jueves, 28 de junio de 2012

Capitulo 13.


Principio número 13:
Una mujer indecente toma lo que quiere cuando no puede conseguirlo por otros métodos.

Zac escuchaba a Finn mientras desembalaban las cajas, consciente de que estaba siendo objeto de una propaganda pro Vanessa. No le importaba. De hecho, le parecía genial que Vanessa tuviera un amigo tan fiel. Finn se había pasado la última hora hablando de lo inteligente y maravillosa que era Vanessa, y Zac había mantenido la boca cerrada. Él ya sabía lo fantástica que era, pero era interesante oír cómo la describía otra persona.
Sospechaba que Finn sólo intentaba preparar el terreno para sonsacarle información. 

Después de todo, ¿qué buen amigo no querría buscar los trapos sucios de un amante? Y sus sospechas quedaron confirmadas cuando Finn le preguntó en tono despreocupado:

—¿Y cuáles son tus intenciones con Vanessa?

—¿Mis intenciones? —repitió Zac sonriendo, como si lo estuviera interrogando un padre 
protector.

—¿Vas en serio con ella?

—Yo sí, ella no.

Finn estaba sacando unos catálogos de una caja y colocándolos sobre la mesita.

—Creo que Vanessa tiene motivos, si sabes a lo que me refiero.

—Lo sé —se apoyó contra el escritorio y se cruzó de brazos. No podía ayudar a sacar cosas si no sabía cuál era su sitio.

—Pero eso no significa que no pueda ser conquistada. Sólo necesita al hombre adecuado.

Zac había estado seguro de ser ese hombre, pero empezaba a dudarlo. Apenas habían hablado desde el incidente con la pintura, y seguro que si por ella fuera, no volverían a hablar nunca más.

En vez de acercarse, parecían estar cada vez más distanciados. Vanessa hacía todo lo posible por evitarlo, y él no podía conquistarla si ella no quería ser conquistada.

—Puede que me esté metiendo donde no me llaman —dijo Finn—, pero suelo tener buen ojo con estas cosas, y creo que tú eres el hombre adecuado para ella. No abandones, ¿de acuerdo?

Zac asintió, sintiéndose un poco extraño de sincerarse con un desconocido.

—Aún no he abandonado.

La puerta principal se abrió y entró el sujeto de la conversación.

—Hola, chicos —saludó Vanessa con una sonrisa.

—Hola, Vane —respondió Finn—. Estaba a punto de irme —miró su reloj—. He quedado para cenar.

—Gracias por tu ayuda —dijo ella—. La visita a la tienda de novia fue un éxito, pero puede que necesite tu ayuda para algo más.

—Puedo volver mañana, si quieres que te ayude a seguir desempaquetando.

—Gracias, pero me refiero a la boda de Rebecca. ¿Crees que podrías convencer a tu amigo el modisto para que diseñe el vestido de la dama de honor?

—Supongo que lo haría por un buen precio. Pero se negará rotundamente a hacer vestidos feos.

—Rebecca quiere una boda estilo años veinte. Estamos pensando en rojo, abalorios y borlas… algo verdaderamente impactante.

—Suena bien. Hablaré con él.

—Gracias, Finn. Te debo una.

Una vez que se despidieron y Finn se marchó, Vanessa se volvió hacia Zac y suspiró.

—Espero que no te haya acosado mucho a preguntas.

—Sólo estaba cuidando de tus propios intereses.

—Me lo imagino.

Zac no sabía qué hacer ahora que estaba solos. Quería tomarla en sus brazos y llevarla al jardín secreto, donde la pasión borraría todas las dudas que Vanessa tenía sobre él. Pero al mismo tiempo debía sincerarse con ella. Tenía que confesarle que su teoría sólo era una excusa para estar a su lado y… ¿por qué no?, decirle que la amaba. Si ella era la mujer de su vida, no se asustaría de sus sentimientos.

Cada vez que intentaba decirle la verdad, se le hacía un nudo en la garganta, o se enzarzaban en una discusión, o Vanessa hacía algo para distraerlo. Y si no había otra excusa, bastaba con mirarla a los ojos para que lo abandonara el valor.

