lunes, 2 de abril de 2012

Capitulo 9.

Principio número 9:
Una mujer indecente se rodea de mujeres como ella, con quienes compartir ideas y estrechar los lazos de la amistad, pues sabe que la unión hace la fuerza.


Vanessa tomó un sorbo de café y esperó con los ojos cerrados a que la ardiente dosis de cafeína hiciera efecto. Después de marcharse de casa de Zac el sábado por la noche, había estado nerviosa, inquieta y desvelada durante todo el día siguiente.

Se había pasado el domingo intentando ocuparse de las tareas administrativas de Any Ocassion, pero continuamente se sorprendía mirando al vacío y pensando en Zac.

Aquella mañana había quedado con Delia, y aunque le habría encantado quedarse en casa y descansar un poco, estaba impaciente por conocer mejor a la cuñada de Zac, de quien él había hablado tan bien.

Además tenía trabajo que hacer. Había recibido una llamada del inspector que le había recomendado Zac y habían concertado una cita para ese mismo día. Estaba nerviosa por su valoración, ahora que había decidido quedarse con la casa. Una parte de ella quería oír que estaba infestada de termitas y que había que quemarla hasta los cimientos, mientras que otra temía que la casa estuviese en un estado crítico.

A su alrededor, las conversaciones y ruidos de cacharros de su café favorito se mezclaban con el bullicio del tráfico, y Vanessa se sintió extrañamente reconfortada en contraste con el silencio de su apartamento. Vivir sola tenía sus inconvenientes, sobre todo cuando se despertaba con el anhelo de cierta compañía masculina.

Durante toda la noche la habían asaltado las dudas; dudas sobre su decisión de quedarse con la casa de su tía, dudas sobre su capacidad para resistirse a los encantos de Zac, y no sólo a los sexuales, dudas sobre sus oportunidades en la vida. ¿Sería una equivocación permanecer soltera? ¿Se estaría conduciendo hacia una vejez llena de decepción y amargura?

No era la clase de pensamientos que solía tener. Su alegre existencia estaba sufriendo una transformación, y si quería preservar su cordura y la vida que conocía, necesitaba acabar la relación con Zac.

El problema era que le había dado un mes para demostrar su teoría… y que ella deseaba tener ese mes con él. Lo único que debía hacer era atenerse a los principios de las mujeres indecentes y confiar en poder demostrarle a Zac que su teoría estaba equivocada.

Por su parte, Zac hacía todo lo posible por demostrar que la equivocada era ella. Y, ciertamente, sus esfuerzos por retrasar el encuentro sexual habían sido encantadores.
Vanessa empezaba a darse cuenta de lo fácil que sería enamorarse de él, por lo que necesitaba establecer una cuarta regla: asegurarse de que la pareja fuese alguien fácil de abandonar. Podía ser guapo, podía ser extraordinario en la cama, pero no podía ser la clase de hombre de la que una no quisiera despegarse.

Sonrió al ver que su cita entraba en el café. Delia se movía con una seguridad apabullante en sí misma. Alta y atractiva, debía de rondar los cuarenta. Tenía una bonita melena rubia que le llegaba hasta los hombros, unos ojos azul topacio, y unas curvas que, a pesar de haber tenido tres hijos, aún podrían detener la circulación.

Delia la vio y la saludó con la mano, antes de dirigirse hacia la barra y pedir un café. Una vez tuvo la taza, se acercó y se sentó frente a Vanessa.

—Siento llegar tarde. Me acabo de echar un tinte en el pelo por primera vez en mucho tiempo, y no recordaba lo mucho que se tardaba en hacerlo.

—Tranquila, no tengo prisa. Por cierto, el pelo te queda genial.

—Gracias —dijo ella agitando la melena—. No podía dejar de mirarme en el espejo retrovisor mientras venía hacia aquí.

—¿Qué te ha animado a echarte un tinte y salir a tomar un café?

—Buena pregunta —soltó un suspiro—. Estoy en huelga con mi familia.

—¿Cómo es eso? ¿Te niegas a trabajar?

—Me niego a cumplir con mis deberes de madre y esposa hasta que ellos empiecen a apreciar un poco más mis esfuerzos.

—Haces muy bien —le aseguró Vanessa con una sonrisa.

—No llevo ni una semana todavía, pero de momento no he conseguido nada.

