Principio número 10:
Una mujer indecente
reconoce sus errores, aprende de ellos e incluso los celebra. Sabe que sin
fracaso no puede haber éxito.
Vanessa escuchó por
segunda vez el mensaje de Zac y lo borró. Lo correcto sería llamarlo, pero cada
vez que levantaba el auricular recordaba la sensación de pánico que la había
asaltado el sábado por la noche, y volvía a colgar sin marcar el número.
Estaba inmóvil junto al
teléfono cuando éste empezó a sonar, dándole un susto de muerte. Respiró hondo
para calmarse y vaciló antes de responder. ¿Sería Zac? ¿Qué iba a decirle ella?
No importaba. Tarde o
temprano tendría que hablar con él.
—¿Diga?
—Hola, Vanessa. Soy Delia.
Oh, gracias a Dios…
—Hola, Delia. Pensé que
eras otra persona.
—¿Alguien como mi cuñado,
tal vez?
—No —mintió, pero
enseguida se sintió culpable—. Sí.
—Dijo que no sabía si ibas
a ir con él al picnic del domingo, así que pensé en preguntártelo yo misma.
—Oh, el picnic. He estado
tan ocupada esta semana que lo había olvidado.
—¿Habéis tenido algún
problema?
—¿Eso te ha dicho?
—Zac no me ha contado
nada, como de costumbre. Esperaba que tú me lo aclarases.
—He estado muy ocupada y
no he podido llamarlo, eso es todo.
—Creía que iba a ayudarte
con las reformas de la casa.
—Odio pedirle un favor así
a nadie.
—Vanessa, cuando un hombre
quiere ayudarte, no puedes decirle que no, y menos si es un
hombre como Zac.
Vanessa necesitaba ayuda.
Había elegido y comprado la pintura, había pedido un préstamo, había hecho que
le examinaran las ventanas y había visitado varias tiendas mirando cocinas y
cuartos de baño. Pero en lo referente al trabajo de verdad, no sabía por dónde
empezar.
Finn no había sido de
mucha ayuda. Su interés en las reformas de una casa se limitaba a ver el canal
de televisión Casa y Jardín.
—Está bien, está bien. Lo
llamaré esta noche.
—He hablado con él hace
unas horas, y me pareció que estaba solo en casa. ¿Tú también estás sola?
—Bueno… iba a salir con
una amiga, pero su novio ha llegado inesperadamente de San Diego, así que… sí,
estoy sola —confesarlo le resultaba patético.
—¿Tengo que recordarte que
sería una buena idea hacerle una visita a Zac?
—Estaba pensando en
quedarme en casa y ver una película.
—Puedes verla en su casa.
—¿Estás jugando a ser
casamentera o qué?
—Pues claro que sí. No sé
qué problema habréis tenido, pero no puede ser nada grave. Los dos sois buenas
personas y seguro que os entendéis muy bien. Sólo necesitáis un pequeño
empujón.
Vanessa sonrió. Le gustaba
la franqueza de Delia, aunque no siempre estuviera de acuerdo con ella. Pero en
eso tenía razón: le debía una visita a Zac.
—De acuerdo. Me pasaré por
su casa si dejas de incordiarme.
—Estupendo, y ponte algo
sexy.
Sí, se pondría algo que lo
haría olvidarse de que llevaba evitándolo toda la semana.
—¿Cómo va la huelga
matrimonial?
Delia dejó escapar un
suspiro.
—A este paso, empiezo a
pensar que tendré que mudarme si quiero conseguir algo.
—Vaya, ¿tan mal te va?
—Los niños siguen
aporreando la puerta pidiéndome cosas… «Mamá, ¿dónde está mi camisa roja? Mamá,
tienes que llevarme a entrenar. Mamá, necesito esto. Mamá, necesito esto otro.
Mamá, mamá, mamá…».Y Max forzó anoche la cerradura del cuarto de invitados y
entró para hablar conmigo.
—¿Una conversación buena o
mala?
—Me dijo que iba a
contratar a una asistenta hasta que yo estuviera lista para volver al trabajo.
—Oh, oh… Contratar ayuda
externa no es bueno.
—Le dije que el objetivo
de la huelga es conseguir que él y los niños hagan algo en la casa.
Voy a matar
a este hombre.
—Quizá permita que lo de
la asistenta sea permanente.
