viernes, 23 de marzo de 2012

Capitulo 8.

Principio número 8:
Una mujer indecente nunca es indecente sólo por llamar la atención. Cuando provoca un escándalo lo hace con un propósito mayor.

Vanessa sonrió mientras Zac la conducía al salón. Nunca había salido con un hombre que cocinara para ella, y le parecía un detalle muy sexy y encantador, como tantas otras cosas de Zac. Demasiadas cosas…

La sonrisa se le desvaneció al darse cuenta de lo fácil que sería enamorarse de él si bajaba la guardia. En ese momento, tenía la sensación de que Zac intentaba seducirla fuera de la cama para convencerla de que iba derecha a la autodestrucción.

Aquél era seguramente el mayor peligro de enamorarse de él. No la veía como a una mujer, sino como un desafío; alguien a quien podía salvar de un comportamiento dañino. Y una vez que le hubiera hecho ver el error de sus actos, ¿entonces qué? Su trabajo habría acabado. Así que, por muy increíble que fuera Zac en la cama, ella sería una ingenua si pensaba en él como en algo más que un amante temporal.

—Antes olvidé decirte una cosa —dijo él cuando se sentaron en el sofá—. He hablado con el inspector y le he dado tu número. Te llamará el lunes para concertar una visita.

—Gracias —el pánico la invadió. Una inspección confirmaría el trabajo que había que hacer y la enorme responsabilidad que conllevaba.

—Te has puesto pálida. Espero que no haya sido por la comida.

—He tenido un ataque de pánico al pensar en la reforma de la casa, eso es todo.

—Si de verdad te asusta, míralo de este modo: puedes venderla cuando quieras. Mucha gente se mataría por comprarla, sobre todo después de las reformas.

—Tienes toda la razón. No sé por qué me da tanto miedo.

Se quitó los zapatos e hizo ademán de sentarse sobre sus pies, pero Zac le agarró las piernas y se las puso en el regazo para masajearle los gemelos. Hasta ese momento Vanessa nunca había sabido la tensión que albergaban sus músculos.

—Mmm… qué gusto.

—Para mucha gente, ser propietario de una casa es algo muy simbólico. Quizá tengas miedo de todo lo que representa para ti.

Ella cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás mientras la tensión abandonaba sus piernas.

—¿Me estás psicoanalizando?

—Lo siento —dijo él en tono jocoso—. Es una mala costumbre.

—Tranquilo. Me gustaría saber lo que representa simbólicamente una casa. Quizá descubra así la razón de mis temores.

—El simbolismo es algo muy personal. Sólo tienen significado en la medida en que lo tengan para ti. Así que dime, ¿qué representa una casa?

—Ésa es una pregunta difícil.

—Puede ser, pero ¿no crees que te gustaría saber la respuesta?

Tal vez tuviera razón. Vanessa intentó pensar en lo que significaba una casa para ella y al instante se le pasaron muchas cosas por la cabeza.

—Compromiso, estabilidad, familia… —respondió sin preocuparse por las consecuencias—. Responsabilidad. Echar raíces. Estar atada. Tener menos libertad en la vida…

—Vaya… Detengámonos aquí y hablemos de todo eso.

—¿Por qué haces esto?

—¿El qué?

—Ayudarme a superar mis miedos —abrió los ojos y le clavó la mirada.

—Es mi trabajo —respondió él con una encantadora sonrisa.

—Yo no soy una paciente tuya.

—No, pero has conseguido despertar mi interés. Quiero llegar a conocerte, saber cómo piensas, qué es lo que te mueve… Lo siento si te parece que hablo como un psicólogo.

Vanessa se sintió halagada. Era raro encontrar a alguien que se interesara por algo más que su aspecto, su ropa o cómo se animara en una fiesta.

—No puedes evitarlo, ¿eh?

—Soy una causa perdida. Lo analizo todo hasta el último detalle. Pero no tienes por qué hablar de la casa si no quieres. Únicamente siento curiosidad, eso es todo.

Era extraño, pero Vanessa sí quería hablar de ello. No creía que pudiera encontrar a nadie más interesado que Zac en oírla. Y desde luego, no iba a encontrar a un psicólogo tan guapo como él ni que diera unos masajes tan increíbles.

—Cuando pienso en la casa, siento algo extraño en el estómago.

—¿Crees que puede ser por no haberte criado en una familia tradicional? A veces, lo que conocemos es lo que nos hace sentir cómodos.

—Pero yo conozco la casa. Crecí en ella.

—¿Y crees que, en un nivel más básico, tu miedo es a comprometerte con alto tan permanente como una casa?

—Tal vez.

—¿Es posible que ese miedo sea el resultado de no haberte criado con tus padres?

—No veo cómo.

—Lo que nos ocurre en la infancia puede tener repercusiones para toda la vida.

Vanessa pensó en aquella posibilidad. No tenía recuerdos de su padre, y los que tenía de su madre eran por las fotos e historias que su tía le había contado. Ophelia creía que no tenía sentido mirar al pasado, y menos a una historia tan triste como la de su familia.