—¿Y cuándo sabrás que has conseguido algo?

—Cuando todos vengan arrastrándose a mis pies y me demuestren que han aprendido a cuidar de ellos mismos.

Aquélla era la razón por la que Vanessa no tenía prisa alguna en casarse. No quería acabar siendo la criada de una familia desagradecida.

—No me malinterpretes —dijo Delia, como si le leyera la mente—. Quiero a mi familia y me gusta mi vida, pero nuestra casa necesita un poco de reorganización.

—Mi tía siempre decía que ser madre es como nadar contracorriente en un río durante el resto de tu vida… una tarea de lo más agotadora que no te lleva a ninguna parte.

—¿Cómo estaba tan segura? —preguntó Delia con los ojos muy abiertos, horrorizada.

Vanessa nunca le había preguntado a su tía por el tema, pero algo debía de haber ocurrido para que tuviese una opinión tan radical.

—Supongo que no le gustó mucho que yo entrara inesperadamente en su vida.

—¿Era buena contigo?

—Siempre. No era como una madre normal, pero cuidó de mí lo mejor que pudo.

—Aun así, no debería haberte hablado tan mal de la maternidad.

—Ahora que lo dices, me pregunto si estaba resentida por haber tenido que cuidar de mi propia madre. Mi tía era quince años mayor que su hermana, así que mi abuela la cargó con gran parte de la responsabilidad maternal.

—No hay nada como arruinar tu adolescencia por culpa de un bebé para que se te quiten las ganas de ser madre.

Aquello tenía sentido, pensó Vaneessa. ¿Por qué nunca había relacionado esas dos partes de su tía? Guardó la información para pensar en ella más tarde.

—Ophelia era una mujer muy compleja —dijo.

—¿Y tus padres?

—Es una historia muy larga y muy triste que prefiero dejar para otro momento.

Delia la miró con preocupación, pero no insistió.

—Me alegra que hayamos podido vernos. Apenas tengo tiempo para mí, y después de que se me estropeara la otra noche con mi amiga, necesitaba darme una compensación.

Vanessa sonrió.

—Zac me dijo que Max y tú lleváis casados veinte años.

—Así es. Nuestro vigésimo aniversario es el mes que viene.

—Vaya, qué bien. ¿Y qué vais a hacer para celebrarlo?

Delia se encogió de hombros.

—Quién sabe si nos hablaremos para entonces. Lo más seguro es que dejemos a los niños en casa de mi madre y salgamos a cenar. Es lo que hacemos cada año.

—¡Tenéis que hacer algo especial! Déjame organizar una fiesta de aniversario con todos tus amigos y familiares —ofreció, dándose cuenta inmediatamente de que no debería haberlo hecho. ¿De dónde sacaría el tiempo y el dinero?

—No, no puedo dejar que hagas eso…

—Sí, claro que puedes. Primero os vais a cenar juntos, y a la noche siguiente lo celebráis con todos. Será muy divertido.

—No quiero que te molestes por nosotros.

—Pero quiero hacerlo, en serio. Vamos, ¡de verdad que será divertido!

Delia pareció pensarlo.

—Si nos permites pagarte, tal vez acepte.

—¡Por supuesto que no! Ha sido idea mía.

—Entonces no habrá celebración.

Pero Vanessa ya lo había decidido. Si era necesario, prepararía una fiesta sorpresa.

—¿Por qué tengo la sensación de que estás tramando algo? —le preguntó Delia.

—No sé de qué estás hablando —dijo ella apartando la mirada.

—Si de verdad quieres preparar una fiesta, por favor, haz que Zac participe. Correrá con todos los gastos.

—De acuerdo; si insistes, le pediré que me ayude —le aseguró, sólo para zanjar la discusión. Conseguiría que Zac participara, pero para que la fiesta fuera más personal.

—Bueno, dime, ¿qué hay entre Zac y tú? ¿Es algo serio?

—Nada serio.

—Vamos, tienes que contarme más. Sacarle información a Zac es como intentar ordeñar a un toro.

Vanessa soltó una carcajada por la comparación.

—Está bien. Yo no busco una relación seria, pero Zac no acepta un «no» por respuesta.

—El hecho de que Zac te persiga ya es toda una proeza.

—¿Por qué?

—Las mujeres lo han acosado toda su vida. Nunca ha tenido que mover un dedo para tener una novia o una cita.