—Mmm… no lo creo. Fui un
poco grosera. Incluso hice algunos comentarios sobre su habilidad en la cama.
—Vaya —dijo Vanessa sin
poder evitar una sonrisa.
—Sí, puede que me haya
pasado un poco. Pero creo que al fin he conseguido su atención.
—Avísame si puedo ayudarte
en algo, ¿vale?
—Tal vez necesite un sofá
para dormir dentro de poco —dijo Delia riendo.
—Espero que no haga falta
llegar a ese extremo, pero puedes venirte a mi casa cuando quieras. ¿Qué puedo
llevar al picnic? ¿Estarás tú allí?
—Oh, claro. Quiero mucho a
la familia de Max, y la huelga no es contra ellos. ¿Por qué no traes un poco de
ensalada de patatas?
—Lo haré. Será mejor que
vaya a casa de Zac antes de que sea demasiado tarde.
Delia suspiró.
—Que te diviertas. Al
menos podré acostarme sabiendo que alguien va a pasarlo bien esta noche.
Después de colgar, Vanessa
corrió a prepararse. Había estado haciendo recados todo el día, ayudando a
Rebecca con las invitaciones de boda y mostrándole a un restaurador los muebles
antiguos de Ophelia que estaban en mal estado. No se sentía en la mejor forma
posible para presentarse en casa de Zac.
Tras maquillarse un poco,
cepillarse el pelo y ponerse unos pantalones superceñidos y un top a juego,
quedó casi convencida de su aspecto y se marchó.
Mientras conducía, se puso
a tatarear la canción que sonaba por la radio para no pensar en el creciente
pánico que le producía volver a casa de Zac. No estaba orgullosa de cómo se
había ido ni de haberlo evitado durante la semana, pero se había hecho una
ligera idea de lo cómodo que era estar con Zac, y eso la aterrorizaba.
La comodidad equivalía a
quedar atrapada, atada, a morirse de aburrimiento. Acabaría como Delia,
declarándose en huelga matrimonial y encerrándose en un cuarto.
Zac vivía en un barrio
antiguo no lejos del suyo, y su casa había sido reformada con esmero. Incluso
en la oscuridad Vanessa pudo ver que le había dedicado mucho esfuerzo a la
fachada y al jardín.
Se quedó en los escalones
de la entrada, con el corazón desbocado y el estómago revuelto, sin atreverse a
llamar al timbre. Pero la luz que salía del interior parecía darle la
bienvenida, y consiguió relajarse un poco.
Cuando finalmente llamó,
se preguntó por qué había estado tan asustada. Zac sólo era un hombre, y ella,
como mujer indecente, tenía que enfrentarse al terror que le provocaba no
esconderse de él.
Pero en realidad no había
tenido miedo, porque lo del fin de semana pasado no había significado nada.
Ella tenía un control total sobre sus emociones.
Oyó pasos en el vestíbulo,
y entonces Zac abrió la puerta y fue como una fantasía hecha realidad. Estaba
casi desnudo, sólo con unos pantalones cortos de deporte, y tenía el pelo
húmedo por haberse duchado recientemente.
Le clavó la mirada sin
decir nada. Obviamente, no apreciaba su última huida.
—Lo siento —dijo ella
torpemente—. No he parado en toda la semana.
—Una llamada telefónica es
cuestión de un minuto.
—¿Vas a acusarme de todo
en la puerta o puedo pasar para arrastrarme como es debido?
Una sonrisa curvó los
labios de Zac.
—Si vas a arrastrarte,
puedes pasar.
La llevó al salón y se
sentó en el sofá con los brazos cruzados. A Vanessa se le hizo la boca agua al
ver cómo se flexionaban los músculos de su pecho. Bajó la mirada hasta sus
abdominales y tuvo que sentarse antes de que le fallaran las piernas.
—Estoy esperando —dijo él.
Ella lo miró sin comprender—. Para que empieces a arrastrarte.
—Oh —sonrió—. Claro. ¿Tengo
que disculparme? ¿Aún no lo he hecho? Mmm…
No estaba dispuesta a
arrastrarse. De hecho, se había prometido no hacerlo nunca, por muy equivocada
que hubiera estado. Pero tenía otras maneras para demostrarle que lo sentía…
—¿Puedes hacerlo mejor?