—Supongo que siempre he pensado que podría ser feliz si evitaba las complicaciones.

—Y todo lo que esa casa representa para ti es muy complicado.

—Sí —respondió. Él dejó de masajearla y ella abrió los ojos—. Se te da muy bien esto. ¿Has pensado en dedicarte a ello profesionalmente?

—¿A dar masajes? Ni hablar —sonrió—. Seguramente tendría que darles masajes a muchos hombres peludos.

—Me refiero a la psicoterapia —dijo ella riendo.

—Nunca he tenido mucho interés en meterme en la vida personal de las personas —le pasó un dedo por la planta del pie, provocándole un escalofrío—. Sólo de unas pocas.

Vanessa se sentía completamente relajada, pero el contacto de Zac le había provocado al mismo tiempo una espiral de calor en su interior. Apartó las piernas y se subió a su regazo.

—No me parece que ésta sea la postura adecuada para hablar —dijo él.

—Doctor, tengo un problema que sólo tú puedes curar —quizá él quisiera seguir con su estudio, pero ella sabía toda clase de tretas para distraerlo—. Me duele aquí —se levantó el vestido y deslizó la mano en sus braguitas—. Y el dolor se hace más fuerte cuanto más cerca estoy de ti —empezó a masajearse y él bajó la mirada.

—¿Te alivia tocarte tú misma?

—Un poco, pero no mucho.

—Mmm. Normalmente no diagnostico dolencias físicas —dijo, metiendo las manos bajo el 
vestido y rodeándole las caderas hasta su trasero.

—¿Y no podrías hacer una excepción? —preguntó ella en un jadeante susurro.

Él no dijo nada; siguió viendo cómo se tocaba con una mano entre las piernas mientras con la otra se acariciaba los pechos.

—Creo que puedo complacerte —dijo, cuando ella empezaba a pensar que su pequeña treta no estaba funcionando.

La hizo ponerse en pie y los dos se desnudaron mutuamente en un tiempo récord. Una vez desnudos y con el preservativo puesto, Zac la tumbó en el sofá y se colocó encima.

—¿Es aquí donde te duele? —le preguntó, presionando la erección contra ella.

—Sí… Justo ahí.

Él la penetró de una rápida y certera embestida, enloqueciéndola de placer. Vanessa gimió y se dijo a sí misma que debía relajarse y disfrutar del acto.

Pero algo la intranquilizaba.

La culpa. Había usado sus artimañas femeninas para seducir a Zac, cuando él había intentado por todos los medios ir despacio con ella.

Se pasaron el resto de la noche jugando, explorándose, disfrutando de sus cuerpos, pero Vanessa no pudo desprenderse del remordimiento. Amenazaba con arruinar la diversión, y no había nada que ella odiase más que ser una aguafiestas.

Su intención no había sido quedarse dormida en la cama y los brazos de Zac, sino escapar del sentimiento de culpa. Se despertó sobresaltada en mitad de la noche y recorrió con la mirada la habitación desconocida. El sonido de una respiración a su lado y el tacto de un brazo alrededor de su cintura le recordaron que seguía en el dormitorio de Zac. Al dormir allí había violado la regla que se había prometido no volver a romper.

Se maldijo en voz baja, pero la cálida sensación del cuerpo desnudo de Zac era muy tentadora. Si se quedaba, tal vez volvieran a hacer el amor al despertarse; desayunarían en la cama y tomarían juntos una ducha caliente.

No.

Sólo tenía que recordar el último encuentro en la habitación del hotel para saber que era una mala idea. Había demasiadas emociones enfrentadas, y alguien podría sufrir.
Tenía que marcharse.

Se obligó a levantarse de la cama con cuidado de no despertarlo. Buscó a tientas su ropa en la oscuridad, pero recordó que habían quedado desperdigadas por el salón.

Unos minutos después, se había vestido y había encontrado su bolso. Salió silenciosamente por la puerta principal, se subió a su coche y condujo hacia su casa.

Pero en vez de sentirse libre y exultante por una noche de sexo, como sería de esperar, la asaltaba una sensación de que había hecho algo malo. No quería marcharse aún de casa de Zac. Quería acurrucarse contra él y despertarse en sus brazos. Nunca antes había tenido unos deseos así en una aventura, pero ahí estaban.

Tal vez fuese porque Zac era distinto. Más maduro, más atento y más complejo que los hombres con los que normalmente salía. Todo en él era complicado. Y a Vanessa la aterraba pensar que hubiera quedado atrapada en una red de sentimientos y obligaciones hacia él. Pero aún la aterraba más que no quisiera irse, que quisiera quedarse con él y disfrutar para siempre.

«Para siempre». Ése era un concepto reservado para los cuentos infantiles, no para su vida amorosa.

Ella era una chica que disfrutaba del presente, e iba a seguir siéndolo.

Zac alargó la mano sobre la cama, buscando la cálida piel de Vanessa, pero sólo palpó la frialdad de la sábana. Abrió los ojos y supuso que estaría tomándose una taza de café en la cocina.

