuestas por la sociedad. Aquella que las supere dejará de ser esclava del conformismo.


Vanessa había estado muriéndose de hambre durante la cena, pero era un apetito que nada tenía que ver con la comida. Hablar con Zac, tenerlo justo enfrente de ella, hacía que todos sus pensamientos tuvieran un matiz erótico. Apenas había podido pensar en nada más que en lo que quería hacerle cuando estuvieran otra vez a solas.

Cuando salieron del restaurante, él la tomó de la mano y, tras recorrer una manzana, la rodeó con un brazo por la cintura. Ella agradeció el contacto íntimo. La necesidad que tenía de él crecía a cada instante.

Pero cuando llegaron a casa de Ophelia, Zac se mostró ansioso por verla. Vanessa sentía bastante curiosidad por saber su opinión sobre las reformas, así que apartó su deseo por unos minutos y no se arrojó sobre él en los escalones de la entrada. Después de todo, podría conseguir más dinero por la casa si la vendía en mejores condiciones.

Al entrar la recibió el viejo olor familiar. Se había acostumbrado a que su tía se hubiera ido, pero siempre que olía la extraña mezcla de lavanda, tabaco y polvo sentía un nudo en el pecho.

—Aquí la tienes —dijo en un tono forzadamente animado.

Zac se paseó por el vestíbulo y el salón principal, mirando a su alrededor, y Vanessa intentó imaginarse la casa desde su perspectiva. Ophelia siempre había sido escrupulosamente limpia, pero en los últimos años, cuando sus facultades empezaron a fallar y su presupuesto para contratar a una asistenta o un manitas disminuyó drásticamente, la casa fue quedando en un estado cada vez más ruinoso. Vanessa hacía todo lo posible para limpiar de vez en cuando, pero su tía no apreciaba esos esfuerzos, viéndolos como una indirecta de su propia incapacidad para cuidar de sí misma.

—Si no te importa la pregunta, ¿cómo murió tu tía?

—Sufrió un ataque, pero antes ya estaba muy mal por la artritis, que le impedía ocuparse de la casa.

—¿Cuántos años tenía?

—Setenta y cuatro, quince años más que mi madre, pero tenía un espíritu tan fuerte que imaginé que viviría para siempre.

—Debió de significar mucho para ti.

Vanessa asintió.

—Ophelia me crió al morir mi padre, cuando yo tenía tres años.

La sonrisa de Zac desapareció y su rostro adquirió una expresión de preocupación.

—Lo siento mucho. ¿Y tu madre?

—No pudo superar la pérdida de mi padre, así que me dejó con mi tía y se marchó. Unos años más tarde, murió en un accidente de coche.

A Vanessa no le gustaba hablar de su historia familiar, porque no quería ser motivo de compasión. Había superado cualquier sentimiento que hubiera tenido hacia sus padres, pero a los demás les resultaba difícil creerlo.

—Tuvo que ser horrible para ti.

—Fue hace mucho tiempo. Yo era muy pequeña y no sabía lo que pasaba. Además, mi tía siempre me cuidó.

Zac la miró a los ojos buscando algún dolor oculto, algo a lo que Vanessa también estaba acostumbrada. La gente no podía creerse que no estuviera traumatizada por la pérdida de sus padres y por haber sido criada por una tía no muy ortodoxa.

—En serio, estoy bien —dijo.

—Te creo —le aseguró él con una sonrisa—, y me gustaría oír más sobre tu tía y esta casa.

Su mirada se posó en la gran mesa de caoba, rodeada por sillas de respaldo alto.

—Ahí es donde se reunía cada mes la Liga de Mujeres Indecentes —explicó Vanessa—. Yo salía a hurtadillas de mi habitación para escuchar sus desvergonzadas conversaciones.

—¿La liga de qué?

—De mujeres indecentes. Mi tía Ophelia iba por delante de su tiempo. Formó una especie de club para las mujeres que desafiaban las convenciones sociales.

—Tuvo que ser un ambiente muy interesante en el que educarse.

—Lo fue —siguió la mirada de Zac hasta una foto sobre la repisa de la chimenea—. Ésa es mi tía, la difunta Ophelia Devereux.

—Tiene unos ojos muy bonitos.

—Fue una mujer única.