—preguntó él rascándose la sien.
—Tienes razón. Puedo
hacerlo mejor —se levantó y fue hacia él—. Algo mejor que quedarme sentada al
otro lado del salón.
Se colocó entre sus
piernas y le pasó los dedos por la cintura de los shorts mientras le lanzaba su
mirada más provocativa.
—Espero que no hayas
venido aquí sólo por el sexo —dijo él poniéndose rígido.
—No. He venido a
disculparme. Pero prefiero hacerlo personalmente, ¿de acuerdo? ¿Quieres impedir
que me exprese con libertad?
Zac era psicólogo. Aquello
tenía que convencerlo.
—¿Por qué desapareciste el
sábado pasado?
—No desaparecí. Me fui a
casa.
Él la miró con frialdad.
—Sabes a lo que me
refiero.
—Vamos a recordar las
reglas básicas. ¿Has olvidado que una de ellas prohibía expresamente pasar la
noche juntos?
—Creo que deberíamos
olvidarnos de esas reglas.
—Las reglas están para
protegernos de situaciones como ésta.
Zac la miró sin decir
nada.
—Me ofrecí voluntaria para
ayudarte con un proyecto científico. Se supone que debemos mantener una
relación sexual, siempre y cuando yo esté abierta a algo más.
—¿Cómo puede haber algo
más si sólo mantenemos una relación sexual?
—Hemos hecho otras cosas
juntos además del sexo.
—¿Como cuáles?
Vanessa necesitaba
distraerlo, y rápidamente.
—¿Por qué no me cuentas
más sobre tu Teoría de la Relatividad Sexual? ¿La has revisado desde que me
conociste?
—Diría que estás
demostrando su validez.
—¿Cómo es posible?
—preguntó ella, esperando que le diera una lista de razones que demostrasen su
desequilibrio emocional. Estaba segura de que aquella teoría no era más que
pura palabrería psicológica.
—Estás haciendo todo lo
posible por mantenerte alejada emocionalmente de mí, a pesar de que los dos
salimos beneficiados si nos acercamos.
—No estoy de acuerdo. ¿Qué
pasaría si no ponemos distancia? Acabaríamos rompiendo y uno de nosotros, o los
dos, sufriría.
Zac pareció pensar lo que
iba a decir antes de hablar.
— Ganaríamos mucho más si
nos conociéramos el uno al otro.
—¿En tu teoría no se
incluyen las rupturas?
—Estoy puliéndola un poco
—dijo él encogiéndose de hombros.
—Entonces no importa lo
que ocurra, pues encontrarás un modo de demostrar que tienes razón.
—Yo no diría eso.
—Pero si dices que estás
puliendo tu teoría…
—¿Por qué no dejas de
evitar lo verdaderamente importante? —su expresión dejaba claro que aún no
estaba dispuesto a perdonarla—. No sé qué tiene que ver todo esto con haberte
marchado sin despedirte.
—No quería despertarte.
—Podrías haberte quedado
toda la noche.
—Eso es exactamente lo que
no quería hacer. Es imposible mantener las distancias si sigo pasando la noche
contigo.
—¿Si sigues pasando la
noche?
—Fueron dos fines de
semana seguidos, y la primera vez fue desastrosa.
Zac no parecía convencido,
pero tampoco protestó. Le miró los dedos, que seguían acariciándole la cintura,
y luego la miró a los ojos.
—No vamos a acostarnos
—declaró.
Una ola glacial golpeó a
Vanessa, a pesar del calor que sentía en los dedos. Pero siempre se había
enorgullecido de no rendirse a las adversidades.
—No tenemos por qué
hacerlo. Se supone que estoy aquí para demostrarte cuánto lo siento.
—Sí, aún estoy esperando.
Ella miró a su alrededor.
—El sábado pasado
estábamos tan ocupados que no tuve oportunidad de ver toda la casa. ¿Quieres
enseñármela?
Zac la miró con
desconfianza, pero asintió. Vanessa retiró la mano y lo siguió mientras salía
del salón.
Examinó todas las
habitaciones, los cuartos de baño y los armarios, para ver qué descubría sobre
la personalidad de Zac. Todo estaba limpio y ordenado, con un ligero toque de
decoración masculina. El despacho fue lo que más la sorprendió.
—Elegí ésta casa por esta
habitación —dijo él al tiempo que encendía la luz.
