miércoles, 2 de mayo de 2012

Capitulo 10.


Principio número 10:
Una mujer indecente reconoce sus errores, aprende de ellos e incluso los celebra. Sabe que sin fracaso no puede haber éxito.

Vanessa escuchó por segunda vez el mensaje de Zac y lo borró. Lo correcto sería llamarlo, pero cada vez que levantaba el auricular recordaba la sensación de pánico que la había asaltado el sábado por la noche, y volvía a colgar sin marcar el número.

Estaba inmóvil junto al teléfono cuando éste empezó a sonar, dándole un susto de muerte. Respiró hondo para calmarse y vaciló antes de responder. ¿Sería Zac? ¿Qué iba a decirle ella?

No importaba. Tarde o temprano tendría que hablar con él.

—¿Diga?

—Hola, Vanessa. Soy Delia.

Oh, gracias a Dios…

—Hola, Delia. Pensé que eras otra persona.

—¿Alguien como mi cuñado, tal vez?

—No —mintió, pero enseguida se sintió culpable—. Sí.

—Dijo que no sabía si ibas a ir con él al picnic del domingo, así que pensé en preguntártelo yo misma.

—Oh, el picnic. He estado tan ocupada esta semana que lo había olvidado.

—¿Habéis tenido algún problema?

—¿Eso te ha dicho?

—Zac no me ha contado nada, como de costumbre. Esperaba que tú me lo aclarases.

—He estado muy ocupada y no he podido llamarlo, eso es todo.

—Creía que iba a ayudarte con las reformas de la casa.

—Odio pedirle un favor así a nadie.

—Vanessa, cuando un hombre quiere ayudarte, no puedes decirle que no, y menos si es un 
hombre como Zac.

Vanessa necesitaba ayuda. Había elegido y comprado la pintura, había pedido un préstamo, había hecho que le examinaran las ventanas y había visitado varias tiendas mirando cocinas y cuartos de baño. Pero en lo referente al trabajo de verdad, no sabía por dónde empezar.

Finn no había sido de mucha ayuda. Su interés en las reformas de una casa se limitaba a ver el canal de televisión Casa y Jardín.

—Está bien, está bien. Lo llamaré esta noche.

—He hablado con él hace unas horas, y me pareció que estaba solo en casa. ¿Tú también estás sola?

—Bueno… iba a salir con una amiga, pero su novio ha llegado inesperadamente de San Diego, así que… sí, estoy sola —confesarlo le resultaba patético.

—¿Tengo que recordarte que sería una buena idea hacerle una visita a Zac?

—Estaba pensando en quedarme en casa y ver una película.

—Puedes verla en su casa.

—¿Estás jugando a ser casamentera o qué?

—Pues claro que sí. No sé qué problema habréis tenido, pero no puede ser nada grave. Los dos sois buenas personas y seguro que os entendéis muy bien. Sólo necesitáis un pequeño empujón.

Vanessa sonrió. Le gustaba la franqueza de Delia, aunque no siempre estuviera de acuerdo con ella. Pero en eso tenía razón: le debía una visita a Zac.

—De acuerdo. Me pasaré por su casa si dejas de incordiarme.

—Estupendo, y ponte algo sexy.

Sí, se pondría algo que lo haría olvidarse de que llevaba evitándolo toda la semana.

—¿Cómo va la huelga matrimonial?

Delia dejó escapar un suspiro.

—A este paso, empiezo a pensar que tendré que mudarme si quiero conseguir algo.

—Vaya, ¿tan mal te va?

—Los niños siguen aporreando la puerta pidiéndome cosas… «Mamá, ¿dónde está mi camisa roja? Mamá, tienes que llevarme a entrenar. Mamá, necesito esto. Mamá, necesito esto otro. Mamá, mamá, mamá…».Y Max forzó anoche la cerradura del cuarto de invitados y entró para hablar conmigo.

—¿Una conversación buena o mala?

—Me dijo que iba a contratar a una asistenta hasta que yo estuviera lista para volver al trabajo.

—Oh, oh… Contratar ayuda externa no es bueno.

—Le dije que el objetivo de la huelga es conseguir que él y los niños hagan algo en la casa. 
Voy a matar a este hombre.