—Como su sobrina.

—Yo no podría compararme a ella. La Liga de Mujeres Indecentes estaba llena de chicas malas, y ella era la más alocada de todas.

Zac se echó a reír.

—¿Lo dices en serio?

—Completamente. En mi apartamento tengo algunos de los escritos que publicó. Puedes leerlos si te interesa. Era escritora… una escritora bastante polémica.

—Me gustaría mucho leer su trabajo. ¿No te asustaba de niña?

—No conocía otra cosa. Mientras las otras mujeres de su generación se resignaban a las labores domésticas, Ophelia escribía ensayos sobre la libertad sexual y frecuentaba los cafés. Yo iba siempre pegada a ella, y durante mucho tiempo mi vida fue como la de cualquier otro niño.

—Entonces de ella sacaste tus ideas poco convencionales sobre las relaciones —comentó él con una sonrisa.

Vanessa fue hacia el escritorio que había frente a la ventana. Abrió un cajón y sacó el diario de su tía, el cual había empezado a leer unas noches antes. Se había sorprendido al no encontrar confesiones personales sino más bien una recopilación de ideas para ser desarrolladas en los ensayos.

La cubierta de piel color púrpura estaba deteriorada por el paso de los años, y el pequeño candado dorado estaba roto. Vanessa se había llevado a casa la lista de los principios de la Liga, pero en el diario quedaban otras muchas ideas que enseñarle a Zac. Lo abrió y leyó la primera página en voz alta.

—«Éstos son los pensamientos y reflexiones de Ophelia Claudette Devereux, una mujer independiente y original» —se detuvo y le sonrió a Zac—. Estaba bastante segura de sí misma.

—En eso se parecía mucho a ti —dijo Zac.

Vanessa se encogió de hombros. La gente siempre había asumido que eran muy parecidas, pero ella veía más diferencias que semejanzas. Su tía era su gran modelo a seguir, y aunque ella había intentado vivir según los valores de Ophelia, tenía el presentimiento de no haber estado a su altura.

—Creo que estaba un poco decepcionada conmigo. Esperaba que yo fuera la primera mujer presidenta, o quizá una escritora famosa, no una organizadora de fiestas.

—Pero ¿es eso lo que tú quieres ser?

—Es el trabajo de mis sueños. Levanté mi negocio a partir de la nada, y me siento orgullosa de lo que he conseguido, a pesar de lo que pensara mi tía.

—Estupendo —dijo Zac—. Tienes suerte de hacer lo que más te gusta. No hay mucha gente que pueda decir eso.

Vanessa devolvió la atención al diario, a la parte que quería compartir con Zac.

—Escucha esto: «La sexualidad de una mujer es su arma más poderosa, y hasta que no entienda esto será un juguete en manos de los hombres».

—Interesante —dijo él arqueando las cejas.

—«Después del poder sexual viene la inteligencia. Una mujer inteligente aprovecha cada oportunidad para agudizar su ingenio y buscar el conocimiento».

—Creo que me gusta más eso que el primer consejo.

Vanessa sonrió.

—Tal vez no debería admitir que me crié escuchando cosas como ésta cada día.

—Entonces no tengo ninguna oportunidad contigo, ¿verdad? —preguntó él sonriendo.
Vanessa no había conocido todavía a ningún hombre que tuviera una oportunidad con ella. Según su tía, los hombres eran unas criaturas sorprendentemente simples, fáciles de entender y a menudo dominados por sus deseos. Aunque ella era lo bastante lista para no decir eso en voz alta.

—Con un título de psicología sabrás defenderte, ¿no?

—¿Me defendí bien el sábado por la noche? —preguntó él, con una sonrisa arrebatadora.

—Oh, claro… No te acuerdas de nada, ¿verdad? —había hecho mucho más que defenderse. Había sido un amante tan salvaje y desinhibido que Vanessa no creía que pudiera serlo sin la ayuda del alcohol.

—Recuerdo lo más importante.

—Entonces sabes que sí te defendiste bien.

—¿Has leído todo el diario? —preguntó él, cambiando de tema.

—No, sólo las primeras páginas. Quiero leérmelo despacio y saborearlo, ya que es uno de los pocos lazos que me quedan con mi tía —aparte de aquella casa en ruinas.