—¿Qué te pasa? —le preguntó ella—. Otra vez pareces sumido en tus pensamientos.

Aquélla era su oportunidad. Vanessa se la había servido en bandeja de plata. Sólo tenía que abrir la boca y decir la verdad.

—Estaba pensando que…

—¡Oh, Dios mío! No puedo creer que hayas encontrado esto —exclamó Vanessa, agarrando de la mesa un muñeco andrajoso de vudú, como los que vendían en las tiendas turísticas—. Es Francois, mi muñeco de la buena suerte.

—¿Se te había perdido?

—No lo había visto en meses —lo dejó cuidadosamente junto al monitor del ordenador, y 
Zac se recordó que la oportunidad seguía abierta. Aún podía decírselo.

—Vanessa, tenemos que hablar.

—Tienes razón —dijo ella volviéndose hacia él—. Te agradezco mucho la ayuda que me has prestado estas semanas y hoy también, y siento haber estado un poco distante…

—No me refiero a eso.

Una expresión de pánico cruzó los ojos de Vanessa.

—No seas muy duro, ¿de acuerdo? Estoy estresada, y puede que no me comporte tan bien como debería.

—Vanessa…

—Intento solucionar lo de la herencia de mi tía, dejar la casa preparada, trasladar aquí mi negocio, atender a mis clientes y sus fiestas, ayudar a Rebecca con su boda… Y supongo que no sé qué hacer con nuestra relación.

—Tengo algunas ideas —dijo él.

Ella sonrió pícaramente e ignoró su comentario.

—Deberíamos preguntarle a Francois. Sabe todas las respuestas —agarró el muñeco y lo miró—. Francois, siento que hayas pasado seis meses en una caja. ¿Me perdonas? —miró a Zac—. Dice que aún no está seguro —volvió a mirar al muñeco—. ¿Crees que podrías darme algún consejo?… Dice que escuchará nuestro problema, pero que no puede garantizar una respuesta… Zac y yo no estamos de acuerdo en el sexo. Yo creo que deberíamos hacerlo sin más compromisos, y él piensa que eso es imposible.

Zac la tomó de la mano y la acercó de un tirón, sujetándola por la cintura.

—¿Vas a dejar de luchar contra esto?

—No estoy luchando contra nada. Sólo estoy siendo realista.

—Pensar que podemos seguir haciendo lo mismo sin sufrir consecuencias negativas no es ser realista.

Vanessa lo fulminó con la mirada y se soltó de su abrazo.

—Tienes razón. Eres incapaz de divertirte sin más. Siento haberte sobreestimado.
Aquello no iba como Zac había planeado.

—Será mejor que lo dejemos aquí, antes de que alguno diga algo de lo que podamos arrepentimos —dijo él.

—¿Siempre tienes que ser tan condenadamente tranquilo? ¿Nunca pierdes los nervios?

Desde luego que sí, los había perdido en el momento en que conoció a Vanessa.

—¿Te sentirías mejor si lo hiciera?

—Ahórrate la psicología, ¿vale? Quiero que te comportes como un hombre normal que tenga una discusión con su novia, no como el doctor Zac Efron… —se calló bruscamente, como si se hubiera percatado de su desliz.

El mismo Zac se había quedado atónito. ¿Novia? Eso era lo más cerca que Vanessa había estado de admitir que eran algo más que amantes.

—No pretendo sugerir que yo sea tu novia —dijo ella—. Sólo quiero decir que…

—¿Te gustaría que me comportara como si lo fueras?

—¡No! —exclamó, roja como un tomate—. Sólo quiero que te comportes como un hombre y no como un psicólogo.

—¿No puedo ser las dos cosas?

—¿Ves a lo que me refiero? En vez de discutir conmigo, sigues haciéndome preguntas irritantes. ¡Los hombres normales no hacen eso!

—Entiendo que mis preguntas te parezcan irritantes si no quieres examinar tus actos.

