Principio número 5:
Una mujer indecente no presta atención a las etiquetas que los demás le pongan. Siempre se define a sí misma por sus propias acciones.
Vanessa no era una mujer que se amedrentara ante un desafío, pero estaba un poco sorprendida por su valor. La teoría de Zac era absurda, ¿o no? Ella nunca había experimentado efectos negativos por haber tenido relaciones sexuales sin compromisos, ¿verdad? No sólo eso, sino que además lo contrario era indiscutible: se sufría precisamente cuando se implicaban los sentimientos.
De acuerdo, no todo habían sido experiencias agradables, pero eso había sido cuando era más joven e inexperta. Ahora dominaba a la perfección el arte del sexo sin compromisos. Y lo demostraría con Zac. De ningún modo iba a quedarse de brazos cruzados y permitir que criticara y condenara su vida personal.
—¿Querrías cenar conmigo esta noche? —le preguntó él.
—¿Quieres decir que no vamos a ir directamente a la cama?
—Mi hermano tiene un restaurante y acaba de cambiar el menú —dijo, ignorando su comentario—. Le prometí que iría a probarlo. ¿Quieres venir conmigo?
—¿Cuál de tus hermanos es?
—Max. Es el mayor, el que tiene una boca enorme. Quizá hayas oído hablar de su restaurante. Se llama Blue Bayou.
—Pues claro que sí —era uno de los mejores de Nueva Orleáns—. He estado allí unas cuantas veces. Me encanta. No sabía que Max fuera el dueño.
—¿Y bien? ¿Te recojo a las siete? Vanessa no estaba segura de por qué la invitación de
Zac la había sentirse más nerviosa que acostarse con él.
—De acuerdo —dijo asintiendo. Él miró su reloj.
—Tengo una reunión. Te llamaré más tarde para que me des tu dirección.
La puerta del local se abrió y entró Finn Connelly, el ayudante de Vanessa, con los brazos cargados de bolsas. Su pelo castaño oscuro perfectamente peinado le indicó a Vanessa que se había pasado la hora del almuerzo en la peluquería, y su elegante y cuidado vestuario que estaba enamorado del peluquero.
—Hola, Finn, ¿recuerdas a Zac Efron, del sábado por la noche?
Finn puso una mueca de complicidad. Se había pasado la semana esperando que Vanessa le contara lo ocurrido en la fiesta del sábado. Pero sabía muy bien que no debía presionarla, y ella no sabía por qué no se lo había contado. Al final, siempre acababa enterándose de la verdad.
—Pues claro —dijo Finn ofreciéndole la mano a Zac.
Después de estrechársela, Zac se despidió y salió de la oficina.
—Está bien, está bien —dijo Vanessa ante la mirada inquisidora de Finn—.Ya sé que te mueres por saber qué pasó.
Finn fingió indiferencia y empezó a sacar de las bolsas los artículos para la fiesta de Audrey.
—¿Qué te parecen estos ositos de peluche?
—Vale, no quieres saberlo —agarró un osito y lo examinó—. Se supone que el bebé va a ser una niña, así que deberíamos pegar algunas flores o algo a la cabeza de los ositos.
—Ya he pensado en eso, querida —dijo Finn, y sacó un ramo de flores de seda y alambre.
Enrolló una en la cabeza de un osito—. ¿Así que el señor Macizo se ha pasado por aquí para pedir que vuelvas a desnudarte? —le preguntó en tono afectado.
Aunque según Finn la curiosidad deshonraba al ser humano, era sin duda la persona más curiosa que Vanessa conocía.
—No exactamente —le encantaba torturar a Finn, así que siguió adornando con flores a los ositos hasta que su ayudante no pudo aguantar más.
—Está bien, maldita sea, si no me cuentas lo que hay entre ese tipazo y tú, voy a vestir a todos estos ositos con bodys de encaje y saltos de cama.
Vanessa sonrió, imaginando la reacción de Audrey al ver a los ositos con lencería. A la vieja Audrey amante de las fiestas le habría encantado, pero a la nueva Audrey obsesionada con los bebés podría darle un ataque.
—Si te dijera lo que hay entre Zac y yo, no te lo creerías.