—Entiendo —dijo, y frunció el ceño—. Aún tienes la casa.
Pero bueno… ¿acaso podía leerle la mente?

—Lo sé.

—¿Por casualidad es ésta la casa donde se reunía la flor y innata del arte y la literatura de Nueva Orleáns, según leí en la universidad?

Vanessa asintió, sonriendo al recordar a un famoso poeta que le componía versos infantiles.

—Ésta es.

—¿Y estás pensando en venderla? —la miró como si hubiera perdido el juicio.

—¿Te parece una locura?

—Es tu oportunidad de restaurar un pedazo de la historia de Nueva Orleáns y de tu historia familiar. Estarías loca si la desperdiciaras.

—Estaría loca si pensara que puedo quedarme con una casa tan grande y antigua. Es una pérdida de dinero.

Zac se paseó por el salón, deteniéndose para ver las fotos y antigüedades. Ophelia había tenido un gusto exquisito y no había dudado en comprar lo que le gustaba. Desde las alfombras persas hasta la ecléctica mezcla del mobiliario, todo estaba amueblado y decorado a su antojo. Y a Vanessa la aterraba asumir esa responsabilidad.

Se volvió hacia ella y la observó por un momento.

—Podrías utilizar la casa para tu negocio, pedir un préstamo y reformarla para celebrar fiestas en ella. Así no tendrías que alquilar ninguna suite de hotel como hiciste para mi cumpleaños.

—No sé…

—¿Por qué no mantienes al menos una mente abierta hasta que haya echado un vistazo?

—Si te hace feliz —dijo ella encogiéndose de hombros.

—Entonces enséñamela —dijo él, y Vanessa lo condujo otra vez al vestíbulo.

Recorrieron la planta baja, y Zac iba admirando los detalles y comentando lo que en su opinión necesitaba algún arreglo. Su entusiasmo parecía crecer por cada habitación.
Cuando subieron a la segunda planta, Vanessa tenía el presentimiento de que Zac sería capaz de comprarle la casa si ella decidía venderla.

¿Si? ¿Cómo que «si»? De acuerdo, quizá el entusiasmo de Zac fuera contagioso. Al oírlo hablar de lo fácil que sería reformar la casa y devolverle su vieja gloria, ella misma sentía una punzada de emoción por semejante perspectiva.

Lo llevó a la habitación donde había pasado su infancia. La decoración era una extraña mezcla de estilo infantil y adolescente, dominada por una cama antigua de cerezo.

Una sensación de nostalgia la invadió. Aquél era el lugar donde se habían fraguado sus sueños y aspiraciones, desde el que había pasado incontables horas mirando el frondoso jardín de su tía mientras se imagina cuál sería su futuro. Fantaseaba con aventuras, con lugares exóticos y con hombres misteriosos, pero nunca con llevar lo que los demás consideraban una vida normal.

Zac se acercó por detrás y le puso una mano en la espalda.

—Pareces melancólica.

—Siempre me sorprendió que mi tía no cambiara esta habitación después de que yo me fuera. Supongo que no le hacía falta, siendo la casa tan grande, pero pensé que la habría convertido en una lujosa habitación de invitados o algo así.

—Tal vez fuera su manera de sentirse unida a ti.

Vanessa se echó a reír.

—Ophelia era la mujer menos sentimental que he conocido en mi vida.

—Eso no significa que no te echara de menos cuando te marchaste.

Ella intentó imaginarse a su tía sintiéndose sola, lo cual le provocó una repentina tristeza. Nunca se le había ocurrido que tal vez Ophelia no había querido que se marchara, pero, en cualquier caso, su orgullo le habría impedido reconocerlo.

Miró a Zac, y al verlo tan fuerte y masculino se olvidó de sus sentimientos negativos. 
Estaba allí para disfrutar de la noche con él, y eso iba a hacer exactamente.

Se acercó al armario y de una balda superior bajó una vieja caja de zapatos.

—Éste es mi cofre del tesoro —dijo, colocando la caja en la mesa y retirando la tapa.

Lo primero que vio fue su foto de graduación. Vanessa, diez años más joven y con un vestido de lentejuelas que le llegaba por la mitad del muslo, posaba junto a un chico con el que sólo había salido durante unos meses. Se llamaba Troy o algo así. Apenas se acordaba de él.