—Oye, ya sé que te dije que participaría en tu investigación, pero no creo que esto funcione. ¿Puedes encontrar a otra persona a la que volver loca?

Ahora sí que estaba clara su oportunidad. Allí, en aquel momento. Y ella ya estaba enfadada, así que no tenía que preocuparse por sus cambios de humor. Pero al confesarse estaría sellando su destino, porque ella no querrá volver a verlo.

—No, no puedo. Te deseo a ti —se acercó y le cubrió la boca con la suya.

Max siempre decía que cuando todo lo demás fallara con una mujer, la hiciera callar con un beso. Por una vez, le hizo caso a su hermano.

Vanessa se puso rígida al principio, pero poco a poco se fue derritiendo contra él. Le rodeó el cuello con los brazos y canalizó toda su furia en un beso ávido y desesperado. Y 
Zac entendió rápidamente los peligros del método de Max, porque ahora quería mucho más.

Pero no podía. No ahora. Tenía que ser sólo un beso, un simple roce, así que se obligó a separarse, aunque siguió abrazándola.

—Tenemos que dejar de hacer esto —dijo ella—. Siempre acabamos en problemas.

Tenía razón, pensó Zac, pero no podía dejar de desearla.

—El problema es que no paro de imaginarte desnuda…

—Mmm, eso es un problema —le apartó las manos de la cintura y las mantuvo en las suyas
—. Ahora que sabemos que el sexo sin compromiso no funciona entre nosotros, ¿podemos ser amigos, al menos?

Zac se sintió cómo si lo hubiera golpeado en la garganta. Estuvo a punto de hacer un sarcástico comentario sobre las excusas que se daban al romper, pero se contuvo. Si no podía tenerla como él quería, entonces que al menos fueran amigos.

—De acuerdo —dijo, aunque no estaba seguro de poder soportarlo más de un día o dos.

Ella le ofreció una encantadora sonrisa.

—Estupendo. He estado pensando en Delia y Max. ¿Sabes si se han reconciliado ya?

—De eso nada. Ayer me pasé por su casa a robarles las fotos y el vídeo y seguían igual. Por cierto, tengo las cosas en el coche.

—Gracias por conseguirlo. Me encargaré de prepararles una pequeña presentación. 
¿Puedes conseguir que Max esté aquí el viernes por la noche? Yo haré que venga Delia.

—El aniversario es el sábado, ¿verdad?

—Sí, así que si no podemos reunidos el viernes por la noche, será un aniversario de lo más interesante —le soltó las manos y juntó las suyas—. Pero no nos preocupemos, porque seguro que nuestro plan funciona.

Zac sonrió al ver su entusiasmo. Sí, era una suerte tenerla como amiga. Aunque él deseaba más, mucho más que una simple amistad.

Max estaba sentado en el sofá con Zac, preguntando dónde estaba el televisor de pantalla gigante y por qué no estaban viendo el partido de béisbol que su hermano le había prometido. Si Delia no aparecía dentro de unos minutos, el plan se echaría a perder; pero aunque llegara a tiempo, no era seguro que cada uno no se marchara por su cuenta cuando se vieran allí.

Vanessa se había pasado los dos últimos días preparando la fiesta de aniversario, y si no conseguían reconciliarlos esa noche, los encerraría en el dormitorio y no los dejaría salir hasta que hicieran las paces.

Mientras veía las fotos y el vídeo de la boda para hacer un montaje, se le habían saltado las lágrimas. A pesar de su determinación a permanecer soltera, podía ver que el matrimonio tenía cosas maravillosas. Y tenía razón con Delia y Max. Eran una de las mejores parejas que había conocido. Por eso quería que fueran felices de nuevo.

El timbre de la puerta sonó. Vanessa le echó una mirada nerviosa a Zac y abrió la puerta para recibir a Delia.

—Tengo una sorpresa para ti —le dijo, justo antes de que Delia viera a Max en el sofá.

—¿Qué hace él aquí? Me voy —declaró, girándose hacia la puerta.