Finn la miró con ojos muy abiertos y acercó una silla hasta ella.
—¡Oooh! Eso sí que suena bien.
—Te lo contaré todo —bueno, tal vez no todo—, si me prometes llevarme a bailar.
—Trato hecho.
—Zac es profesor de psicología, lo creas o no, y por lo visto es el único hombre de la
Tierra que aún se opone moralmente al sexo sin ataduras.
Finn hizo una mueca.
—Así que es uno de ésos… Una vez salí con un tipo así. Quería volar a Hawai y que nos casáramos allí. Yo quería volar a Cancún a seguir divirtiéndonos. No duramos mucho.
Al menos Vanessa tenía un amigo que entendía su repugnancia por los compromisos.
—El sábado por la noche, Zac estaba un poco bebido e hizo cosas que él jura que no habría hecho estando sobrio.
—¿Cosas malas? —preguntó Finn con una sonrisa.
—Muy malas. Y ahora quiere compensarme.
—Haciendo más cosas malas, espero.
—Ése es el problema. Se siente obligado a demostrarme la validez de su… —intentó adoptar su tono más grave y serio—. Teoría de la Relatividad Sexual, que demuestra el impacto negativo que el sexo sin ataduras puede tener en la salud emocional.
—Vaya, vaya… Pues yo tengo algunas historias que le encantaría oír.
—Quiere que lleguemos a conocernos mutuamente.
—¿Y cuál es el problema?
—¿Que cuál es? ¿Acaso querrías tú que alguien te estudiara para demostrar lo mal que tienes la cabeza? —preguntó ella, omitiendo el hecho de que se había presentado voluntaria para aquella supuesta investigación.
—Cariño, no me hace falta un estudio para probar eso.
—El problema es que es un hombre irresistible, sobre todo en la cama. No puedo rechazar una oportunidad para repetir lo del sábado por la noche.
—Pero esa noche él estaba como una cuba —observó Finn con una ceja arqueada—. Quizá sea un pelmazo cuando no está bajo los efectos del alcohol.
— ¡Exacto! Entonces mi problema quedará resuelto. Podré mandarlo a paseo y él tendrá una prueba concluyente de que soy una persona emocionalmente inestable.
Finn acabó de adornar un osito y lo colocó sobre la mesa.
—Nunca es tan fácil, ya lo sabes.
—Pues claro que será fácil. ¿Qué puede fallar?
—Para empezar, podrías enamorarte de él.
Vanessa se echó a reír, aunque al mismo tiempo se sintió incómoda por el comentario. Y es que, además de ser irresistiblemente atractivo. Zac le había demostrado ser un hombre interesante y divertido.
—Eso es muy improbable. Él detesta las fiestas. ¿Quién podría ser menos adecuado para mí que un hombre que odia las fiestas?
—Ya sabes que los polos opuestos se atraen. Creo que te vendría bien estar con alguien serio y tranquilo que compensara tu exceso de energía.
—Bueno, sea como sea, no voy a enamorarme de él, porque no estoy en absoluto interesada en una relación seria. Tan simple como eso.
Ella era una mujer indecente que seguía los pasos de las mujeres indecentes que la habían precedido. Era una tradición familiar, y no iba a renegar de la vida que deseaba.
Finn se encogió de hombros y se levantó de su silla, recogió los ositos y los volvió a meter en las bolsas.
—Te engañas a ti misma, querida.
Tal vez se engañara, sí. Pero ¿estaba dispuesta a perder la oportunidad de pasar otra noche con Zac? Ni hablar.
Estaba a punto de protestar cuando sonó el teléfono. Vanessa respondió e inmediatamente reconoció el acento criollo de su casero al otro lado de la línea.
—Señorita Vanessa, la llamo para comunicarle que he vendido el edificio que tenía alquilado y que el nuevo propietario quiere que se marche de allí.
Finn vio su expresión de horror y gesticuló con los labios preguntándole qué pasaba. Ella lo ignoró y siguió escuchando a su casero, que le explicaba los planes del nuevo dueño para transformar el local en una tienda de baratijas y artículos de vudú para turistas. Cuando colgó parpadeó para contener las lágrimas.