Vanessa observó que había
una puerta que conducía al exterior, proporcionando así otra entrada desde la
calle.
—Había intentado
imaginarse cómo sería tu despacho, pero no he estado muy acertada.
—¿Y eso?
—En primer lugar, no sabía
que trabajabas en casa. Y me imaginé algo más sofisticado, con muchos colores y
sillones negros de cuero.
—Esa clase de decoración
no ayuda a que los clientes se relajen.
—¿Tus clientes vienen
mucho a verte aquí?
—No mucho. Normalmente voy
yo a la empresa que me ha contratado, pero de vez en cuando vienen aquí, para
el contacto inicial.
—Debe de ser genial
trabajar en casa.
—Es agradable, pero tiene
sus inconvenientes. Por ejemplo, en mi tiempo libre tengo siempre la sensación
de que debería estar trabajando.
—¿Eres un adicto al
trabajo?
—Tengo cierta tendencia a
ello —confesó él.
Vanessa se pasó por el
despacho, leyendo los lomos de los libros y mirando los objetos artísticos y
personales que llenaban las estanterías. El efecto era íntimo y acogedor, lo
cual debía de ser una táctica psicológica para que el cliente se sintiera
cómodo. Vanessa se imaginó a sí misma sentada allí y confesándole sus
pensamientos secretos a Zac.
—¿Te gusta el béisbol? —le
preguntó al ver su colección de pelotas firmadas.
—«Gustar» es decir poco.
—Ah, así que eres de los
que rinden culto.
—Tengo el carné de socio
—dijo él sonriendo.
—Yo también soy
aficionada, aunque nunca lo hubieras imaginado.
—Hace tiempo que aprendí a
no sacar conclusiones sobre las personas.
—Oh, vamos… ¿Un psicólogo
no saca conclusiones? No lo creo —se sentó en el sofá y puso los pies sobre la
mesita, estirando los brazos sobre el respaldo.
—De acuerdo, intento no
sacar conclusiones…
Ella sonrió. Era el
momento de demostrarle lo arrepentida que estaba y, con suerte, quitarle esa
expresión de hielo.
—Dime —deslizó la mano
sobre la suave piel del sofá —, ¿qué tengo que hacer para que representes
conmigo la fantasía de un profesor seducido?
—¿Un qué?
—Tú puedes ser el
profesor, y yo seré la, alumna traviesa.
—Te dije antes que no
vamos a tener sexo esta noche.
Estaba apoyado contra el
escritorio. Ella se levantó y se acercó lo más posible sin llegar a tocarlo.
—¿Quién ha hablado de
sexo? Hay otras maneras de representar una fantasía.
Él abandonó finalmente la
expresión de recelo y esbozó una media sonrisa.
—Sólo se me ocurre una
manera que pueda ser divertida.
—Entonces te falta
imaginación. Yo seré una alumna que ha sacado malas notas pero que quiere
graduarse.
—Mmm… Soy todo oídos.
—Y tú me pides que venga a
tu despacho.
Él guardó silencio por unos
momentos.
—¿Qué la trae a mi despacho,
señorita? —preguntó, cuando Vanessa empezaba a temer que no quisiera seguir el
juego.
—Doctor Efron —dijo,
apretándose contra él y exagerando su acento de Nueva Orleáns
—. No sé cómo voy
a aprobar su asignatura. Esperaba que me permitiera hacer un trabajo extra para
usted.
—¿Qué clase de trabajo?
—Bueno, para serle
sincera, la psicología no es mi fuerte —llevó una mano hacia abajo y le agarró
la erección—. Pero he obtenido muy buenas notas en educación física.
—Interesante —dijo él con
voz tensa.
—Me gustaría enseñarle mi
mayor talento, si es tan amable de sentarse en la mesa.
Zac obedeció y ella lo
besó apasionadamente, explorando con las manos su piel desnuda.
Cuando acabó,
lo miró con una expresión de inocencia.
—Oh, lo siento, señor. Me
he pasado un poco.
—No es necesario que te
disculpes.
—Entonces, si no le
importa, necesito que se baje los pantalones para ver qué le ha parecido mi
trabajo.
—Señorita, supongo que
sabrá que en esta universidad tenemos una política muy estricta contra las
relaciones sexuales entre profesores y alumnas.