Bostezó y se estiró, decepcionado por no haberse despertado junto a ella, pero impaciente por encontrársela en su casa. Que hubiera pasado la noche con él era un gran paso en su relación. Sin duda estaban progresando.

Se levantó y, una vez vestido, salió al salón, un poco intranquilo de que no se oyera ningún ruido. Fue a la cocina, pero Vanessa no estaba allí. Ni en ningún otro lugar de la casa.
Maldición.

Tal vez tuviera un compromiso temprano… ¿un domingo por la mañana? O quizá hubiera intentado despertarlo para despedirse pero él no se había enterado. … Aunque tenía el sueño muy ligero.

O quizá tuviera que aceptar que no habían progresado nada, que Vanessa se había ido en mitad de la noche porque no quería verlo a la mañana siguiente.

Se sentó en el sofá donde habían hecho el amor la noche anterior y agarró el teléfono de la mesita. Marcó el número de Vanessa y escuchó un tono, dos, tres…

—Hola, no soy yo. Es el contestador. Deja un mensaje —informó la voz de Vanessa.

—¿Dónde estás? —preguntó Zac al oír la señal—. ¿Por qué te has ido sin despedirte? Llámame —colgó y se quedó sentado en silencio.

No era así como había imaginado que pasaría la mañana del domingo… solo, perplejo y frustrado. Había pensado que tomarían juntos el desayuno, que comentarían las noticias del periódico, que irían a pasear por el parque… Hasta Vanessa, ninguna mujer lo había llenado tanto, hasta el punto de querer pasar el resto de su vida con ella.

Pero si Vanessa no era capaz de verlo, tal vez no fuera la mujer adecuada.

Disgustado, se desnudó y se metió en la ducha, decidido a salir de casa para no pasarse 
todo el día comiéndose la cabeza.

Media hora más tarde, estaba conduciendo hacia la casa de Max y Delia sin haberse molestado antes en llamarlos. Era una tradición familiar presentarse sin avisar.

Aparcó en el camino de entrada tras el enorme Suburban de su hermano y llamó al timbre. Unos segundos después abrió Tyler, todavía en pijama, y le chocó los cinco antes de dejarlo pasar.

—¿Qué haces en pijama, chaval?

—Mamá está en huelga, así que hoy nadie nos ha obligado a ir a misa.

Zac parpadeó sorprendido.

—¿Que está en qué?

—En huelga. Pero papá dice que no pertenece a ningún sindicato, así que su huelga no es de verdad. Lo único que hace es leer novelas de amor en el cuarto de invitados y comprar en Internet.

Zac pasó la vista por la casa y vio que estaba hecha una pocilga. Calcetines sucios por el suelo, zapatos desperdigados por el recibidor, periódicos y revistas cubriendo los muebles, una extraña mancha en medio de la alfombra del salón…

—¿Dónde está tu padre?

—Estaba furioso con mamá porque ella no hace nada, así que se ha ido a trabajar. Y yo he tenido que desayunar cereales rancios.

—Creo que iré a hablar con tu madre. ¿Está despierta?

—Sí, pero ten cuidado. Parece que se ha vuelto loca.

Zac llegó a la habitación de invitados sorteando montones de ropa sucia, muñecas Barbie y mochilas. Nunca se había percatado de lo desordenada que era la familia de Max. Llamó a la puerta con los nudillos.

—¿Qué pasa? —preguntó Delia desde dentro, no muy contenta de que la molestaran.

—Soy Zac. ¿Puedo pasar?

—Siempre que no vayas a pedirme que te haga la comida o la colada.

Zac sonrió y entró en la habitación. Siempre le había gustado el sentido del humor de Delia. La presencia de su cuñada bastaba para iluminar cualquier sitio, igual que Vanessa.

—¿Te apetece tener compañía?

Ella dejó el libro, se ajustó la bata y se irguió en la cama.

—La verdad es que sí. No he hablado con nadie en todo el día.

—¿Quieres hablar de lo que está pasando aquí?

—No.

—¿Has visto el resto de la casa? —le preguntó él sentándose en una silla junto a la cama.

—Pues claro. Tengo que salir de la habitación para comer, ¿o qué te creías?

—Entonces ¿de qué va esta huelga?

—Es una huelga matrimonial. Mi trabajo no se aprecia nada en esta casa, y no voy a volver a mis labores hasta que mi ingrata familia cumpla con su parte.

Zac asintió. Había visto los esfuerzos de Delia por hacer que su familia estuviera cómoda. Y podía comprender que fuera agotador.

—Lo entiendo perfectamente.

—Díselo a tu hermano.

—Max puede tener una opinión bastante anticuada sobre las mujeres —dijo él riendo.

—¿Qué me vas a contar? Tu madre, que en paz descanse, lo mimó demasiado.

—Siempre fue su favorito, incluso de mayor. ¿Crees que esta huelga sirve de algo?

—No lo sé —respondió Delia encogiéndose de hombros—, pero en cualquier caso disfruto de unas vacaciones. Sólo me hace falta la playa y un cóctel para estar en el paraíso.