—¿Qué pasa? —preguntó Finn.
—Han vendido el edificio y tenemos que irnos de aquí antes de final de mes.
—Estás de broma, ¿verdad?
—Era el casero. No es ninguna broma.
Finn rodeó el escritorio, la hizo levantarse y le dio un fuerte abrazo. Pero Vanessa no estaba dispuesta a ver aquello como una tragedia; sólo como otro revés en su vida. Tener que encontrar un nuevo local antes de un mes estaba lejos de ser la situación ideal, pero todo tenía su lado bueno. Tal vez encontrara el lugar perfecto para su negocio… un lugar tan perfecto que atrajera a más clientes de los que pudiera recibir.
O no.
—Supongo que podríamos llevar el negocio desde mi apartamento si para final de mes no hemos encontrado nada.
Finn negó con la cabeza.
—Encontraremos algo, no te preocupes. ¿Qué tal la casa de tu tía? He pensado que sería un sitio magnífico para albergar fiestas.
—Salvo que está en un estado lamentable, y no tengo ni idea de cómo reformarla.
—Si no tuviera que ir a clase me encantaría ayudar. Siempre he querido ponerme un cinturón de herramientas y manejar un taladro.
Finn trabajaba a media jornada para Vanessa mientras asistía a clases de cocina. Con frecuencia se encargaba del catering para las fiestas que organizaban, y mientras más aprendía en la academia, más se demandaban sus servicios.
—Estoy segura de que estarías fabuloso con un cinturón de herramientas, pero tendrás que buscarte otro sitio para tus reformas, porque voy a vender la casa. ¿Te importaría salir a comprar el periódico? Tengo que empezar a mirar los anuncios inmobiliarios.
—Enseguida te lo traigo —dijo Finn, y salió de la oficina.
Vanessa miró el solitario osito que quedaba en el escritorio. No tenía tiempo para lamentarse por su situación cuando aún le quedaba mucho por hacer para la fiesta del día siguiente… sin mencionar su cita con Zac.
Cuando se le aguaba la fiesta, era una verdadera inundación.
Zac aparcó frente a la imponente mansión que Vanessa le había indicado por teléfono. Le había pedido que la recogiera en casa de su tía porque necesitaba mirar algo allí para su negocio. La mansión de color rosa claro había conocido tiempos mejores, pero sólo con mirarla se adivinaba su historia. A Zac le encantaban las casas viejas de Garden District, y ésa en concreto necesitaba más cuidados y atención que ninguna otra.
Subió por la deteriorada acera hasta el porche y llamó a la puerta, con el cuerpo tenso por la anticipación de volver a ver a Vanessa.
Cuando ella abrió, Zac se quedó desconcertado ante su belleza. Se había cambiado la ropa del trabajo por un vestido rojo con florecillas y un suéter rosa sobre los hombros. Era la primera vez que la veía con un aspecto tan femenino, tan encantador, tan irresistible. Miss
Zorro podía ser muy sexy, pero Vanessa lo era aún más.
—Hola… Estás guapísima.
—Tú tampoco estás mal.
—Menuda casa tienes aquí.
Ella se encogió de hombros.
—Necesita muchas reformas. Voy a venderla tan pronto como encuentre un buen agente inmobiliario.
Zac reprimió el deseo de protestar. Sería una lástima vender una casa familiar como aquélla, pero pensó que sería mejor reservar sus comentarios hasta que conociera mejor la situación.
—Me muero de hambre —dijo ella—, ¿nos vamos?
—Claro, aunque me gustaría echar un vistazo a la casa más tarde, si tienes tiempo.
—¿Sabes algo de reformas?
Teniendo en cuenta su obsesión por arreglarlo todo, sí que sabía algo. La casa de Zac, construida en los años veinte, estaba tan necesitada de reformas cuando la compró, que se había pasado meses trabajando en ella.
—Es una especie de hobby para mí.
—Entonces tal vez podrías darme algunos consejos sobre lo que hacer con este sitio antes de venderlo.
—Tendrás más consejos de los que quieras oír —le advirtió él—. Sólo estamos a unas manzanas del restaurante, por si quieres caminar.
Ella cerró la puerta y se volvió hacia él con una sonrisa.