—Bueno, en ese caso le vendrá bien un desafío, para variar.

Delia sonrió avergonzada.

—Todos mis esfuerzos por emparejarlo han sido desastrosos; por eso estoy encantada de verlo tan interesado en ti. Creo que eres perfecta para él. Nunca lo había visto de tan buen humor.

—¿Qué quieres decir? —no quería desanimar a Delia señalando que no había ninguna posibilidad de que Zac y ella fueran algo más que amantes—. ¿Normalmente es huraño?

—No, sólo un poco serio. Es parte de su encanto, aunque las sonrisas y las bromas lo hacen aún más atractivo.

Otra razón por la que no podían compartir más que sexo. A Vanessa no le gustaban los tipos serios. Quería que su pareja fuese el alma de la fiesta. Sonrió al recordar lo que le había dicho Max sobre el carácter alocado de Zac.

—Tu marido me contó unas cuantas historias sobre Zac para asegurarse de que le preparara una fiesta a su medida.

—Este hombre… —dijo Delia con una mueca de exasperación.

—Max me parece un gran hombre. Por lo que Zac me ha contado de vosotros dos, admiro lo que tenéis. La verdad es que me sorprende lo de esta huelga.

Pero ¿de dónde demonios había salido esa confesión? ¿Cómo podía decir que admiraba a una pareja casada? Aunque, por otro lado, un matrimonio estable era tan poco frecuente que sus miembros eran dignos de elogio.

—Veinte años de dicha matrimonial —dijo Delia sonriendo irónicamente—. Pero es muy fácil olvidar lo afortunados que somos. Gracias por recordármelo.

—No muchas parejas pueden presumir de durar tanto y seguir siendo felices.

—Cuando conocí a Max, no estaba buscando marido. Y él… bueno, parecía el hombre menos adecuado para mí.

—¿Lo dices en serio?

—Completamente. Gracias a Dios, ambos maduramos, o nunca habríamos sobrevivido como pareja.

—Si no buscabas marido y él no era tu hombre perfecto, ¿cómo es que acabasteis casándoos?

Delia apuró la taza de café y esbozó una sonrisa soñadora.

—Yo era joven y tenía la cabeza llena de pájaros. Fantasías románticas, caballeros que me conquistaban, cosas así.

Vanessa no pudo evitar una sonrisa.

—Y él te robó el corazón.

—Sólo para poder acostarse conmigo.

La sonrisa de Vanessa se transformó en una carcajada.

—¿No es esa la estrategia de todos los hombres?

De todos los hombres excepto de Zac.

Se puso seria al darse cuenta de lo lejos que había llegado Zac desafiando sus expectativas. Había revolucionado las ideas que ella tenía sobre las relaciones, el sexo y los hombres. Era demasiado complicado, demasiado analítico, demasiado seguro de su estúpida teoría sexual.

—Sea como sea, espero que cambies de opinión respecto a Zac —dijo Delia—. Creo que haríais una buena pareja.

Vanessa se limitó a encogerse de hombros. No quería decepcionar a su nueva amiga, pero tampoco quería engañarla.

Delia la miró fijamente a los ojos.

—Vamos, cuéntamelo… ¿qué hay realmente entre vosotros dos?

—Sexo, nada más.

—No te creo.

—Pues es todo lo que voy a decir. Si quieres más, tendrás que ordeñar al toro.

Delia se echó a reír.

—No, gracias. Ya tengo bastantes ocupaciones.

—Me lo imagino. Tres niños, un marido, un restaurante, una huelga matrimonial…

Las dos se rieron a la vez.

—El restaurante es cosa de Max. Yo me encargo de los niños.

—Me gustaría conocer a tus hijos alguna vez.

—Oh, los conocerás, te lo aseguro. ¿Por qué no venís tú y Zac a casa de Kelly y Jake el domingo que viene para un picnic? Así podrás hartarte de niños.

—Me encantaría —dijo, dándose cuenta demasiado tarde de que tendría que volver a ver a 
Zac—. ¿Kelly y Jake estarán de acuerdo?

—Por supuesto. Los avisaré de que vas a venir. Ya verás… Cuando conozcas a mis hijos se te quitarán las ganas de volver a tener relaciones sexuales en tu vida.

