Principio número 3
Una mujer indecente sabe que la victoria es la recompensa al descaro.
—Te vendría bien tomar una ducha caliente —dijo Vanessa al acabar su última taza de café, mientras Zac comía con escaso apetito.
Nada más decirlo se dio cuenta de que, aun habiéndolo dicho con su mejor intención, sonaba como una invitación de lo más erótica.
Una media sonrisa curvó los labios de Zac.
—No creo que pueda sostenerme de pie tanto tiempo.
—No deberías beber si te deja en un estado semejante y hace que te acuestes con desconocidas.
—Tienes razón, pero no te preocupes. Estaré bien en unas horas.
—No soporto verte sufrir así.
—Confía en mí; he aprendido la lección. Se acabó el alcohol para sobrevivir a una fiesta.
—¿Tanto las odias?
—Una vez tuve que salir por la ventana para escapar de una fiesta en la universidad.
Menos mal que no había buscado más que diversión, pensó Vanessa, porque Zac y ella eran polos opuestos. Lo único que tenían en común era la cama. Razón de más para alegrarse de que la aventura fuera pasajera.
Zac acabó su taza de café y soltó un suspiro ronco. Entonces a Vanessa se le ocurrió una idea… Una idea brillante.
—¿Qué te parece si te ayudo a bañarte?
—Creo que puedo arreglármelas solo.
—Tú enjabonas y yo enjuago.
—No tienes que hacer eso —dijo él, aunque por su tono era obvio que la idea lo tentaba.
—Iré a abrir el grifo para ir calentando el agua —respondió ella con una maliciosa sonrisa.
Unos minutos después, la bañera estaba medio llena de agua caliente y una nube de vapor impregnaba el cuarto de baño. Vanessa había encontrado aceites perfumados entre los utensilios, y el aire olía a menta. Fue hacia la puerta del baño y le indicó con el dedo a Zac que se acercara.
Se sentó en el borde de la bañera y vio cómo se quitaba los vaqueros y se introducía en el agua. Tenía el cuerpo de un atleta, y Vanessa sabía por las fotos que practicaba el baloncesto y el tenis. Una extraña combinación que lo había dotado de un físico envidiable.
—Hay espacio suficiente para dos —dijo él cuando estuvo sentado en la bañera.
—Créeme, ya me he dado cuenta —se levantó y dejó caer la bata al suelo. A continuación, le acercó una toalla y le hizo levantar la cabeza. Una vez se la hubo colocado en la nuca, se metió en la bañera y se colocó entre sus pies.
—Gracias —dijo él con los ojos cerrados.
—Tú relájate, que yo me ocupo de lavarte.
Se vertió un chorro de gel en las manos y empezó a aplicárselo por el pie izquierdo. Le masajeó suavemente la carne de la pantorrilla y el muslo, y luego siguió con el otro pie, prestando especial atención a los músculos importantes. No había nada tan delicioso como un masaje, como corroboraban los gemidos roncos de Zac.
Eludió la zona inguinal y siguió subiendo por el vientre y caderas de camino al pecho. Cuando presionó los dedos en los pectorales buscando la tensión, observó la mezcla de relajación y frustración en el rostro de Zac. Y cuando sus caderas se retorcieron y su erección se pegó contra ella, supo qué emoción estaba ganando.
Se apartó un poco y siguió masajeándolo, sin poder evitar una sonrisa cuando él gruñó y la miró ceñudo. Le trabajó los hombros y el brazo izquierdo. El deseo crecía en su interior, así que se obligó a pensar en otra cosa mientras le aliviaba la tensión de bíceps y el antebrazo. Estuvo pensando durante un minuto en los impuestos que debía pagar por la herencia de su tía, hasta que recordó el placer que le habían dado horas antes los dedos de
Zac. Se esforzó por seguir pensando en la herencia mientras pasaba al otro brazo, y cuando acabó en la mano derecha, casi había triunfado en sofocar su deseo.
Casi.
—Siéntate y te enjabonaré la espalda —le dijo mientras intentaba rodearlo. Pero él la agarró por la cintura y tiró de ella, derramando el agua de la bañera y haciendo que sus bocas quedaran a escasos centímetros de distancia.
—Te deseo —susurró, y esas dos palabras la hicieron estremecerse.
Ella también lo deseaba. Era una necesidad tan básica que no podía imaginarse la vida sin tener su cuerpo apretado contra el suyo.
—De acuerdo, pero antes tengo que acabar el masaje —dijo con una sonrisa maliciosa.
—Te encanta hacer las cosas del modo más difícil, ¿verdad?
—Mmm… —murmuró ella apretando las caderas contra él.
Zac no dijo nada, pero la soltó y dejó que se sentara a su espalda. Vanessa extendió las palmas sobre la parte inferior de su espalda, deteniéndose cuando encontraba un punto de tensión. Mientras lo hacía, empezó a preguntarse por el hombre con el que compartía una bañera. Apenas sabía nada de él.
—¿Por qué no me cuentas algo de ti? —le preguntó, dándose cuenta demasiado tarde de que estaba rompiendo la regla número dos para una aventura con éxito: saber lo menos posible de la otra persona.