—Me has leído el pensamiento.
Hacía años que Zac no paseaba por Garden District, y hacerlo con Vanessa fue un regalo inesperado. Se deleitó con el silencio de las calles, el olor otoñal que impregnaba el aire, la decadente belleza del barrio…
—¿Así que creciste aquí?
—Desde que puedo recordar, sí —dijo ella—. Aquí viví hasta que fui a la universidad.
—¿Y ahora?
—Tengo un apartamento a las afueras del Barrio Francés.
Zac sintió el impulso de tomarla de la mano mientras caminaban, pero supuso que ella se resistiría. Estaba dispuesta a ir directamente a la cama, pero no a otras formas más delicadas de romance.
—Pareces estresada. ¿Te preocupa algo? —le preguntó al notar que caminaba con los hombros tensos.
—Lo siento. Hoy me he enterado de que debo buscar otro local para mi negocio. Y luego están los problemas con la herencia de mi tía.
Le explicó que habían vendido el edificio y Zac no pudo comprender por qué Vanessa no parecía ver la solución más obvia al problema.
—¿Has pensado en instalar la oficina en casa de tu tía? —le preguntó finalmente.
—Finn me sugirió lo mismo, pero no creo que sea una buena opción.
—¿Por qué no?
—Ya has visto la casa. Es una ruina.
—Seguro que su estructura es sólida. Sólo necesita unos cuantos arreglos para mejorar su aspecto. Algo muy sencillo.
—¿Sencillo para quién?
—Yo podría ayudarte.
Ella lo miró con suspicacia, como si sospechara que aquello era parte de su plan.
—Es una oferta muy generosa. No puedo aceptarla.
—Pero yo ya he hecho todo lo que podía en mi propia casa. Me harías un favor si me dieras un nuevo proyecto en el que trabajar.
Zac no sabía por qué lo entusiasmaba tanto aquella mansión, pero nada más verla había adivinado su potencial. Era un diamante en bruto que merecía recuperar su belleza original.
Ella no dijo nada más, y Zac decidió no insistir en el tema. Vanessa no parecía de humor para sermones.
Lo intentaría más tarde.
Llegaron a la zona comercial donde estaba el restaurante de Max, y mientras pasaban frente a las tiendas de música y antigüedades, Zac se dio cuenta del error que había cometido al llevar a Vanessa al local de su hermano. No sólo conseguiría que lo asaltara a preguntas más tarde, sobre todo si Max reconocía a la stripper de la fiesta, sino que tanto
Vanessa como él serían objeto de miradas curiosas durante la cena.
Se había preocupado tanto de probar el nuevo menú que había olvidado los problemas que le acarrearía presentarse en el Blue Bayou con Vanessa.
En cuanto entraron, fueron recibidos al instante por Delia, la mujer de Max, que estaba en el mostrador hablando con otra mujer. No trabajaba regularmente en el restaurante, pero sí lo hacía de vez en cuando para cubrir alguna suplencia o si había mucho trabajo.
—Hola, Delia. ¿Trabajas esta noche?
—No —respondió su cuñada con una sonrisa—. Sólo he salido a cenar con una vieja amiga.
Su mirada se posó en Vanessa, quien le sonrió y la saludó.
—Me resultas familiar —dijo Delia, aunque no pareció relacionarla con la stripper de la fiesta.
Vanessa miró de reojo a Zac y él recordó que tenía que presentarlas.
—Delia, ésta es Vanessa Hudgens, mi encantadora pareja para esta velada; Vanessa, ésta es mi encantadora cuñada, Delia Efron.
El brillo en los ojos de Delia indicaba que se moría por saber más de su cita, pero como sabía ser discreta esperaría a estar a solas con Zac para preguntarle.
Después de intercambiar los obligados comentarios formales, apareció una camarera y los condujo a una mesa junto a la ventana. Les ofreció una carta a cada uno.
—Les recomiendo la crema de marisco y la tilapia con salsa de cangrejo —sugirió, mencionando lo que debían de ser dos platos nuevos en el menú.
Cuando se marchó, Vanessa miró furiosa a Zac.
—Espero que tu cuñada no me haya reconocido sin el látigo.