—¿Qué hace ella aquí? —preguntó Max—. Si no hay pantalla gigante ni partido, voy a tener que darte una paliza, hermanito.

Vanessa agarró a Delia del brazo antes de que saliera.

—Por favor, danos cinco minutos. Si después quieres irte, no intentaré detenerte.

Delia la miró con desconfianza, pero no dijo nada. Vanessa cerró la puerta y soltó un suspiro de alivio por haber superado el primer obstáculo.

—¿De qué va todo esto? —exigió saber Max.

—Necesito que los dos os sentéis en el sofá —dijo Vanessa con su sonrisa más diplomática.

Los dos la miraron como si estuviera loca, y Zac encendió el pequeño televisor que en modo alguno podía calificarse como «de pantalla gigante». Delia se sentó en el otro extremo del sofá, con la espalda rígida.

—Max y Delia —dijo Vanessa—, ésta es la vida que habéis tenido juntos —apretó el botón del vídeo y la ceremonia de la boda apareció en la pequeña pantalla.

—No irás a hacernos ver el maldito vídeo de la boda, ¿verdad? —preguntó Max.

—Seguro que para ti sería una tortura, ¿no? —lo provocó Delia.

Vanessa había previsto que al principio se resistirían. Presionó el botón de pausa.

—Ya basta. No quiero oír más peleas. Considerad esto como un pequeño paseo por la memoria. Si después de ver vuestra propia boda, aún queréis sacaros los ojos, no seré yo quien lo impida.

—¿Tienes tú algo que ver en esto? —le preguntó Max a Zac.

—Puede que haya ayudado un poquito —respondió él sonriendo.

Max puso una mueca y se volvió hacia el televisor.

—Adelante, acabemos con esto de una vez.

Vanessa volvió a presionar el play, y todos vieron cómo la ceremonia transcurría del modo tradicional. Delia llevaba un vestido precioso, y sus ojos brillaban de emoción y nerviosismo cuando miraba a Max con absoluta adoración.

Y cuando Max la miraba a ella, era fácil ver por qué su matrimonio había durado veinte años. Los dos se amaban de todo corazón, aunque últimamente hubieran estado mal.
Vanessa sintió una dolorosa punzada en el pecho. ¿Alguna vez un hombre la miraría así a ella? Seguramente no. Mejor, así no tendría que soportar los inconvenientes del amor.

Entonces vio a Zac en el vídeo, con diez años, y el corazón se le derritió. Con su esmoquin negro parecía tan encantador y tan joven… Aunque en sus ojos y en su porte ya se adivinaba el hombre que sería.

La ceremonia acabó y el vídeo cambió bruscamente al banquete, donde los novios tenían su primer baile como marido y mujer. Los invitados rodeaban la pista de baile, mirándolos sonrientes, y Max y Delia no tenían ojos más que para ellos mismos.

Vanessa sintió que alguien la observaba. Apartó la vista del televisor y se encontró con la mirada de Zac. Sonriente, asintió hacia Delia y Max, quienes parecían embelesados con el vídeo, como si estuvieran recordando lo felices que habían sido.

—Salgamos de aquí —gesticuló Zac con los labios.

Vanessa asintió y se fue silenciosamente a la cocina. Al momento llegó Zac.

—Creo que la cosa marcha —dijo él tras cerrar la puerta.

—Al menos no han intentando estrangularse. Es una buena señal.

—En cuanto les enseñemos las fotos, se habrá conseguido —fue hacia ella y la abrazó por las caderas. No era el gesto propio de un amigo, pero ella no lo apartó—. Lo has hecho muy bien. Gracias por ayudar a mi hermano y a Delia.

—No me des las gracias. Delia es mi amiga y quiero que sea feliz.

Intentó ignorar el calor que la proximidad de Zac le provocaba. Intentó no pensar en lo que le gustaría hacer sobre la encimera en ese momento. Estar a solas con él era demasiado peligroso, por mucha distancia que intentara poner entre ellos.

El sonido del vídeo procedente del salón se apagó, indicando el final de la cinta.