—Max tiene que darse cuenta de cuánto haces en la casa, a juzgar por el desorden de ahí fuera.

—No creo ni que se haya fijado en el desorden. Ahora bien, si aparece una mancha en su Suburban, puede darle un ataque al corazón.

—Dentro de poco será vuestro aniversario de boda. ¿Piensas celebrarlo así?

—Espero que no. Creía que con la huelga habría conseguido algo a estas alturas, pero no parece que la situación vaya a cambiar.

—Tendré que hablar con él.

Delia puso una mueca y negó con la cabeza, como dándole a entender que eso tampoco serviría de nada.

—Hablemos mejor de algo más interesante. Quiero saber lo que hay entre tú y esa organizadora de fiestas tan guapa.

Zac pensó que si podía hablar de aquello con alguien, era con Delia. Su cuñada lo había aconsejado en otras ocasiones, y aunque no podía tener peor gusto a la hora de elegirle mujeres, él confiaba en su criterio.

Sin embargo, no estaba seguro de querer contarlo todo.

—La cosa no va muy bien.

—¿Cuál es el problema? —preguntó Delia arqueando una ceja—. Es guapa, parece lista y divertida y saber cómo disfrutar en una fiesta.

—No está interesada en una relación. ¿Te basta con eso?

—Oh, vamos —su cuñada lo miró con incredulidad—. ¿Alguna vez has conocido a una mujer que no esté interesada en ti?

—Pues claro que sí.

—Se está haciendo la dura.

—No, en serio, no está buscando nada serio.

—Si fuera cierto, no estaría saliendo contigo —replicó Delia con una sonrisa.

Zac pensó en decirle que la única razón por la que habían estado juntos el fin de semana era porque ella se había ofrecido voluntaria para demostrar una absurda teoría sexual, pero le pareció que eso sería violar la intimidad de Vanessa.

—Bueno, si quieres mi consejo… ¿y quién no lo querría? —se fanfarroneó Delia— sigue tan encantador como siempre y ella acabará cayendo rendida como las demás.

—Se fue de mi casa en mitad de la noche sin molestarse en despedirse.

—¿Ni siquiera con una nota?

Zac negó con la cabeza.

—Tal vez tenía un compromiso temprano y se olvidó de decírtelo.

—¿Un domingo?

—Déjala explicarse antes de sacar conclusiones.

Era un buen consejo, pero Zac presentía que era mejor ir despacio con Vanessa hasta que ella estuviera lista para comprometerse a algo más que una relación sexual.

Además necesitaba cambiar de tema antes de hacer algo estúpido, como confesar que tenía miedo de estar enamorándose de Vanessa.

—¿Y dónde está Max? —preguntó—. ¿En el restaurante?

—Sí. Su estrategia para enfrentarse a la huelga ha sido hacer horas extra.

—Creo que me pasaré por el Blue Bayou y le echaré una charla a este hermano mío.

—Asegúrate de decirle lo increíblemente afortunado que es al tener una esposa como yo.

—¿Y que necesita aprender a doblar sus calcetines?

—Oh, sí, eso también —dijo Delia con una sonrisa.

Zac salió de casa de su hermano y se dirigió hacia el restaurante. Mientras conducía, pensó en el matrimonio de Max y Delia y cómo, subconscientemente, lo había tenido como ejemplo de lo que él esperaba tener algún día. Incluso con Delia en huelga y Max en el trabajo, seguía viéndolos como una buena pareja. Se le ocurrían problemas mucho peores que los de ellos.
Como, por ejemplo, los suyos propios.

domingo, 18 de marzo de 2012

Capitulo 7.

Principio número 7:
Una mujer indecente conoce la diferencia entre el deseo y el amor y nunca confunde los dos, pues sabe las ventajas e inconvenientes de ambos.


Vanessa se pasó la mañana del sábado preparando la fiesta de Audrey, recogiendo la tarta de la pastelería y decorando su apartamento, pero su cabeza estaba en otra parte.

Por un lado, estaban los recuerdos eróticos de la noche anterior en el jardín. Sus fantasías adolescentes no eran nada comparadas con lo que había vivido con Zac. Apenas había podido pegar ojo. Lo deseaba desesperadamente en su cama.

Por otro lado, estaba el estrés que le provocaba la decisión de quedarse con la casa, el único problema que conseguía apartar sus pensamientos de Zac.

Tenía la incómoda sensación de estar aprovechándose de él para divertirse. Desde luego, nadie mejor que Zac para aliviarla de las preocupaciones. Lo malo era que debía andarse con mucho cuidado para no hacerlo sufrir.

Una vez que terminó de decorar su apartamento, lleno de globos, serpentinas y ositos con flores, salió a almorzar con Rebecca llevándose unos cuantos catálogos de boda.

En el restaurante, situado a escasas manzanas de su apartamento, vio a Rebecca en una mesa para dos junto a la ventana. Su amiga tenía un aspecto radiante, y no precisamente por el sol de Cancún.

—Parece que te has divertido mucho —le dijo sentándose frente a ella.
Rebecca esbozó una deslumbrante sonrisa.