Zac agarró la foto y la estudió.

—Debiste de causar una gran impresión en los chicos del instituto.

—Seguramente, pero no les hacía mucho caso. Prefería a los hombres mayores… Universitarios sensibles que se reunieran para recitar sus propias poesías.

—¿Y ahora? —le sonrió de tal manera que a punto estuvo de derretirla.

—Ahora soy un poco más aventurera.

—¿Ah, sí? ¿Tienes algún interés en los psicólogos demasiado analíticos? Si me presionas, puedo recitarte unos cuantos versos malos.

—Ya que preguntas, te diré que he desarrollado un reciente interés por los psicólogos. El fin de semana pasado conocí a uno realmente atractivo.

—Realmente atractivo, ¿eh?

—Aquí tengo algunas poesías que escribí yo misma, por si quieres recitarlas.

—¿Si lo hago lo tendré más fácil para conquistarte?

Ella sonrió y apartó la caja, se acercó a él y lo abrazó por la cintura.

—Te contaré un pequeño secreto: puedes hacer conmigo lo que quieras y cuando quieras. No necesitas cortejarme primero.

—Soy un hombre con suerte —murmuró él, justo antes besarla con intensidad, como a ella le gustaba. Pero apenas había empezado cuando se separó—. A este paso nunca acabaremos de ver la casa.

—La casa puede esperar. Yo no —se apretó contra sus muslos y él entendió el mensaje.

—Tienes razón. La casa puede esperar.

—Pero hay un sitio más que quiero enseñarte —sonrió—. Mi jardín secreto.

Lo llevó a la planta baja, lo sacó al jardín y lo condujo por el serpenteante sendero hasta su lugar favorito. El viejo cenador estaba cubierto por las buganvillas y las parras. Siempre que se sentaba junto a la mesa de piedra se sentía como si estuviera en su mundo particular, donde podían oírse los susurros de los elfos y se respiraba la magia.

Se sentó en el borde de la mesa y le sonrió a Zac.

—Mi tía era muy aficionada a la jardinería. Éste era un lugar estupendo para jugar cuando yo era niña.

Zac recorrió con la mirada la jungla de árboles y plantas iluminadas por la luna y la tenue luz del porche trasero. Todo estaba cubierto de matojos desde que Ophelia falleció. Tal vez hubiera perdido sus habilidades domésticas, pero hasta el día de su muerte estuvo saliendo a cuidar el jardín, sin importarle lo duro que fuera el trabajo. Para ella era una auténtica terapia.

—Entiendo por qué te gustaba tanto jugar aquí.

—Aún me sigue gustando —dijo ella, palmeando la mesa a su lado.

Él se sentó, y entonces ella se inclinó e hizo lo que deseaba con desesperación: lo besó en los labios y deslizó una mano hasta su entrepierna.

Sabía que Zac también había estado pensando en eso, pues se quedaba admirando su cuerpo cada vez que pensaba que ella no se daba cuenta. Había elegido el vestido basándose en la aseveración de Finn de que Zac se excitaba con las chicas de aspecto corriente, y Finn rara vez se equivocaba en lo referente a los hombres.

Se apartó de él lo justo para quitarse el suéter.

—Hace calor esta noche —dijo.

Zac tendría que estar muerto para no sentir la tensión sexual que ardía entre ellos. 
Estaban destinados a tener una aventura memorable, la clase de aventura que ella asociaba con los ruegos artificiales y las explosiones de luz y pasión.

Tan simple como eso.

Su temperatura corporal alcanzó un nivel de ebullición cuando él la colocó sobre su regazo y le levantó el vestido hasta la cintura. Le encantaba un hombre que llevara la iniciativa, y Zac no la había decepcionado aún en ese aspecto. Sentía su erección presionada contra las braguitas, y ahogó un gemido por el calor que la abrasaba entre las piernas. Deseaba tenerlo dentro de ella, allí mismo, en aquel instante, sobre la mesa de piedra del jardín.

—Quizá deberíamos ir a tu casa o a la mía —susurró él.

—Aquí jugué muchas veces de niña, pero cuando me fui a la universidad soñé con que algún día jugaría a otra cosa… como esto —le pasó la lengua por el labio inferior—. Déjame satisfacer mi fantasía de adolescente, ¿de acuerdo?