—¿Como qué? —preguntó él con voz perezosa.
—¿A qué te dedicas?
—Soy psicólogo de organización.
—¿Y eso qué es? ¿Organizas a los desequilibrados mentales en filas?
Él sonrió.
—Ayudo a las empresas que tienen problemas de organización. Además doy clases en Tulane.
Vanessa intentó imaginarse a Zac dando clases en un aula, pero no pudo más que visualizarlo apoyado contra un escritorio, sin camisa, siendo adulado por una manada de alumnas en celo.
—Eso no encaja con tu imagen.
—¿Por qué no?
—No sé… será porque tus hermanos no me dijeron que trabajaras.
—Mis hermanos aún no se han enterado de que me gradué en la universidad.
Vanessa siguió trabajándole los hombros mientras cambiaba la imagen mental que tenía de él, de un juerguista macizo a un psicólogo serio y estudioso. Odiaba pensar lo que podría haber pensado de ella la noche anterior; hacerse pasar por una stripper y acostarse con un desconocido no sugería nada bueno de su equilibrio mental.
—¿Eres una de esas personas a las que les gusta analizarlo todo hasta el fondo?
—Alguna vez me han acusado de eso —dijo él, mirándola por encima del hombro con una triste sonrisa—. Pero yo nunca lo admitiré.
—¿Y qué admitirás?
—Que tomé un puñado de clases de psicología en la universidad porque pensé que eran fáciles. Mi especialidad era la química, y estaba camino de convertirme en un científico misántropo e insociable cuando descubrí que me gustaba mucho más la psicología.
—«Misántropo» e «insociable» no me parecen los mejores adjetivos para describirte.
—Seguramente no pensarás lo mismo si llegas a conocerme.
Lástima que ella no tuviera intención de conocerlo fuera de la cama. Parecía un hombre interesante.
Acabó el masaje, y cuando Zac se giró para mirarla, tuvo que hacer un gran esfuerzo para no arrojarse sobre él.
—Escucha, Vanessa, lo de anoche fue increíble, pero esta charla me ha recordado todas las razones por las que no deberíamos ir más lejos.
¿Cómo? ¿Había decidido que era demasiado alocada para acostarse con ella otra vez?
—Por mucho que lo desee —siguió él, antes de que ella pudiera pensar una respuesta—, sé que no deberíamos volver a hacerlo… —miró su cuerpo desnudo— hasta que nos conozcamos mejor.
Maldición, las cosas no iban como ella había deseado.
—¿Qué pasa? ¿Tengo mal aliento? ¿Ronco?
—Nada de eso. Lo siento. Anoche no era yo. Me gustaría conocerte y ver si somos compatibles antes de acabar en la cama.
—Pero ya hemos acabado en la cama —arguyó ella.
—Sí, el problema es que eres tan increíblemente sexy que estoy en peligro de perder mi autocontrol.
—Con lo cual estarías violando tus principios.
—No quiero que ninguno de los dos haga algo de lo que pueda arrepentirse.
De repente, Vanessa se sintió ridícula estando desnuda y arrodillada en la bañera. Empezó a levantarse, pero Zac la detuvo con una mano en la cadera.
—Lo siento —le dijo—. Esto no debería haber pasado, pero me encantaría que empezáramos bien desde el principio, que tuviéramos una cita y nos conociéramos.
Genial. Realmente genial. Primero fallecía su tía y le dejaba un desastre de herencia; luego, su mejor amiga se comprometía; y ahora ¿eso? ¿Había encontrado al único hombre de la Tierra que estaba moralmente en contra del sexo sin ataduras?
—Gracias pero no —espetó, pasando de sentirse ridícula a furiosa—. No me interesan las citas en este momento —se levantó, agarró una toalla y salió de la bañera y del cuarto de baño desnuda y chorreando agua, sin saber muy bien por qué estaba tan enfadada.
—¡Vanessa, espera! —gritó Zac saliendo de la bañera. Ella se apresuró a secarse y agarró el vestido del suelo—. No te vayas así.
—Ha sido divertido —dijo, volviéndose hacia él con una sonrisa forzada mientras se subía la cremallera—. Pero no te sientas obligado a hacer lo que creas correcto. No estoy buscando ningún compromiso.
—¿No te parece que estás exagerando un poco?
¿Lo estaba? Tal vez, pero ¿acaso no tenía derecho a exagerar su reacción cuando todo iba tan mal? No se molestó en contestarle mientras se ponía las botas y agarraba las braguitas y el bolso del suelo.
La expresión de Zac se ensombreció cuando ella abrió la puerta y salió, pero como estaba desnudo y empapado no podía perseguirla.
—No te vayas así.
—Ha sido un placer conocerte, adiós —dijo, cerró la puerta y se marchó.
organizadora de fiestas
ResponderEliminarstriper
puta
y masajista
menudo curriculum!!! XD XD XD
y en cuanto a irse dejando a zac desnudo y mojado...
se va a arrepentir! XD XD
por cierto, los espacios en esta nove estan genial
asi es mucchisimo mas comodo leer
publica pronto!
bye!
kisses!