—Será mejor que volvamos antes de que empiecen a discutir de nuevo —dijo, agradecida por la ocasión para escapar.

—Sí —dijo él, mirándole la boca—. Será mejor que salgamos.

Ella se soltó y corrió al salón. Delia y Max seguían sentados, con la vista fija en la pantalla de televisión, que estaba en blanco.

—Lo siguiente es algo que he preparado especialmente para vosotros —dijo Vanessa.

Sacó del vídeo la cinta de la boda y metió la que había preparado con las fotos. Se volvió hacia la pareja y los vio un poco incómodos, pero no furiosos.

En la pantalla apareció el fotomontaje, acompañado por una canción de amor que Delia le había dicho que era la canción de ella y de Max. Las imágenes se sucedían lentamente, empezando por su noviazgo, su matrimonio, su luna de miel… Luego aparecieron sus hijos, las vacaciones familiares, las fiestas y los picnics en el parque. Vista desde fuera, la vida de Delia y Max parecía perfecta.

Perfecta para quien quisiera ese tipo de vida, se recordó rápidamente Vanessa. Ella, por su parte, estaba destinada a otro tipo de felicidad, igual que su tía. Una vida llena de esparcimiento y diversión, libre de las imposiciones sociales.

Pero de repente experimentó una extraña sensación en la garganta. La vida de Max y Delia, tan llena de familia y amor, hacía que la existencia que Vanessa anhelaba pareciera un poco… vacía. Por un momento se permitió visualizar su propio fotomontaje, con Zac de pareja. Su boda, su luna de miel, sus hijos, su felicidad.

Quizá, sólo quizá, pudiera tener esa clase de vida y ser feliz.

Volvió a sentir que alguien la observaba. Esa vez era Delia. Sintió que se ruborizaba, pensando que su amiga podía haberle leído los pensamientos. Pero Delia le sonrió y siguió mirando la televisión.

El fotomontaje estaba a punto de acabar, y Vanessa pensó que lo mejor que podían hacer 
Zac y ella para ayudarlos era volver a desaparecer. Lo miró y asintió hacia la cocina.

—¿Crees que está funcionando? —le preguntó él cuando se encerraron en la cocina.

—Incluso yo me he emocionado, así que tiene que haber surtido efecto en ellos.

—¿Tú? ¿Te has emocionado?

—Un poco —admitió ella sonriendo.

—Quizá debería aprovecharme de ti, ahora que puedo.

—Quizá deberías —respondió, pensando en cómo le gustaría que se aprovechara de ella.

Siguiendo un impulso, fue hacia él y lo besó suavemente en los labios.

—Eso no ha sido un beso amistoso —dijo él.

Vanessa sonrió y apoyó la cabeza en su hombro, sin saber muy bien lo que quería.

—¿Crees que notarán nuestra falta si nos vamos arriba un rato? —preguntó Zac.

—Creo que debemos asegurarnos de que se han reconciliado, y entonces echarlos de aquí.

—Estoy de acuerdo.

Vanessa abrió un poco la puerta y vio a Delia y a Max sentados el uno junto al otro en el sofá. Él la rodeaba con un brazo, y los dos hablaban en voz baja, seguramente pidiéndose disculpas. Y entonces se besaron y a Vanessa se le encogió el corazón.

Cerró la puerta y se volvió hacia Zac con una radiante sonrisa.

—¡Victoria!

—Buen trabajo —dijo él, y la abrazó.

Quince minutos después, habían echado amablemente a Delia y Max y Vanessa se derrumbó en el sofá con un suspiro de satisfacción. Zac se sentó junto a ella y se puso sus pies en el regazo. Empezó a masajearlos y ella decidió que era un hombre perfecto. No sólo era inteligente, guapo, un amante de ensueño y un fiel amigo, sino que además tenía unas manos increíbles.

No, se recordó a sí misma, estaba muy lejos de ser perfecto. Tal vez tuviera muchas cualidades, pero tras su título de psicología, el cual usaba como mecanismo de defensa, se escondía alguien con serios problemas.

Aun así, seguía teniendo unas manos increíbles.