—Me muero de impaciencia porque conozcas a Alee. Vendrá de California dentro de dos semanas —sacó un sobre de debajo de la mesa—. ¡He traído fotos!

Vanessa miró a su alrededor, intentando disimular el disgusto que le producía ver al hombre que le había robado a su última amiga soltera.

—Mejor las vemos después de pedir la comida —dijo, y la expresión de Rebecca cambió al instante.

—¿Qué te pasa Vane? Estabas muy rara cuando hablamos por teléfono la última vez.
Vanessa se mordió el labio y fingió leer el menú.

—Y además sabes que vas a tomar langostinos —siguió Rebecca—. ¿Por qué finges que te interesa el menú?

Maldición. Nunca se le había dado bien ocultar sus sentimientos con Rebecca. Dejó el menú e intentó no parecer demasiado culpable.

—Está bien, lo admito, estoy un poco conmocionada por tu repentino compromiso.

—¿Un poco?

—Vale, ha sido un golpe muy duro.

—Ya sé que ha sido muy repentino, ¡pero estoy tan feliz! ¿No te alegras por eso?

—Oh, claro que sí. Me hace sentirme como un sapo.

—Es por ti, ¿verdad?

Rebecca tenía el don de dar siempre en el clavo.

—Eso lo dices tú, no yo —respondió con una sonrisa.

—¿Temes que no vaya a tener tiempo para ti?

—Puede —respondió Vanessa encogiéndose de hombros.

—Siempre tendré tiempo para ti, así que deja de preocuparte.

—¿De verdad? ¿Y qué pasa con Teresa, Audrey y Mona? Todas dijeron lo mismo y ahora sólo recibo noticias suyas en Navidad, cuando me mandan una de esas tarjetitas impersonales. Ni siquiera sabría nada de Audrey si no estuviera preparándole su maldita fiesta de bebés.

—Oh, vamos —Rebecca hizo un gesto con la mano para quitarle importancia—. Todas ellas tienen hijos, y Alee y yo no pensamos tenerlos de momento.

¿Hijos? ¿Rebecca, la contraria al parto, consideraba la posibilidad de ser madre algún día? Aquello sí que era extraño.

Se dio cuenta demasiado tarde de que estaba mirando a su amiga con la boca abierta. Imposible disimular el shock.

—Lo sé, lo sé —dijo Rebecca—. He dicho cosas en el pasado que pudieron hacerte pensar que no quería tener hijos. Pero… no sé, desde que conocí a Alee, no puedo dejar de pensar cómo serían nuestros hijos.

Vanessa pensó que había entrado en un mundo donde todo era lo contrario a lo que se esperaba.

—Vaya, sí que vas en serio con este tipo.

—Por supuesto —dijo Rebecca, mirándola como si estuviera bailando sobre la mesa—. A mí me parece que el matrimonio es ir en serio.

—Lo siento. Supongo que necesito un poco de tiempo para asimilarlo. Eso es todo.

—Espero que no te haga falta mucho, porque tenemos una boda que planear —dijo su amiga mientras sacaba del bolso unas cuantas revistas de novia. Vanessa sacó los catálogos de boda y los añadió al montón.

Un camarero llegó para tomar nota, y al marcharse, Vanessa juró que dejaría a un lado sus sentimientos negativos y que haría todo lo posible por ayudar.

—Antes de que empecemos a hablar de la boda —dijo Rebecca—, cuéntame lo que te pasa.
¿Debería contárselo? Era imposible mantener un secreto con Rebecca.

—El sábado pasado hice una pequeña locura, y ahora estoy en un aprieto.

—¿Una locura? ¿No las haces todos los días?

—Bueno, ésta fue un poco diferente —confesó, y le habló de la fiesta de cumpleaños, del striptease y de la noche con Zac, aunque sin entrar en detalles de eso último.

Cuando acabó, Rebecca se quedó mirándola con ojos muy abiertos.

—¿Te desnudaste para ese tipo delante de toda la gente?

—Lo sé, fue una locura incluso para mí.

—¿Y cuál es el problema?

—El problema es que ahora él quiere ir en serio.

Rebecca se echó a reír.

—Déjate de bromas. ¿Te acuestas con un hombre y él quiere algo más de ti?

—Exacto.

—Entonces quizá deberías hacer lo que él quiere y ver adonde os conduce.

—Pero yo no quiero una relación seria ahora.

—Lo sé, lo sé, no necesitas a un hombre para ser feliz. Pero nunca se sabe…

—Para un momento. Que tú te hayas atado a un hombre no significa que yo quiera hacer lo mismo.

—Yo pensaba igual hasta que conocí a Alee.

—Se supone que lo de Zac era una aventura pasajera. Nada más. Las cosas se han ido un poco de las manos.

—Vane, ¿qué te ocurre? Nunca te he visto que hayas perdido el control de una aventura.

—Tú no has visto a Zac. Es realmente atractivo.

—¿Y por qué no sigues divirtiéndote con él?

—Bueno, supongo que sí. No me ha dejado muchas opciones.