—¿La recuerdas de la fiesta?
—¿La que se puso a bailar en lo alto de la barra?
—No recuerdo muy bien los detalles de la fiesta, pero eso parece propio de Delia.
—Parece que tienes una familia muy divertida.
—Sí, la verdad es que podría calificarse como divertida —y también como entrometida, ruidosa e irritante—. Delia es la mejor. De hecho, me recuerda mucho a ti.
—¿Ah, sí?
—Le gusta la diversión más que a nadie. Antes de que ella y Max tuvieran hijos, sus locuras eran legendarias.
Una extraña expresión cubrió el rostro de Vanessa, pero Zac decidió no preguntarle nada.
—Así que decidió convertirse en madre y echar raíces.
—Más o menos —dijo él—. Aunque siempre he sospechado que su faceta salvaje sigue acechando bajo la superficie.
Una camarera que Zac no reconoció llegó para tomarles nota de las bebidas. Al marcharse, los dos abrieron a la vez los menús. La camarera volvió con las bebidas y encargaron sus platos.
Cuando volvió a irse, reapareció Delia, acercó una silla a la mesa y le dedicó una sonrisa cómplice a Vanessa.
—Mi noche de chicas se ha visto cortada por la inesperada fiebre del hijo de mi amiga.
—Lástima —dijo Vanessa—. Pasar tiempo con las amigas es esencial.
—Y que lo digas. Es la primera vez que salgo por mi cuenta en años —sonrió—. Pero basta de hablar de mí. Si necesitas saber los trapos sucios de Zac, los conozco todos.
—¿Trapos sucios? ¿Quieres decir que tiene un sórdido pasado que yo debería conocer? —le sonrió a Zac, quien estaba seguro de que los trapos sucios a los que se refería Delia no eran más que los horribles cortes de pelo que había lucido en el instituto.
—Hay que tener cuidado con él. Su fachada de chico bueno no es una fachada en absoluto.
Así es como ha cazado a incontables mujeres.
Zac había salido con muchas mujeres, pero siempre había sido sincero con ellas, aunque eso significara ser un chico bueno.
O así había sido hasta ahora, pensó mirando a Vanessa. Su pequeña mentira sobre la Teoría de la Relatividad Sexual lo agobiaba, pero aún tenía que pensar en una manera para hacer las cosas bien sin echar a perder su oportunidad con ella.
O bien le mentía ahora, y tal vez sacara algo bueno más tarde, o bien le decía la verdad… y conseguía que lo dejara plantado.
—Estoy segura —dijo Vanessa—. A mí me ha cazado.
¿Cómo? Que él supiera, Vanessa seguía tan libre como un pájaro.
—Basta de halagos, por favor, o conseguiréis que me ruborice —dijo, y las dos mujeres se echaron a reír.
—¿Dónde os conocisteis? —preguntó Delia.
Zac y Vanessa intercambiaron una mirada. ¿Cómo explicarlo?
—Nos conocimos bailando —se apresuró a responder Vanessa, lo cual era cierto.
Pero Delia no se lo tragó.
—¿Nuestro Zac, el señor Serio, bailando? Su fiesta de cumpleaños la semana pasada fue la primera vez que lo vi… —a Delia se le quebró la voz al relacionar a Vanessa con la
stripper—. Claro… Vanessa era la mujer de la máscara y la capa —dijo, y soltó una carcajada—. Siempre pensé que podías ponerle un toque salvaje a tu vida.
—Eh, yo también tengo un lado salvaje —protestó él—. A veces.
Delia se volvió hacia Vanessa, conteniendo la risa.
—Su idea de ser salvaje es no pagar los impuestos a tiempo.
¿Así era como lo veía su familia? ¿Como un pesado rígido y aburrido? Siempre había creído que sus actividades favoritas, como escalar y hacer rappel, eran bastante emocionantes y arriesgadas.
—Dame un respiro, ¿quieres? —le dijo a Delia lanzándole una mirada de advertencia—.
Estoy intentando impresionar a esta señorita.
—Sabes que sólo estoy bromeando. Seguro que no tienes problemas para impresionarla.