Tal vez él estuviera pensando en protestar, pero cuando ella le agarró la erección a través de los pantalones, soltó el aire con dificultad y volvió a besarla.

—Me preocupa que los vecinos puedan vernos.

—Tranquilo, no nos verán —le aseguró ella—. Tenemos toda la intimidad que queramos.

Él la besó, la mordió y le succionó un punto sensible del cuello, poniéndole la carne de gallina.

—Quiero que hagas eso más abajo —le susurró, sintiéndose como una mujer indecente que sabía cómo pedir lo que deseaba.

Zac la miró, con los ojos empañados por el deseo.

—¿Qué tal aquí? —le acarició un pezón con el pulgar.

Ella cerró los ojos para deleitarse con la sensación mientras él le tiraba del vestido hacia abajo, junto con la copa del sujetador. Le tomó el pecho con la boca e hizo lo mismo que con el cuello, pasando luego al otro pezón.

—Más abajo —le pidió ella lamiéndole la oreja.

Entonces Zac la levantó y la sentó sobre la mesa, se quitó la chaqueta y la camisa y las puso sobre la fría superficie de piedra a modo de cojín improvisado. Vanessa se sentó encima y él la hizo tumbarse de espaldas con un prolongado beso, empezando por la boca y bajando lentamente por el cuello y los pechos.

Cuando llegó a la cintura, tiró de las braguitas y subió con las manos por el interior de los muslos, avivando las llamas que consumían a Vanessa. Llegó a la zona crítica y le introdujo un dedo, haciéndola arquearse y gemir. Acto seguido, agachó la cabeza y empezó a lamer su punto más sensible mientras movía el dedo en su interior. Añadió otro dedo y luego un tercero, enloqueciéndola de placer.

Con la lengua mantuvo un ritmo constante que aumentó la tensión de Vanessa hasta que ella se dio cuenta de que el orgasmo era inminente, mucho más de lo que había pretendido. Pero no podía protestar, así que se dejó llevar por la oleada de placer hasta la culminación. 
Gritó, se arqueó y se retorció, y finalmente se calmó mientras las convulsiones del clímax dejaban paso a una dulce satisfacción.

Él la besó en el clítoris una vez más y fue subiendo los besos por el vientre, los pliegues del vestido y los pechos, hasta llegar al cuello.

—¿Era eso lo que querías?

—Oh, sí —consiguió responder ella, aún medio aturdida.

—Bien. Me gusta complacer a las mujeres —sonrió mientras jugueteaba con un pezón.

—Entonces tendrás que hacer mucho más que sonreír. Te quiero dentro de mí.

—Como acabo de decir, me gusta complacer.

Sacó su cartera y Vanessa se apresuró a quitársela y buscar un preservativo, que procedió a abrir mientras él se desabrochaba los pantalones y se bajaba los calzoncillos. Una vez lo tuvo colocado, se deslizó con facilidad dentro de ella, que estaba más que húmeda por el orgasmo reciente. Sus cuerpos se encajaron sorprendentemente bien, en un perfecto equilibrio de dureza y suavidad.

Cuando Zac empezó a moverse, ella vio cómo el rostro se le desencajaba por el placer. Sus miradas se encontraron y se mantuvieron, y ella volvió a sentir esa conexión en lo más profundo de su alma. Fue una sensación que la maravilló y al mismo tiempo la aterrorizó, y acabó apartando la mirada. Fuera lo que fuera, era demasiado para una aventura despreocupada, que era todo lo que estaban compartiendo.

Le deslizó los dedos por el pecho desnudo mientras sus movimientos se acompasaban y cobraban intensidad. Y entonces él se inclinó sobre ella, apoyándose en los brazos, y acalló sus jadeos con un beso.

Los sonidos nocturnos del jardín armonizaban con su pasión, y Vanessa no pudo imaginarse una música de fondo más apropiada que el canto de los grillos y el susurro de los árboles. Sintió cómo Zac se tensaba y aceleraba el ritmo, y supo que estaba a punto de llegar.