—¿Un hombre tan atractivo quiere salir contigo y eso es un problema para ti?

—No, siempre y cuando él comprenda que no estoy buscando nada más.

—¿Y él sí lo busca?

—Eso parece.

Una expresión soñadora iluminó los ojos de Rebecca.

—Creo que deberías darle una oportunidad.

Vanessa estuvo a punto de escupir el sorbo de té que acababa de tomar.

—¿Y eso me lo dice la chica que rompió con un hombre por atreverse a dejar su cepillo de dientes en tu cuarto de baño?

—Me gustaría creer que he madurado un poco desde entonces.

—¿Quieres decir desde el mes pasado?

Rebecca la fulminó con la mirada.

—Muy graciosa. Conocer a Alee me ha cambiado la vida, y pensaba que tú, siendo mi mejor amiga, te alegrarías por mí.

—Me alegro. En serio. Siento mi actitud.

—Vane, estoy un poco preocupada por ti. Las dos tenemos veintinueve años, a punto de cumplir los treinta. No puedes pensar que la felicidad está en los clubes nocturnos y en las citas desechables.

—Mira a mi tía Ophelia encontró la felicidad saliéndose de lo convencional.

La expresión de Rebecca se tornó triste.

—Sé que ella es tu modelo a seguir, pero ¿te has parado a pensar que tal vez no fuera tan feliz?

—Pues claro que lo fue, y tú deberías saberlo mejor que nadie —Rebecca había pasado muchas tardes hablando con Ophelia, distrayéndola mientras Vanessa limpiaba la casa.

—Creo que a cada una de nosotras nos mostró un aspecto distinto de ella misma. No quería que pensaras que estaba decepcionada con su vida, pero cuando hablaba conmigo, parecía 
triste.

Vanessa parpadeó para contener las lágrimas. Su tía había sido siempre su modelo de fuerza, valor y creatividad. No había conocido a ninguna otra mujer que se atreviera a vivir como quería, sin importarle las restricciones sociales. Pensar que no había sido feliz… 
Era algo impensable.

—Lo siento. Debe de ser muy duro para ti oír esto —dijo Rebecca.

Vanessa negó con la cabeza y adoptó una expresión animada.

—No, está bien. Seguramente estuviera triste por no poder moverse como antes, pero no por cómo había sido su vida.

Rebecca pareció dudar, pero no dijo nada más sobre el asunto. Vanessa decidió que era el momento de cambiar de tema y se puso a hojear los catálogos y revistas.

La distracción surtió un efecto instantáneo. Después de unos minutos mirando fotos, llegaron sus pedidos y siguieron discutiendo de los planes de Rebecca mientras comían. Vanessa no podía evitar la extraña sensación de haber entrado en un universo paralelo, y esa sensación aumentó cuando volvieron a su apartamento para la fiesta de Audrey. 
Rebecca, en cambio, estaba muy contenta y animada.

Una hora más tarde, el apartamento estaba lleno de mujeres con regalos que charlaban sobre las estrías y los antojos del embarazo. Muchas de ellas habían sido compañeras de diversión de Vanessa, pero todas habían sucumbido al hechizo de la maternidad.

A Vanessa aún le gustaban sus amigas, pero se sentía como si fuera la única a la que no habían lavado el cerebro. Cuando no estuvo ocupándose de la fiesta, se pasó el tiempo hablando con la única mujer soltera de la fiesta, fácilmente identificable por su expresión de perplejidad cuando las otras empezaron a discutir si era mejor un parto natural o con epidural.

Alguien empezó a hablar de la cesárea y otra se puso a comentar las ventajas de los aceites para evitar una episiotomía. A Vanessa se le revolvió el estómago e invitó a su compañera soltera a la cocina para ver cómo le iba a Finn con la comida.

Lo encontraron colocando minuciosamente ramitas de menta en los sándwiches que había preparado.

—¿Necesitas ayuda? —le preguntó Vanessa.

—Me haría falta más menta —dijo; le tendió un cuenco casi vacío y corrió a la 
vitrocerámica para comprobar algo que estaba hirviendo.

—Nos hemos escapado de una fascinante charla sobre el parto.

—Ah, la versión femenina de la historia de guerra —comentó él.

La mujer cuyo nombre había conseguido olvidar Vanessa se estremeció.

—Las episiotomías bastan para hacerme pensar si quiero tener hijos.

—Piensa en Kegels —dijo Finn por encima del hombro—. Esos maravillosos ejercicios harán feliz a tu hombre. Y he oído que si tienen que hacerte una incisión en el parto, después siempre pueden coserte de un modo que a él le encantará.

—Eh… Finn, ¿cómo sabes tú eso?

—Tengo una hermana, ¿recuerdas? La máquina de hacer bebés.

—Oh, sí —la hermana de Finn tenía tres hijos y estaba buscando el cuarto—. Esperaba que contigo pudiéramos hablar de algo más interesante que el parto.

—¿Y qué puede haber más interesante? Las mujeres sois muy afortunadas al poder concebir y dar a luz un hijo.