—Quizá permita que lo de la asistenta sea permanente.

—Mmm… no lo creo. Fui un poco grosera. Incluso hice algunos comentarios sobre su habilidad en la cama.

—Vaya —dijo Vanessa sin poder evitar una sonrisa.

—Sí, puede que me haya pasado un poco. Pero creo que al fin he conseguido su atención.

—Avísame si puedo ayudarte en algo, ¿vale?

—Tal vez necesite un sofá para dormir dentro de poco —dijo Delia riendo.

—Espero que no haga falta llegar a ese extremo, pero puedes venirte a mi casa cuando quieras. ¿Qué puedo llevar al picnic? ¿Estarás tú allí?

—Oh, claro. Quiero mucho a la familia de Max, y la huelga no es contra ellos. ¿Por qué no traes un poco de ensalada de patatas?

—Lo haré. Será mejor que vaya a casa de Zac antes de que sea demasiado tarde.
Delia suspiró.

—Que te diviertas. Al menos podré acostarme sabiendo que alguien va a pasarlo bien esta noche.

Después de colgar, Vanessa corrió a prepararse. Había estado haciendo recados todo el día, ayudando a Rebecca con las invitaciones de boda y mostrándole a un restaurador los muebles antiguos de Ophelia que estaban en mal estado. No se sentía en la mejor forma posible para presentarse en casa de Zac.

Tras maquillarse un poco, cepillarse el pelo y ponerse unos pantalones superceñidos y un top a juego, quedó casi convencida de su aspecto y se marchó.

Mientras conducía, se puso a tatarear la canción que sonaba por la radio para no pensar en el creciente pánico que le producía volver a casa de Zac. No estaba orgullosa de cómo se había ido ni de haberlo evitado durante la semana, pero se había hecho una ligera idea de lo cómodo que era estar con Zac, y eso la aterrorizaba.

La comodidad equivalía a quedar atrapada, atada, a morirse de aburrimiento. Acabaría como Delia, declarándose en huelga matrimonial y encerrándose en un cuarto.

Zac vivía en un barrio antiguo no lejos del suyo, y su casa había sido reformada con esmero. Incluso en la oscuridad Vanessa pudo ver que le había dedicado mucho esfuerzo a la fachada y al jardín.

Se quedó en los escalones de la entrada, con el corazón desbocado y el estómago revuelto, sin atreverse a llamar al timbre. Pero la luz que salía del interior parecía darle la bienvenida, y consiguió relajarse un poco.

Cuando finalmente llamó, se preguntó por qué había estado tan asustada. Zac sólo era un hombre, y ella, como mujer indecente, tenía que enfrentarse al terror que le provocaba no esconderse de él.

Pero en realidad no había tenido miedo, porque lo del fin de semana pasado no había significado nada. Ella tenía un control total sobre sus emociones.

Oyó pasos en el vestíbulo, y entonces Zac abrió la puerta y fue como una fantasía hecha realidad. Estaba casi desnudo, sólo con unos pantalones cortos de deporte, y tenía el pelo húmedo por haberse duchado recientemente.

Le clavó la mirada sin decir nada. Obviamente, no apreciaba su última huida.

—Lo siento —dijo ella torpemente—. No he parado en toda la semana.

—Una llamada telefónica es cuestión de un minuto.

—¿Vas a acusarme de todo en la puerta o puedo pasar para arrastrarme como es debido?
Una sonrisa curvó los labios de Zac.

—Si vas a arrastrarte, puedes pasar.

La llevó al salón y se sentó en el sofá con los brazos cruzados. A Vanessa se le hizo la boca agua al ver cómo se flexionaban los músculos de su pecho. Bajó la mirada hasta sus abdominales y tuvo que sentarse antes de que le fallaran las piernas.

—Estoy esperando —dijo él. Ella lo miró sin comprender—. Para que empieces a arrastrarte.

—Oh —sonrió—. Claro. ¿Tengo que disculparme? ¿Aún no lo he hecho? Mmm…

No estaba dispuesta a arrastrarse. De hecho, se había prometido no hacerlo nunca, por muy equivocada que hubiera estado. Pero tenía otras maneras para demostrarle que lo sentía…

—¿Puedes hacerlo mejor? —preguntó él rascándose la sien.