—Pareces muy satisfecha contigo misma —le dijo—. ¿Quieres hablar de ello?

—Ha sido un buen día, eso es todo. Estoy deseando celebrar la fiesta de mañana.

—¿Cómo es vivir de nuevo en la casa de tu tía?

—Extraño. Y maravilloso. Me siento como si ella estuviese conmigo.

—Tal vez lo esté.

Vanessa cerró los ojos y se concentró en las manos de Zac, que se movían desde los pies hasta los tobillos y pantorrillas. Quería mucho a su tía, pero había otras cosas en las que prefería pensar en ese momento.

Como en arrastrar a Zac hasta su dormitorio.

Tal vez fuera un impulso absurdo… pero, después del trabajo tan duro, se merecía una última noche de sexo con Zac. Al demonio con sus planes de ser sólo amigos.

Movió el pie sobre el regazo de Zac, hasta el bulto de la entrepierna.

—Me gustaría que esta noche fueras tú el único que estuviese conmigo.

—¿Ah, sí?

—He terminado de preparar mi dormitorio. ¿Quieres verlo?

—Ésa es una invitación que no puedo rechazar —dijo él deslizando las manos por los muslos, pero había algo en su tono que la desanimó un poco.

—No pareces muy excitado por la idea.

—Hay algo que debemos hablar antes.

—Primero vamos a pasarlo bien; hablaremos luego —se sentó sobre su regazo y le mordisqueó la oreja, ansiosa por olvidarse de todo lo demás.

—Vanessa, de verdad… —empezó a protestar él, pero ella le cubrió la boca con la suya y lo besó con todo el anhelo y desesperación que llevaba conteniendo.

El efecto fue justo el deseado, porque la apretó contra él y le devolvió el beso con todo su afán e intensidad. Se desnudaron mutua y frenéticamente. Vanessa temblaba como un flan, no podría descansar hasta que él estuviera en su interior y colmara su deseo.

De algún modo los dos acabaron en el suelo, sobre la alfombra persa de Ophelia, y a Vanessa no se le ocurría un uso mejor para la vieja obra de arte que servir como colchón para la pasión. Rodeó a Zac con las piernas y él la penetró con una certera embestida.

Tenía el sexo húmedo y palpitante por él, y la sensación de plenitud era más intenta y deliciosa que nunca. Tanto, que hasta pasados unos momentos de arrebato no se dio cuenta de que habían olvidado usar protección.

Los ojos de Zac estaban nublados por el deseo mientras la miraba y se movía, y ella supo que estaba muy lejos de percatarse del olvido.

Debería detenerlo, pero el deseo era tan fuerte que le impedía pensar con claridad. Zac empujaba una y otra vez, con el cuerpo tenso y empapado de sudor, y ella sólo podía aferrarse a él e intentar seguir su ritmo frenético.

Él la sujetó por la nuca y la besó con intensidad cuando ambos llegaron al orgasmo. Fueron dos explosiones simultáneas de placer, dos gritos de liberación al unísono.

Vanessa cerró los ojos, incapaz de mirarlo, incapaz de enfrentarse a lo que podría ver en los ojos de Zac. Lo besó en el cuello, en el hombro y en la oreja mientras se calmaban los temblores del clímax. Y él, en vez de desplomarse sobre ella, la rodeó con los brazos y giró hasta tumbarse de espaldas. Así permanecieron, quietos y unidos, hasta que los dos volvieron a respirar con normalidad.

—Ha sido increíble —murmuró él, dándole un beso en la frente.

—¿Sabes por qué?

—Creo que me hago una idea —dijo, aunque no era cierto.

—No hemos usado protección.

Zac se puso tenso al instante.

—Oh, demonios… Lo siento. Estaba tan…

—No te disculpes. Ha sido culpa mía tanto como tuya. Me di cuenta casi al principio, pero no pude parar.

—Siempre he tomado precauciones —dijo él—. En mi último reconocimiento estaba sano.

—Yo también he sido siempre precavida. Es la primera vez que cometo un error así.