—Quizá podamos encontrar algún modo para que lo hagas tú por nosotras.

—¿Sabes? —dijo Finn volviéndose hacia ella—. Siempre he pensado que si tú quisieras un hijo, podríamos tener uno.

Vanessa se agarró al borde de la encimera para no caer al suelo en caso de desmayarse.

—¿Qué?

—Bueno, ya que estás decidida a seguir practicando la soltería, no parece que vayas a formar una familia del modo tradicional, y como a mí me gustaría tener algún día a un pequeño Finn o Finnola…

—Finn, por si lo has olvidado, tú eres gay y yo soy mujer.

—Naturalmente no habría sexo —dijo con una mueca—. Pero podríamos hacerlo mediante inseminación artificial.

Vanessa lo miró boquiabierta, incapaz de hablar.

—¡Sólo es una idea! —exclamó él—. No me mires así.

Vanessa intentó pensar una respuesta apropiada, pero aún estaba en shock. ¿De verdad sus amistades la veían destinada a ser una solterona? ¿Y Finn hablaba en serio al sugerir la inseminación artificial?

Aquel día estaba siendo de lo más extraño, y ni siquiera eran las tres de la tarde. Oyó las risas y charlas procedentes del salón, y por primera vez en su vida deseó estar en cualquier parte menos en una fiesta.

 Después de lo sucedido la noche anterior, Zac estaba convencido de que las palabras «jardín secreto» nunca volverían a significar lo mismo para él.

Debería estar leyendo los proyectos de investigación que le habían presentado sus alumnos, pero en vez de eso estuvo paseándose por la casa, limpiando cosas que no necesitaban limpieza, hasta que decidió salir a correr. Diez kilómetros más tarde volvió empapado de sudor, pero no menos preocupado por los recuerdos.

La casa estaba más limpia y ordenada de lo que había estado en años, y en el horno se cocía la lasaña que había preparado siguiendo las instrucciones de Delia. Normalmente tomaba comida para llevar, pero por alguna extraña razón quería preparar la cena para Vanessa, hasta el punto de preparar la salsa especial de Delia para la ensalada.

Cuando el timbre sonó unos minutos después de las seis, se sintió como un adolescente ansioso por impresionar a la chica nueva de la clase. Ridículo, pero así era.

Abrió la puerta y contempló a Vanessa vestida para la seducción. Realmente sabía cómo ofrecer un aspecto irresistible. Con su larga melena sobre los hombros desnudos, un vestido negro ceñido a sus curvas y unas piernas tan largas y suaves como en las fantasías de Zac, era la viva imagen de la tentación.

—Estás muy guapa —dijo con una sonrisa.

—Gracias —respondió ella mirándolo de arriba abajo—. Tú también.

Zac se apartó para dejarle paso y ella aspiró el olor que salía de la cocina.

—¿Has cocinado para mí? —le preguntó sonriendo.

—No es gran cosa —mintió encogiéndose de hombros.

Vanessa entró en el salón y miró a su alrededor. Zac intentó imaginarse el lugar a través de sus ojos. No era ningún decorador, pero su casa tenía mejor aspecto que el típico apartamento de soltero. Las carencias en la decoración las había suplido con suelos de madera y paredes pintadas de gris azulado.

En cualquier caso, ¿por qué lo preocupaba lo que pudiera pensar Vanessa de su casa?

—Es muy bonito —dijo ella, y entonces se fijó en una foto sobre la repisa de la chimenea. Era de un grupo en Navidad, una foto que a Zac le encantaba por cómo había capturado el encanto de su numerosa familia—. Vaya, ¿son tus parientes?

—Sí, los más cercanos… Mis hermanos y sus mujeres e hijos.

—Parece un grupo divertido. Una cosa que siempre eché en falta fue tener una gran familia que se reuniera en las ocasiones especiales.

—¿No tienes más parientes?

Vanessa negó con la cabeza.

—Mi tía tenía muchos amigos con los que celebrar el Día de Acción de Gracias y la Navidad, pero no era lo mismo —se sentó en el sofá y se fijó en el montón de papeles—. ¿Trabajos de estudiantes?

—Proyectos de investigación para este semestre.

—Qué interesante —dijo ella con una expresión divertida que indicaba todo lo contrario.

—Sí, es muy aburrido, pero si no los leo ahora, me veré agobiado de trabajo al final.

—¿Te gusta dar clases?

—Me gusta compartir mi experiencia profesional con gente a la que le interese, sobre todo estudiantes.

—¿Y tu trabajo como psicólogo?

—Me encantan los resultados y ver que he ayudado a una empresa en una transacción —miró el reloj y vio que aún quedaban diez minutos para que se hiciera la lasaña—. ¿Puedo ofrecerte algo de beber?

—Claro, si me dejas ayudar —lo siguió a la cocina y miró el horno—. ¿Has hecho lasaña? Eso merece un beso —se acercó y lo abrazó por la cintura, apretándose contra él.

—Creo que debería cocinar más a menudo si voy a conseguir un agradecimiento así.