—Tienes razón. Puedo hacerlo mejor —se levantó y fue hacia él—. Algo mejor que quedarme sentada al otro lado del salón.

Se colocó entre sus piernas y le pasó los dedos por la cintura de los shorts mientras le lanzaba su mirada más provocativa.

—Espero que no hayas venido aquí sólo por el sexo —dijo él poniéndose rígido.

—No. He venido a disculparme. Pero prefiero hacerlo personalmente, ¿de acuerdo? ¿Quieres impedir que me exprese con libertad?

Zac era psicólogo. Aquello tenía que convencerlo.

—¿Por qué desapareciste el sábado pasado?

—No desaparecí. Me fui a casa.

Él la miró con frialdad.

—Sabes a lo que me refiero.

—Vamos a recordar las reglas básicas. ¿Has olvidado que una de ellas prohibía expresamente pasar la noche juntos?

—Creo que deberíamos olvidarnos de esas reglas.

—Las reglas están para protegernos de situaciones como ésta.

Zac la miró sin decir nada.

—Me ofrecí voluntaria para ayudarte con un proyecto científico. Se supone que debemos mantener una relación sexual, siempre y cuando yo esté abierta a algo más.

—¿Cómo puede haber algo más si sólo mantenemos una relación sexual?

—Hemos hecho otras cosas juntos además del sexo.

—¿Como cuáles?

Vanessa necesitaba distraerlo, y rápidamente.

—¿Por qué no me cuentas más sobre tu Teoría de la Relatividad Sexual? ¿La has revisado desde que me conociste?

—Diría que estás demostrando su validez.

—¿Cómo es posible? —preguntó ella, esperando que le diera una lista de razones que demostrasen su desequilibrio emocional. Estaba segura de que aquella teoría no era más que pura palabrería psicológica.

—Estás haciendo todo lo posible por mantenerte alejada emocionalmente de mí, a pesar de que los dos salimos beneficiados si nos acercamos.

—No estoy de acuerdo. ¿Qué pasaría si no ponemos distancia? Acabaríamos rompiendo y uno de nosotros, o los dos, sufriría.

Zac pareció pensar lo que iba a decir antes de hablar.

— Ganaríamos mucho más si nos conociéramos el uno al otro.

—¿En tu teoría no se incluyen las rupturas?

—Estoy puliéndola un poco —dijo él encogiéndose de hombros.

—Entonces no importa lo que ocurra, pues encontrarás un modo de demostrar que tienes razón.

—Yo no diría eso.

—Pero si dices que estás puliendo tu teoría…

—¿Por qué no dejas de evitar lo verdaderamente importante? —su expresión dejaba claro que aún no estaba dispuesto a perdonarla—. No sé qué tiene que ver todo esto con haberte marchado sin despedirte.

—No quería despertarte.

—Podrías haberte quedado toda la noche.

—Eso es exactamente lo que no quería hacer. Es imposible mantener las distancias si sigo pasando la noche contigo.

—¿Si sigues pasando la noche?

—Fueron dos fines de semana seguidos, y la primera vez fue desastrosa.

Zac no parecía convencido, pero tampoco protestó. Le miró los dedos, que seguían acariciándole la cintura, y luego la miró a los ojos.

—No vamos a acostarnos —declaró.

Una ola glacial golpeó a Vanessa, a pesar del calor que sentía en los dedos. Pero siempre se había enorgullecido de no rendirse a las adversidades.

—No tenemos por qué hacerlo. Se supone que estoy aquí para demostrarte cuánto lo siento.

—Sí, aún estoy esperando.

Ella miró a su alrededor.

—El sábado pasado estábamos tan ocupados que no tuve oportunidad de ver toda la casa. ¿Quieres enseñármela?

Zac la miró con desconfianza, pero asintió. Vanessa retiró la mano y lo siguió mientras salía del salón.

Examinó todas las habitaciones, los cuartos de baño y los armarios, para ver qué descubría sobre la personalidad de Zac. Todo estaba limpio y ordenado, con un ligero toque de decoración masculina. El despacho fue lo que más la sorprendió.

—Elegí ésta casa por esta habitación —dijo él al tiempo que encendía la luz.