Vanessa le dedicó una sonrisa tan enigmática que Zac deseó llevársela de allí para hacerle al amor enseguida.
—Dime, ¿cómo es eso de ser una bailarina exótica? —le preguntó Delia a Vanessa—.
Apuesto a que tienes muchas anécdotas.
—Sólo una —respondió ella—. Me temo que la del sábado pasado fue mi primera y única actuación.
—¿Qué quieres decir?
—Sólo estaba… eh… sustituyendo a otra persona. Mi trabajo consiste en organizar fiestas.
—¡Oh! —exclamó Delia, y siguió atando cabos—. ¿Tú eres la organizadora de fiestas que contrataron Max y Paul?
—Sí, me conocían porque hace unos meses organicé una fiesta para el mejor amigo de Paul.
Delia parecía absolutamente impresionada.
—Debe de ser un trabajo muy entretenido. ¿Cuál ha sido la fiesta más interesante que has organizado?
Vanessa empezó a relatar una historia sobre una fiesta para un grupo de ejecutivos italianos que salió bastante mal, con ganado suelto incluido. Delia rió hasta que se le saltaron las lágrimas. Incluso parecieron olvidarse de que Zac estaba allí.
—Pero mi fiesta favorita fue la de Zac, sin duda —dijo Vanessa, mirándolo—. Siempre quise hacer un striptease para el hombre adecuado.
Delia captó la indirecta y se levantó.
—Os dejaré solos. Creo que iré al centro comercial antes de que cierre, pero me encantaría charlar más contigo, Vanessa. Tal vez podríamos quedar para tomar un café.
—A mí también me gustaría mucho —dijo ella con una sonrisa radiante.
—El nuevo menú parece estupendo, por cierto —dijo Zac, intentando no imaginarse lo que las dos mujeres podrían decir de él cuando estuvieran solas.
—Díselo a Max. Se ha pasado semanas agobiándose por el maldito menú.
—¿Toda tu familia es tan maravillosa? —preguntó Vanessa cuando se quedaron solos.
—Soy bastante afortunado. Aparte de ser un poco raros, son buena gente.
A la luz de las velas, Vanessa parecía más resplandeciente que nunca, y Zac pensó lo bien que encajaría en su alborotadora familia. Pero entonces recordó por qué estaban juntos, porque le había mentido y ella se había ofrecido voluntaria para un estudio ficticio, y apartó esos pensamientos.
Tendría suerte si volvía a hablarle cuando descubriera la verdad. Y debería confesársela ya. La conciencia lo acuciaba a sincerarse. Intentó pensar en las palabras adecuadas:
«Vanessa, no hay ninguna Teoría de la Relatividad Sexual. Sólo quería engañarte para que salieras conmigo».
Si se lo decía en ese momento, tal vez lo perdonara. O quizá se fuera y nunca volviera a darle una oportunidad.
Bajo la mesa, sintió que ella le acariciaba la pierna con su pie desnudo y lo metía entre sus muslos. Los dedos le rozaron la entrepierna, y entonces cambió rápidamente de opinión. No eran palabras lo que estaba a punto de soltar.
JAJAJA QUE FAMILIA
ResponderEliminarTAN PECULIAR TIENE
ZAC!!!!!!!!!!!!!!
QUE MAL LA PASA
NESS CON LO DE
SU NEGOCIO Y QUE
BIEN Q ZAC LE
VALLA A AYUDAR
A HACER LAS
REFORMAS!!!!!!!!!!
ESPERO QUE LES
VALLA BIEN CON
CITA Y Q NO TENGAN
MAS INTERRUPCIONES!!!
SIGUELA PRONTO!!!!!!!!
XDXDXD
ResponderEliminarme encanto este capi
me rei mucho! XD XD
aunke pobre nessi con lo de su local :S
pero zac la ayudara!
me encanta delia, ke maja XD
y la verdad no hace falta ningun maldito estudio para confirmar ke a ness le falta un tornillo XD
o una docena XD XD XD
y como zac le diga la verdad, la caricia en los muslo se convertira en patada XD XD
siguela prontito eh!
bye!
kisses!
me encata tu nove pero tengo una duda: porque tantos inicios?
ResponderEliminarSiguelaaa! :)
karen