—Esto es sólo el comienzo —le dijo con una sonrisa maliciosa—.Tengo pensadas otras muchas formas de agradecértelo.

Zac tenía intención de que aquella noche se conocieran en un plano intelectual en vez de físico. Pero la erección fue instantánea y agachó la cabeza para besar a Vanessa.

Al demonio con las reglas, con la cena y con todo. La deseaba allí y ahora.

Su conciencia le lanzó un último ruego, pero era imposible resistirse al deseo. La levantó y, tras sentarla sobre la encimera, le subió el vestido y admiró las braguitas blancas de satén. Eran preciosas, pero tenían que desaparecer. La masajeó con el pulgar a través de la tela y ella cerró los ojos y gimió, apretándose contra su mano.

Él sintió cómo la humedad empapaba el satén y en cuestión de segundos le había quitado las braguitas y le había introducido los dedos. Estaba caliente y preparada. Ella se deslizó las tiras del vestido por los hombros, y la visión del escote hizo que Zac deseara ver más. Tiró del vestido hacia abajo y descubrió con gusto que no llevaba sujetador. Se inclinó y saboreó los deliciosos pechos uno a uno, tomándose su tiempo.

Vanessa le entrelazó los dedos en el pelo y él levantó la cabeza y la besó con frenética pasión. La deseaba, pero también quería disfrutar plenamente de la experiencia.

—Déjame probarte —le susurró.

Ella sonrió seductoramente, y él se arrodilló y deslizó la lengua en su interior, frotándole al mismo tiempo el clítoris. Ella se agitó y gimió, hasta que llegaron los espasmos de placer y la explosión del orgasmo.

Un momento después, Zac se irguió y fue besándola hasta llegar a su boca. Ella se aferró a él, le desabrochó los pantalones y le agarró la erección. Sin preguntar, le sacó la cartera del bolsillo trasero y extrajo un preservativo, que abrió y se lo puso sin dejar de besarlo. 
Entonces él la levantó y le dio la vuelta, amoldó su cuerpo al de ella y la inclinó sobre la encimera. Encontró su cálida abertura y la penetró con ímpetu y rapidez.

La liberación llegó antes de que pudiera contenerla. Se convulsionó incontrolablemente, aferrado a Vanessa, vaciándose en ella. Poco a poco fue siendo consciente del olor a lasaña que llenaba el aire, y recordó que tenía que sacarla del horno.

Besó a Vanessa en la espalda y en el cuello, apretándola contra él. Le tomó los pechos con las manos y ella dejó escapar un suspiro.

—Menudo aperitivo —dijo.

—Espera al plato fuerte —susurró él mordisqueándole el lóbulo de la oreja.

—Huele a quemado.

—No me referiría a ese plato, pero tienes razón —se apartó con desgana para quitarse el preservativo y lavarse las manos.

Vanessa se puso una manopla y sacó la lasaña, que se había tostado un poco.


—Justo a tiempo —dijo—. Me gusta que el queso esté crujiente.

A Zac no le importaba el queso ni nada. Sólo quería llevarse a Vanessa a la cama.
Cenaron animadamente, y Vanessa alabó sus dotes culinarias. El mismo Zac quedó impresionado de haber preparado una comida que supiera bien.

Después de cenar, ella insistió en ayudar a lavar los platos, aunque él tenía intención de dejar esa tarea para el día siguiente. Cuando acabaron, la agarró de la muñeca y tiró de ella hacia él.

—Creo que va siendo hora de que nos conozcamos con la ropa puesta.

—Pero yo disfruto mucho ayudándote con tu estudio —dijo ella con una sonrisa.

—Nuestro estudio no puede completarse si no nos damos una oportunidad de tener una relación verdadera.

Ella hizo un mohín con los labios, pero no discutió.

—Creo que podré ser paciente. ¿Qué clase de estudio tienes pensado para esta noche?

Él se moría por acostarse con ella, pero también quería conocerla fuera de la cama. Sin embargo, la química era tan fuerte que apenas podía resistirla.

—Tengo una idea… ¿Qué tal si nos sentamos a hablar?

—¿Qué propones, unos preliminares verbales? —sonrió y le dio un beso en el cuello.

Zac se estremeció al recibir el beso, pero intentó pensar en cualquier cosa… impuestos, resultados de fútbol; lo que fuera para olvidarse del deseo.

—¿Qué te parece si vamos al salón y me cuentas cosas de tu trabajo? —propuso.
Hablar sobre los preparativos de una fiesta no podía llevar al sexo, ¿verdad? Parecía un tema seguro, y él sentía curiosidad por su trabajo.

—¿Por qué? ¿Te parece un tema tan fascinante?

—Tú me pareces fascinante.

—Bueno, siendo así… —acercó la boca a su oreja y le lamió el lóbulo.


Zac estuvo a punto de perder su determinación. Quería conocer mejor a Vanessa, pero su cuerpo le ardía por otra clase de conocimiento. Nunca había sufrido tanto por no llevarse a una mujer a la cama. Y si el deseo seguía creciendo a esa velocidad, iba a ser una noche muy, muy larga.