Vanessa observó que había una puerta que conducía al exterior, proporcionando así otra entrada desde la calle.

—Había intentado imaginarse cómo sería tu despacho, pero no he estado muy acertada.

—¿Y eso?

—En primer lugar, no sabía que trabajabas en casa. Y me imaginé algo más sofisticado, con muchos colores y sillones negros de cuero.

—Esa clase de decoración no ayuda a que los clientes se relajen.

—¿Tus clientes vienen mucho a verte aquí?

—No mucho. Normalmente voy yo a la empresa que me ha contratado, pero de vez en cuando vienen aquí, para el contacto inicial.

—Debe de ser genial trabajar en casa.

—Es agradable, pero tiene sus inconvenientes. Por ejemplo, en mi tiempo libre tengo siempre la sensación de que debería estar trabajando.

—¿Eres un adicto al trabajo?

—Tengo cierta tendencia a ello —confesó él.

Vanessa se pasó por el despacho, leyendo los lomos de los libros y mirando los objetos artísticos y personales que llenaban las estanterías. El efecto era íntimo y acogedor, lo cual debía de ser una táctica psicológica para que el cliente se sintiera cómodo. Vanessa se imaginó a sí misma sentada allí y confesándole sus pensamientos secretos a Zac.

—¿Te gusta el béisbol? —le preguntó al ver su colección de pelotas firmadas.

—«Gustar» es decir poco.

—Ah, así que eres de los que rinden culto.

—Tengo el carné de socio —dijo él sonriendo.

—Yo también soy aficionada, aunque nunca lo hubieras imaginado.

—Hace tiempo que aprendí a no sacar conclusiones sobre las personas.

—Oh, vamos… ¿Un psicólogo no saca conclusiones? No lo creo —se sentó en el sofá y puso los pies sobre la mesita, estirando los brazos sobre el respaldo.

—De acuerdo, intento no sacar conclusiones…

Ella sonrió. Era el momento de demostrarle lo arrepentida que estaba y, con suerte, quitarle esa expresión de hielo.

—Dime —deslizó la mano sobre la suave piel del sofá —, ¿qué tengo que hacer para que representes conmigo la fantasía de un profesor seducido?

—¿Un qué?

—Tú puedes ser el profesor, y yo seré la, alumna traviesa.

—Te dije antes que no vamos a tener sexo esta noche.

Estaba apoyado contra el escritorio. Ella se levantó y se acercó lo más posible sin llegar a tocarlo.

—¿Quién ha hablado de sexo? Hay otras maneras de representar una fantasía.
Él abandonó finalmente la expresión de recelo y esbozó una media sonrisa.

—Sólo se me ocurre una manera que pueda ser divertida.

—Entonces te falta imaginación. Yo seré una alumna que ha sacado malas notas pero que quiere graduarse.

—Mmm… Soy todo oídos.

—Y tú me pides que venga a tu despacho.

Él guardó silencio por unos momentos.

—¿Qué la trae a mi despacho, señorita? —preguntó, cuando Vanessa empezaba a temer que no quisiera seguir el juego.

—Doctor Efron —dijo, apretándose contra él y exagerando su acento de Nueva Orleáns
—. No sé cómo voy a aprobar su asignatura. Esperaba que me permitiera hacer un trabajo extra para usted.

—¿Qué clase de trabajo?

—Bueno, para serle sincera, la psicología no es mi fuerte —llevó una mano hacia abajo y le agarró la erección—. Pero he obtenido muy buenas notas en educación física.

—Interesante —dijo él con voz tensa.

—Me gustaría enseñarle mi mayor talento, si es tan amable de sentarse en la mesa.

Zac obedeció y ella lo besó apasionadamente, explorando con las manos su piel desnuda. 
Cuando acabó, lo miró con una expresión de inocencia.

—Oh, lo siento, señor. Me he pasado un poco.

—No es necesario que te disculpes.

—Entonces, si no le importa, necesito que se baje los pantalones para ver qué le ha parecido mi trabajo.

—Señorita, supongo que sabrá que en esta universidad tenemos una política muy estricta contra las relaciones sexuales entre profesores y alumnas.

—Por supuesto, señor. De ningún modo le estoy sugiriendo que tengamos relaciones sexuales.