Se endureció en torno a él flexionando los músculos internos hasta que ella también estuvo al borde del clímax. Y entonces, sin previo aviso, cruzó el límite y lo arrastró con ella. Él embistió una última vez y se vacío en su interior. Le tomó el rostro con una mano y la besó con frenética desesperación.

Después de unos momentos, se calmó y se detuvo para mirarla.

—¿Estás bien así? —le preguntó, moviéndose para liberarla de su peso.

—Estupendamente —respondió ella en un susurro.

—Quiero decir, ¿te molesta la mesa?

—¿Mesa? ¿Qué mesa?

Él volvió a besarla, con un beso lento y suave que la hizo estremecerse.

—Ven a mi casa esta noche.

El cuerpo de Vanessa quería aceptar, pero su mente no pensaba lo mismo. Ya había pasado una noche con él, lo que casi había estropeado todo. No volvería a hacerlo.

—Si tienes pensado más de lo que hemos hecho, es una idea tentadora…

—¿Pero?

—Creo que deberíamos establecer unas reglas básicas —dijo en el tono más ligero que pudo. No quería estropear el ambiente.

—¿Como cuáles? ¿No pasar la noche juntos?

—No creo que sea bueno que nos exaltemos.

—¿No es eso lo mejor de una aventura?

Vanessa se sentó y se colocó el sujetador y el vestido en su sitio, mientras intentaba pensar en la respuesta más diplomática. Estaba claro que los dos no buscaban lo mismo en aquella relación.

Zac quería demostrarle que estaba equivocada, y ella quería disfrutar del sexo.

—Depende de lo que quieras. Sé que no tenemos los mismos intereses.

La expresión de Zac se ensombreció, pero en vez de retirarse, como habrían hecho la mayoría de los hombres, se quedó allí e incluso se colocó entre las piernas de Vanessa y la abrazó por la cintura, obligándola a mirarlo a los ojos.

—¿Cuáles son tus intereses? —le preguntó.

—El sexo. Nos lo pasamos muy bien en la cama… y en el jardín —añadió con una sonrisa—. 
Sólo quiero divertirme. Las reglas están para impedir que nadie sufra y se eche a perder la diversión.

—¿Qué reglas son ésas? —preguntó Zac, nada complacido.

Vanessa pensó en sus cuatro reglas básicas y decidió que una de ellas ya no podía aplicarse. La regla número uno: no acostarse con un hombre hasta no conocer su historial sexual y su estado mental.

—Pongamos tres reglas. La primera: no pasar la noche juntos. Segunda: no conocernos mutuamente más de lo necesario.

—¿Cómo voy a demostrar mi teoría si no puedo conocerte?

—¿Cómo voy a demostrar que tu teoría no es válida si no mantenemos la distancia entre los dos?

—Estás mezclando las cosas —protestó él.

—Tercera regla: nos concentraremos exclusivamente en el sexo. ¿Queda claro?

—Entonces ¿qué soy yo? ¿Tu pasatiempo sexual?

—Algo así —respondió ella, esperando que no se lo tomara mal.

—No sé cómo vamos a completar nuestro estudio si no estás abierta a la posibilidad de que haya algo más.

—Ni yo sé cómo vamos a llevar a cabo tu investigación si no aceptas estas reglas.

—Las aceptaré si tú aceptas la posibilidad de que pueda haber algo más que sexo entre nosotros.

Vanessa supo que Zac no iba a abandonar, aunque su regla contradijera las de ella.

—De acuerdo, aceptaré que todo es posible —dijo finalmente. Aunque lo que él sugería era tan posible como que a ella le salieran alas y pudiera volar a Marte.

Se levantó de la mesa y se puso el suéter. Besó a Zac una vez más, deseando que la noche acabara bien.

Pero el simple roce de labios bastó para que el deseo volviera a prender en su interior. 
Apenas pudo resistir el impulso de irse a casa con él.

—¿Qué tal si acabamos la visita? —propuso Zac, y Vanessa asintió agradecida.

Le enseñó el resto de la casa, viendo cómo examinaba los armarios, las paredes y los suelos. Comprobó el estado de las ventanas y las instalaciones del cuarto de baño. Parecía tan absorto en su examen, que Vanessa no se atrevió a interrumpirlo.

—¿Y bien? —le preguntó cuando acabaron en el porche delantero—. ¿Cuál es su pronóstico, doctor? —esperaba que declarase la casa como causa perdida.