—Por supuesto, señor. De
ningún modo le estoy sugiriendo que tengamos relaciones sexuales.
—Estupendo.
—Pero no podré terminar mi
trabajo si no se baja los pantalones.
Vio que él estaba a punto
de protestar, así que volvió a deslizarle la mano por el pecho hasta la
erección. Lo acarició a través de la tela y las quejas de Zac murieron en su
boca.
Se bajó los pantalones y los calzoncillos y ella se arrodilló frente a
él.
—Necesito tomarme unas
cuantas libertades, señor —dijo, con la boca a escasos centímetros de la
erección. Tan cerca que él podía sentir su aliento.
Vanessa no había conocido
todavía a un hombre que pudiera resistirse a un trabajo oral.
—Tómese todas las
libertades que necesite, señorita.
Ella le rodeó el miembro
con los dedos y se lo introdujo en la boca. Lo sintió duro y ardiente contra su
lengua, y se deleitó con su tacto y sabor.
Lo besó y lamió en el
extremo y lo recorrió con la lengua en toda su longitud mientras le acariciaba
los testículos con las uñas. A Zac se le entrecortó la respiración y se le
aceleró el pulso, y a ella le encantó tenerlo a su merced.
Zac se aferró al borde del
escritorio con una mano y entrelazó los dedos de la otra en los cabellos de
Vanessa, quien fue aumentando el ritmo hasta alcanzar una velocidad frenética.
Lo llevó hasta el límite y más allá, haciendo que explotara y se vaciara en su
boca, quedando tendido y jadeando sobre la mesa. Entonces subió hasta su cara y
silenció sus gemidos con un beso mientras él se subía los pantalones.
Sentía la satisfacción de
una pequeña victoria. Pero también una punzada de culpa…
porque lo había
manipulado para hacer algo que él no quería hacer, igual que la última vez.
No iba a permitirse pensar
de esa manera. Aquello era un juego entre dos adultos, y ella estaba allí para
jugar y divertirse. Tiro de él hacia el sofá, donde tenía intención de seguir
con el juego.
—Vanessa —dijo él entre
besos—, espero que no creas que voy a cambiar de opinión por esto.
—¿Mmm? —lo hizo callar con
un beso largo y lento. Sin embargo, él la apartó.
—Gracias —dijo, asintiendo
hacia la mesa —, pero ya te lo he dicho. No vamos a tener sexo esta noche.
—Debes de estar bromeando.
—Si quieres quedarte para
hablar, magnífico. Pero si quieres hacer algo más, no puedo ayudarte.
Vanessa parpadeó,
perpleja. Aquello era nuevo para ella.
—¿Me has dejado hacer eso
sabiendo que no tenías intención de acabarlo?
—Lo siento. Pensé que sólo
querías compensarme por haberte ido sin despedirte.
La furia la invadió y
quiso golpear y arremeter contra lo que fuera.
—Maldito estúpido —se
levantó bruscamente del sofá.
Él también se puso en pie
y la siguió fuera del despacho.
—No vas a ser una buena
pareja de investigación si sigues huyendo.
—¿Podemos olvidarnos de
esa tontería de estudio? Tu teoría es una ridiculez.
—Pues claro que no. Tú
fuiste quien quiso hacerlo. ¿Siempre abandonas cuando las cosas no salen a tu
manera?
No, ella no se rendía.
Pero sí sabía cuándo saltar de un barco que se estaba hundiendo.
—Tienes razón —dijo—. Yo
no abandono. Pero te pedí acceso ilimitado a…
—¿A mi cama? —interrumpió
él con una sonrisa—. Es cierto. No estoy siendo justo, pero es mi teoría lo que
estamos poniendo a prueba. Creo que debo modificar las condiciones si es
necesario.
—El problema es que no
puedo pensar en nada más que sexo cuando estoy contigo.
—Eres insaciable —dijo él
con una mirada llena de sensualidad.
—Casi todos los hombres lo
consideran una buena cualidad.
—Y yo no lo discuto
—cubrió la distancia que los separaba y le tomó las manos—. Pero no voy a
acostarme contigo hasta que crea que estamos preparados.
La ira volvió a invadir a
Vanessa, que apartó las manos de un tirón.
—Entonces acuéstate con tu
teoría de ahora en adelante y dime si te da calor por las noches.