miércoles, 29 de febrero de 2012

Capitulo 1.

Principio número 1:
Una mujer indecente sabe que el descaro es una virtud.

—He sido una chica muy, muy mala.

Vanessa sonrió con el teléfono pegado a la oreja, aliviada al oír la voz de su mejor amiga después de dos semanas.

—Supongo que Cancún nunca volverá a ser lo mismo.

—En realidad, te sorprendería lo poco que fui de juerga —dijo Rebecca Wilson con una carcajada—. Me pasé casi todas las vacaciones en la suite de un hotel.

—Ah, así que conociste a un chico muy, muy malo con el que quemar tus energías.

—No un chico malo cualquiera —dijo Rebecca, con un tono tan cargado de significado que Vanessa sintió que se le revolvía el estómago por alguna razón inexplicable.

—Te escucho.

—¿Estás sentada?

—Sí —recostada en el sillón de su despacho con los pies sobre la mesa, para ser exactos.

—¡Voy a casarme!

Vanessa soltó un suspiro de alivio. Era una de las absurdas bromas de Rebecca, aunque no tuviese la menor gracia. La idea de que la salvaje, alocada y feliz soltera Rebecca se comprometiese era tan creíble como que Vanessa ingresara en un convento de clausura.

—Oh, eso es genial, porque tengo a Brad Pitt encerrado en mi sótano. Podemos celebrar una boda doble si lo obligo a divorciarse de Jennifer.

Hubo un silencio sepulcral al otro lado de la línea.

—Vanessa, estoy hablando en serio —dijo Rebecca—. He conocido a un hombre en México. Vive en San Diego, y vamos a casarnos.

Oh.

—Vaya, esto es tan… tan… repentino —dijo Vanessa, consciente de que parecía más una madre preocupada que una amiga comprensiva—. ¿Estás segura?

—¡Pues claro que sí! Espera a conocerlo… Es un hombre sencillamente increíble.

Vanessa nunca había oído a Rebecca tan soñadora. No sabía ni cómo responder.

—Guau —fue todo lo que pudo murmurar.

—No debería estar contándote esto por teléfono, pero quería compartirlo contigo enseguida, y sé lo ocupada que estás.

—No pasa nada —Vanessa se obligó a sonreír—. Nos veremos pronto para celebrarlo.

—Por supuesto. Pero tengo que pedirte una cosa ahora… ¿Serás mi dama de honor?
Vanessa puso una mueca, aun sabiendo que debería sentirte conmovida por la propuesta.

—Desde luego.

—¡Genial! Ya estoy pensando cómo quiero que sean los vestidos y…

Rebecca siguió parloteando, pero Vanessa apenas oía sus palabras. El revuelo en el estómago se había transformado en náuseas, y no sabía por qué. Debería alegrarse de que su mejor amiga fuera a casarse. Ella no tenía nada en contra del matrimonio. Lo veía como la perfecta expresión del amor entre un hombre y una mujer.

Lo que no le gustaba nada era que su compañía de diversión fuera disminuyendo lentamente gracias al matrimonio y a los hijos.

Y ahora le tocaba el turno a Rebecca.

Si no tenía cuidado, se encontraría saliendo con los pobres solitarios de las discotecas: hombres y mujeres de edad avanzada que deambulaban sin descanso por los locales nocturnos con la esperanza de pasar un buen rato.

Oh, no… ¿A quién trataba de engañar? Si no tenía cuidado, ella misma acabaría siendo una de esas almas lastimosas cuya existencia se reducía a lucir la última moda consumiendo un cóctel tras otro.

Nunca había esperado ser la última chica del grupo que permaneciera soltera. Pero allí estaba, obligada a aceptar la buena noticia de su mejor amiga y compañera favorita de diversión.

—Vane, ¿sigues ahí?

Vanessa se ajustó el teléfono y tragó saliva. De acuerdo, se suponía que tenía que parecer alegre y soltar exclamaciones de entusiasmo.

—Sí, sólo estoy un poco perpleja.

—Me encantaría que me ayudaras con los preparativos de la boda.

—Por supuesto. A mí también me encantaría ayudarte —le encantaría tanto como que su perro se escapara cuando ella tenía doce años.

—Quiero que sea un día inolvidable. Con la mejor comida, la mejor música y el mejor ambiente, y no conozco a nadie mejor que tú para organizarlo.

Vanessa puso otra mueca, lo que la hizo sentirse culpable. Se obligó a sonreír otra vez.

—Este fin de semana lo tengo ocupado. ¿Por qué no quedamos para comer antes de la fiesta de Audrey y discutimos los detalles?

Audrey era otra de sus primeras compañeras de juerga que había sucumbido al encanto del matrimonio y los hijos. Y ahora iba a montar una fiesta para celebrar el nacimiento de su primer hijo.

—¿Pasa algo? Pareces un poco preocupada —observó Rebecca.

—No, no, estoy encantada. Es sólo que acabo de recibir un montón de facturas de la propiedad de mi tía —eso al menos era cierto.

—Oh, cariño, lo siento. Ya es bastante duro haberla perdido para encima tener que ocuparte tú sola de los trámites legales.

—Me las arreglaré —dijo Vanessa. Hasta el momento lo había conseguido, pero si las facturas seguían amontonándose, iba a empezar a albergar sentimientos asesinos hacia al cartero.