—Estupendo.

—Pero no podré terminar mi trabajo si no se baja los pantalones.

Vio que él estaba a punto de protestar, así que volvió a deslizarle la mano por el pecho hasta la erección. Lo acarició a través de la tela y las quejas de Zac murieron en su boca. 
Se bajó los pantalones y los calzoncillos y ella se arrodilló frente a él.

—Necesito tomarme unas cuantas libertades, señor —dijo, con la boca a escasos centímetros de la erección. Tan cerca que él podía sentir su aliento.

Vanessa no había conocido todavía a un hombre que pudiera resistirse a un trabajo oral.

—Tómese todas las libertades que necesite, señorita.

Ella le rodeó el miembro con los dedos y se lo introdujo en la boca. Lo sintió duro y ardiente contra su lengua, y se deleitó con su tacto y sabor.

Lo besó y lamió en el extremo y lo recorrió con la lengua en toda su longitud mientras le acariciaba los testículos con las uñas. A Zac se le entrecortó la respiración y se le aceleró el pulso, y a ella le encantó tenerlo a su merced.

Zac se aferró al borde del escritorio con una mano y entrelazó los dedos de la otra en los cabellos de Vanessa, quien fue aumentando el ritmo hasta alcanzar una velocidad frenética. Lo llevó hasta el límite y más allá, haciendo que explotara y se vaciara en su boca, quedando tendido y jadeando sobre la mesa. Entonces subió hasta su cara y silenció sus gemidos con un beso mientras él se subía los pantalones.

Sentía la satisfacción de una pequeña victoria. Pero también una punzada de culpa… 
porque lo había manipulado para hacer algo que él no quería hacer, igual que la última vez.

No iba a permitirse pensar de esa manera. Aquello era un juego entre dos adultos, y ella estaba allí para jugar y divertirse. Tiro de él hacia el sofá, donde tenía intención de seguir con el juego.

—Vanessa —dijo él entre besos—, espero que no creas que voy a cambiar de opinión por esto.

—¿Mmm? —lo hizo callar con un beso largo y lento. Sin embargo, él la apartó.

—Gracias —dijo, asintiendo hacia la mesa —, pero ya te lo he dicho. No vamos a tener sexo esta noche.

—Debes de estar bromeando.

—Si quieres quedarte para hablar, magnífico. Pero si quieres hacer algo más, no puedo ayudarte.

Vanessa parpadeó, perpleja. Aquello era nuevo para ella.

—¿Me has dejado hacer eso sabiendo que no tenías intención de acabarlo?

—Lo siento. Pensé que sólo querías compensarme por haberte ido sin despedirte.

La furia la invadió y quiso golpear y arremeter contra lo que fuera.

—Maldito estúpido —se levantó bruscamente del sofá.

Él también se puso en pie y la siguió fuera del despacho.

—No vas a ser una buena pareja de investigación si sigues huyendo.

—¿Podemos olvidarnos de esa tontería de estudio? Tu teoría es una ridiculez.

—Pues claro que no. Tú fuiste quien quiso hacerlo. ¿Siempre abandonas cuando las cosas no salen a tu manera?

No, ella no se rendía. Pero sí sabía cuándo saltar de un barco que se estaba hundiendo.

—Tienes razón —dijo—. Yo no abandono. Pero te pedí acceso ilimitado a…

—¿A mi cama? —interrumpió él con una sonrisa—. Es cierto. No estoy siendo justo, pero es mi teoría lo que estamos poniendo a prueba. Creo que debo modificar las condiciones si es necesario.

—El problema es que no puedo pensar en nada más que sexo cuando estoy contigo.

—Eres insaciable —dijo él con una mirada llena de sensualidad.

—Casi todos los hombres lo consideran una buena cualidad.

—Y yo no lo discuto —cubrió la distancia que los separaba y le tomó las manos—. Pero no voy a acostarme contigo hasta que crea que estamos preparados.

La ira volvió a invadir a Vanessa, que apartó las manos de un tirón.

—Entonces acuéstate con tu teoría de ahora en adelante y dime si te da calor por las noches.

Sin esperar una respuesta, se alejó por el pasillo y salió por la puerta principal, deseando no haber conocido nunca a Zac Efron.