—No estás haciendo precisamente campaña a favor de la maternidad —dijo Vanessa riendo.

—En realidad, y aunque te parezca una sentimental, me encanta ser madre. Es lo mejor que 
he hecho en mi vida, sobre todo cuando tus hijos son pequeños y puedes mimarlos y abrazarlos todo lo que quieras. Nada que ver cuando llegan a la adolescencia.

Vanessa sonrió, y entonces se le ocurrió una idea.

—Hablando contigo, y oyendo lo ocupada que estás, he recordado lo mucho que una mujer necesita pasar tiempo con sus amigas.

—Tienes razón. Me alegro mucho de que nos hayamos visto. Espero que podamos repetirlo pronto.

Vanessa se mordió el labio, pensando si de verdad quería hacer lo que llevaba gestándose en su cabeza desde que encontró la lista con los principios de la Liga de Mujeres Indecentes.

—He estado pensando… Cuando mi tía era joven, formó un grupo llamado la Liga de Mujeres Indecentes.

—Oooh, me encanta cómo suena —dijo Delia.

—Era un grupo de mujeres que se reunían una vez al mes en casa de mi tía para hablar, alternar y celebrar que eran las mujeres más atrevidas de su tiempo. ¿No sería fantástico hacer algo así otra vez?

—¿Tener tiempo sólo para mujeres de manera regular? Suena demasiado bueno para ser cierto.

—Tengo muchas amigas que están en tu misma situación. Desde que se casaron y tuvieron hijos, apenas las he vuelto a ver.

Delia asintió.

—Yo también he perdido el contacto con casi todas mis amigas. Es difícil mantener una amistad cuando nuestras vidas toman caminos distintos.

—Pero si os hubierais reunido regularmente cada mes, seguro que no habríais perdido el contacto.

—¿En serio estás pensando en volver a formar ese grupo de mujeres indecentes? —preguntó Delia, inclinándose hacia delante ansiosa por oír más.

—Desde luego. Creo que es una idea demasiado buena como para no llevarla a cabo.

—Zac dijo que ibas a quedarte con la casa de tu tía y reformarla. ¿Se celebrarían allí las reuniones cada mes?

—Es la tradición.

—Guau, parece muy divertido. Cuenta conmigo. Y dime si puedo ayudar en algo.

—Sé un modo en el que puedes ayudar. Quiero que el grupo empiece siendo pequeño, pero 
me gustaría que lo formaran mujeres de varias edades. Si conoces a alguien que pueda ser una mujer indecente y a la que le gustaría unirse, házmelo saber y la invitaremos.

—La verdad es que tengo unas cuantas amigas indecentes con las que me encantaría volver a reunirme.

Vanessa miró su reloj y vio que sólo faltaban quince minutos para su cita con el inspector en casa de Ophelia.

—Tengo que irme, pero estoy muy contenta de que nos hayamos visto —dijo al tiempo que se levantaba.

—¿Vendrás al picnic el domingo?

—Por supuesto —aseguró, aunque sentía una punzada de aprensión en el estómago.

Tenía el presentimiento de que, a pesar de la huelga, Delia era feliz con su marido y sus hijos. Ver un ejemplo perfecto de felicidad familiar ¿le haría desear tener lo mismo?
¿Y qué si así era? ¿Por qué la molestaba tanto la idea?

Porque sabía que era un sueño irrealizable. Se conformaría con su vida alegre y sencilla y dejaría los enredos familiares para las mujeres más valientes que ella.

Delia miró por la ventana del café, viendo cómo Vanessa se alejaba por la acera. Veía mucho de ella misma en Vanessa. Era extraño. Por culpa de unas pocas decisiones, no había sido como ella diez años antes. Podría haber sido una chica soltera, sin compromisos, con toda la vida por delante.

¿Lamentaba haberse casado tan joven? Antes de tener a sus hijos, había tenido momentos de duda; pero ahora no podía decir que envidiara a Vanessa.

A pesar de la huelga, no podía imaginarse una vida distinta. Una repentina ola de emoción la inundó, y tuvo que parpadear para contener las lágrimas. No se esperaba que la conversación con Vanessa le hiciera apreciar lo que tenía.

Pero así era. Y si sólo pudiera conseguir que su familia la apreciara un poco más, todo sería perfecto.