—¿Hay alguna posibilidad de que puedas quedarte embarazada?

—Todo es posible, pero gracias a Dios estoy tomando la píldora.

Zac la apretó con fuerza.

—Tengo que decirte una cosa, y no creo que vaya a encontrar nunca el momento adecuado.

—¿Por qué tengo la sensación de que no va a gustarme? —preguntó Vanessa cerrando los ojos.

—Porque no va a gustarte. Te he mentido en algo.

Ella levantó la cabeza y le sonrió, intentando quitarle importancia.

—Si te refieres a todos los orgasmos que has fingido, tranquilo. Ya lo sé.

Cuando él no le devolvió la sonrisa, supo que, fuera lo que fuese, era algo serio.

—¿Recuerdas cómo te dije que había sacado la Teoría de la Relatividad Sexual?

—¿Cómo iba a olvidarlo?

—Sólo me inventé esa teoría para tenerte cerca.

 Vanessa parpadeó un par de veces, asimilando la información.

—Porque sabías que era el único modo de conseguir tenerme.

—Exacto —dijo él—. Y siento haberte mentido, pero no siento habernos dado una oportunidad para conocernos mutuamente.

A ella no le gustaba que la manipularan, y tenía la sensación de que así había sido. De repente, lo de la teoría sexual le pareció algo de lo más ridículo. Y además, ¿qué hacía un psicólogo de organización formulando teorías sexuales?

—¿Vanessa?

—Vale… me has mentido. Gracias por decírmelo —no sabía qué más decir.

—Eso no es todo —dijo él.

—Si no te llamas Zac, voy a enfadarme de veras.

Él la hizo sentarse y le tomó las manos.

—Nada me gustaría más que subir a tu habitación y hacerte el amor toda la noche, pero hay algo que debes saber antes de que podamos hacer esto de nuevo.

—De acuerdo, suéltalo —le pidió, sin estar segura de querer oírlo.

—Todo este tiempo que hemos pasado juntos… no he podido verlo como una simple aventura. Desde el principio supe que me estaba enamorando de ti.

La traspasó con la mirada. Ella intentó apartarse, pero él la retuvo.

«Enamorando de ti».

Era exactamente el desastre que había querido evitar. La furia creció en su interior, pero no quería decir nada que pudiera herirlo más que la verdad… Y la verdad era que ella no lo amaba. No podía amarlo después de cómo la había tratado.

—No sé qué decir —dijo, reprimiendo las lágrimas.

—Di que nos darás otra oportunidad. Di que abandonarás tu absurda creencia de que tienes que estar sola para ser feliz.

Vanessa apenas podía contener la ira.

—Nuestra relación se ha basado en una mentira. No puedo creerte.

—Siento no habértelo dicho antes, pero ésta es la primera vez que me siento seguro para hacerlo.

Vanessa se levantó y lo miró furiosa.

—Has estado acostándote conmigo con falsos pretextos.

Él también se levantó e intentó acercarse, pero ella se apartó.

—Lo siento.

—Vete al infierno —espetó ella.

—Vanessa…

—Quiero que te vayas de mi casa —le señaló la puerta y lo miró de un modo que ponía fin a la conversación.

La expresión de Zac se oscureció, pero se vistió sin decir nada y lo mismo hizo Vanessa.

—Te llamaré —dijo él—. Tenemos que continuar esta conversación cuando ambos estemos más calmados.

—Si me llamas, no responderé. Esta conversación se ha acabado, y nosotros también.

Zac fue hasta la puerta, pero antes de salir la miró una vez más.

—Te daré tiempo para que te calmes, pero no voy a dejar las cosas así.

—¡Fuera! —gritó ella.

Cuando lo vio salir del salón y oyó abrirse y cerrarse la puerta principal, se dejó caer en el sofá. ¿Por qué su vida amorosa se había complicado tanto cuando había hecho todo lo posible porque no fuera así?


La razón no importaba. Lo que importaba era que había estado en lo cierto. Las relaciones serias sólo creaban problemas. Y ella había tenido seriedad suficiente para toda una vida.