—Parece que la casa tiene buenos huesos. ¿No lo habías comprobado?

—No he tenido tiempo —dijo, lo cual era cierto en parte, aunque una inquietante sensación le había impedido hacerlo. Ahora veía que la idea de vender la casa la asustaba tanto como quedarse con ella.

—Tendremos que hacerlo, pero en mi opinión sólo necesita un lavado de cara, a excepción del tejado, que habrá que cambiarlo a juzgar por las manchas que he visto en el techo de la planta alta.

—¿Y cuánto me costará ese lavado de cara y la reparación del tejado?

—Depende de lo que quieras. Pero lo mínimo pueden ser unos veinte mil dólares, si hacemos nosotros mismos gran parte del trabajo.

—¿Veinte mil dólares como mínimo?

—Es sólo un cálculo aproximado —repuso él encogiéndose de hombros—. Pero puede que la reparación del tejado cueste la mitad de eso, tal vez más.

—Me haría falta un préstamo… y tendría que dejar mi apartamento y mudarme aquí.

—Buena idea.

Vanessa se imaginó con un mono de trabajo haciendo pedazos una alfombra vieja y se echó a reír.

—No soy exactamente la clase de chica que pueda hacer los arreglos por sí misma.

—Puedes aprender —dijo él con una sonrisa—. Pintar es fácil, y casi todo lo demás es más aburrido que difícil.

—¿De verdad estás seguro de querer implicarte en un proyecto tan grande? —preguntó, peligrosamente cerca de aceptar.

—Por supuesto.

Y entonces Vanessa se imaginó a los dos reformando la casa: sus cuerpos sucios y empapados de sudor… ¿De dónde había salido esa repentina necesidad por quedarse con la casa? Tal vez fuera por la brisa nocturna o por los efectos de haber hecho el amor con Zac. O quizá finalmente estuviera dispuesta a afrontar que, aunque no quería estar atada a la casa, tampoco quería desprenderse de ella.

—De acuerdo —aceptó, sintiéndose un poco mareada—.Vamos a hacerlo.

—Estupendo —dijo Zac con una radiante sonrisa—. Mañana llamaré a un inspector que conozco para que venga a examinarla lo antes posible.

Ella cerró la puerta y se dirigió hacia su coche.

—¿Cuándo podré volver a verte? —le preguntó él.

—Mañana por la noche estoy libre, si necesitas una pareja para tu investigación.

—Magnífico. Creo que aún nos queda mucha investigación por delante.

—Tengo que ir a una fiesta por la tarde. Nos veremos después.

—¿Qué te parece si cenamos en mi casa? ¿A las seis?

—Estupendo, siempre que hagamos algo más que cenar —dijo, recordándose su tercera regla. No podía distraerse por la buena compañía, la buena comida ni la buena conversación.

Era curioso que a ella, toda una profesional en esos asuntos, le resultara increíblemente difícil por primera vez en su vida acatar sus propias reglas.

1 comentario:

  1. me habia olvidado por completo de leer este capi
    cuando vi ke estaba publicado, era muy tarde, y ya no recordaba ke estaba
    bueno, ke me a encantado el capi, me e reido un monton XD XD XD

    "la casa fue kedando en un estado cada vez mas ruinoso"
    osea, echa una mierda! XD XD XD
    a juzgar por lo ke e leido, si XD XD

    la tia de ness estaba decepcionada por ser una organizadora de fiestas vv
    si ella supiera todo su curriculum iba a estar algo mas ke decepcionada!! XD XD XD
    o bueno, tal vez al reves si supiera ke ha hecho de puta para arriba XD XD XD XD

    y me encanta lo ke pensaba su tia de los hombres: simples, faciles de entender y dominados por sus deseos XD XD
    lo a clavao! XD XD

    y al final lo hacen en el jardin XD XD
    no lo dudaba XD
    los vecinos no los verian pero oirlos fijo ke si XD XD XD

    y donde tendria la cabeza ke no sabia ni ke estaba en una mesa

    lo an encho en la mesa donde seguramente ness jugaria a las casitas de niña!!! XD XD XD

    bueno ya as visto porke me e reido tanto XD
    espero con ansias el proximo capi

    bye!
    kisses!

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