En ese momento sonó su móvil. Hurgó en el bolso y vio en el identificador de llamada que era su hija Brianna, llamándola desde el colegio con su móvil nuevo.

—Hola, Brie.

—Hola, mamá. Es la hora de comer, y estaba pensando que…

—¿Pensando qué? —la acució cuando su hija no siguió. Seguramente fuera a pedirle permiso para volver tarde o ir a casa de una amiga después del colegio. Brianna nunca la llamaba por otras razones.

—En ti.

—¿Qué pasa conmigo?

—Es por eso de la huelga… Me siento mal por todo el trabajo que te causamos y que no… bueno, que no apreciamos mucho.

¿Cómo? Delia parpadeó con asombro. ¿Había oído bien a su hija? ¿Acaso alguien de su familia había entendido finalmente el mensaje?

—Bueno, supongo que es eso mismo lo que intentaba deciros.

—Sólo quería decirte que lo siento. Te prometo que ordenaré mi habitación esta noche.

—Gracias, Brie. Muchas gracias.

—Tengo que irme. La hora del almuerzo casi ha terminado.

Era demasiado esperar que su hija adolescente quisiera pasar la tarde con ella, pero aun así tenía que intentarlo.

—¿Quieres salir a cenar y a tomar un helado conmigo esta noche?

—Eh… claro. ¿Podré pedir mi helado especial de brownie?

—Por supuesto.

Después de despedirse y meter el móvil en el bolso, Delia sonreía como una tonta. Al menos la huelga había conseguido que Brianna apreciara sus esfuerzos.

Un miembro de la familia menos, pero aún quedaban tres.

—¿Vanessa? Soy Zac otra vez. ¿No piensas devolver mis llamadas? Delia me dijo que vas a ir al picnic el domingo. Llámame si eso es cierto.

Colgó y puso una mueca por el tono irritado de desesperación con el que había hablado. Genial, ahora Vanessa pensaría que la estaba acosando.

Dejó el teléfono en la mesa y suspiró, contemplando el monitor del ordenador. Estaba demasiado nervioso para trabajar esa noche.

Durante toda la semana había pensado en pasarse por la oficina de Vanessa o por casa de su tía. Al menos se merecía una explicación por su comportamiento del sábado. Pero había optado mejor por refugiarse en el trabajo y hacer horas extra para aconsejar a los alumnos sobre sus proyectos.

Además, se sentía culpable por haberle prometido que la ayudaría con la casa y no haber movido todavía ni un dedo. Era culpa de Vanessa por no devolver las llamadas, pero eso no era excusa; sabía que la casa debía estar lista para mudarse a ella lo antes posible.

Se levantó y caminó por la habitación en busca de algún libro o revista… cualquier cosa que no lo hiciera pensar en ella. Pero se sorprendió vagando por la casa. Casi todas las habitaciones le recordaban lo que había hecho con Vanessa el fin de semana pasado. Y ahora, un viernes por la noche, estaba solo y fingiendo que trabajaba.

Había rechazado la invitación de unos amigos para ir a un bar, una de su hermano Paul para ir a cenar y otra de una mujer a la que apenas conocía para salir con ella. Estaba solo en casa y odiándose por ello.

Salió a correr unos kilómetros y estuvo cerca de una hora haciendo pesas en el pequeño gimnasio que había montado en la habitación libre. Luego, se duchó y se tumbó en el sofá con un montón de trabajos que calificar.

Empezó a leer la primera página, pero al cabo de un minuto se dio cuenta de que no había comprendido ni una sola palabra. Sus pensamientos volvían una y otra vez a Vanessa y a cómo se había escabullido de su cama en mitad de la noche.

¿Qué la había asustado tanto? ¿De verdad tenía tanto miedo de que se conocieran mutuamente? ¿Tan reacia era a darles una oportunidad?

Especular no tenía sentido. Pero no podía evitarlo. Si Vanessa era tan asustadiza, entonces él quizá se hubiera equivocado. Tal vez había sido un estúpido por enamorarse de ella.
Sí, definitivamente era un estúpido. No podía negarlo.

Pero lo más escalofriante era que, aun sabiendo que se equivocaba al perseguirla, no quería dar media vuelta y tomar otro camino. Iba derecho a la autodestrucción, como conducir a toda velocidad hacia un muro; pero si eso significaba llegar hasta ella, no estaba seguro de que le importara mucho la colisión.