—Entonces, ¿quedamos el próximo sábado al mediodía?

—¿En Ruby Q's?

—Estupendo.

Vanessa colgó y enterró la cara en las manos. Su círculo de amistades había quedado reducido a ella sola. Sus amigas, en quienes había confiado y quienes había considerado como su propia familia, pues no le quedaba ningún pariente vivo, se habían ido casando una por una, con el consiguiente e inevitable alejamiento. Y ahora también iba a perder a Rebecca.

¿Con quién iba a salir a partir de ahora? ¿Quién le diría que su vestido era demasiado corto o que sus zapatos no combinaban con el conjunto? ¿Quién la ayudaría a librarse de los desgraciados incapaces de comprender que no estaba interesada?

Vanessa se había pasado los últimos años saliendo de compras y a divertirse con sus amigas, y una parte de ella había creído ingenuamente que esa etapa nunca acabaría, convencida de que al menos algunas de sus amigas, como ella, no querían comprometerse en un futuro cercano. Ahora, sin embargo, parecía destinada a salir sola los sábados por la noche, tomar a solas el tradicional almuerzo de los domingos y acudir sin pareja cuando una de sus amigas casadas la invitase a cenar.

Con un profundo y purificador suspiro, se juró que abandonaría la autocompasión y devolvió la atención a las facturas que acababan de llegar. La tía Ophelia había fallecido cuatro meses antes, pero su extraña obsesión por comprar trastos por correo seguía viva.
Vanessa estaba a punto de firma un cheque de doscientos dólares por un exprimidor cuando llamaron a la puerta. Alzó la mirada y se encontró con un metro ochenta de puro músculo enfundado en cuero negro, de pie frente al escritorio. Lo reconoció inmediatamente como Max Efron, el mayor de los tres hermanos que la habían contratado la semana anterior para preparar una fiesta sorpresa de cumpleaños para el hermano menor, de treinta años.

—Hola, Max.

—Hola —le dedicó una encantadora sonrisa a Vanessa, quien sintió una punzada de decepción al ver el anillo de bodas que llevaba—. Sólo me he pasado para dejar el material que pediste. Siento haber llegado un poco tarde.

Bastante tarde, teniendo en cuenta que la fiesta era para el día siguiente por la noche, y ella aún tenía que escanear las fotos y preparar los adornos.

Pero Vanessa había aprendido tiempo atrás que el cliente tenía siempre la razón, incluso cuando estaba equivocado, de modo que le devolvió la sonrisa.

—No pasa nada. Acabo de confirmar el espectáculo. En cuanto acabe con estas fotos, todo estará listo para mañana.

Max no necesitaba saber que el espectáculo había sido cancelado por gripe. Vanessa no creía que hubiera que preocupar al cliente.

—A Zac va a encantarle. Gracias por todo —le dijo Max, y desapareció por la puerta de Any Ocassion.

Fuera, el tráfico de media tarde era escaso, y las aceras estaban atestadas de compradores y turistas. Unos pocos se detenían a mirar el escaparate del negocio, anunciando preparativos y organización de fiestas, pero la mayoría pasaba de largo. 

Vanessa necesitaba encontrar un emplazamiento mejor, pero eso era difícil en Nueva Orleáns, y aunque Any Ocassion le proporcionaba buenos ingresos, Vanessa no ganaba lo suficiente para pagar el alquiler de los sitios que a ella más le gustaban.

Frunció el ceño mientras abría la bolsa que había dejado Max y sacaba un montón de fotos, recortes de periódico y un anuario.

La primera de las fotos la dejó sin aire. Mostraba a un increíble espécimen masculino de pelo castaño y ondulado, sentado a una mesa de picnic, sosteniendo una cerveza mientras se reía. Era Zac Efron, el chico del cumpleaños.

Cielos…

Sus ojos azules irradiaban calor y sensualidad, y su mandíbula, oscurecida por una barba incipiente, parecía suplicar por el tacto de una mujer.

Vanessa empezó a hojear las fotos. Zac en el instituto, Zac en la universidad, Zac con sus hermanos… El hermano pequeño de los Efron era el hombre más atractivo que ella había visto en mucho tiempo.

Se retorció en el sillón mientras admiraba una foto en la que estaba saliendo de una piscina, con el pelo echado hacia atrás y su piel bronceada reluciendo al sol.

Una noche salvaje con un hombre así era justo lo que necesitaba para olvidarse de sus problemas y de la decepción que le había provocado el compromiso de Rebecca.

Intentó recordar si en alguna conversación con los hermanos de Zac éstos le habían mencionado si estaba disponible o cazado. Habían mencionado que era un soltero empedernido, ávido de diversión… Y también habían hablado de invitar a sus amigas solteras.

Seguramente pudiera flirtear un poco durante la fiesta y ver qué pasaba… A lo mejor acababa liándose con el sexy cumpleañero.

Se obligó a concentrarse en el trabajo. Buscó en la lista de direcciones del ordenador y encontró el número de Risky Business, un negocio especializado en bailarinas exóticas. Los hermanos Efron habían sido muy específicos al respecto. Nada mejor para levantar los ánimos en una fiesta que una mujer desnudándose.

Ella misma había subido los ánimos en alguna que otra fiesta al quitarse una prenda o dos. Siempre había tenido la fantasía secreta de interpretar un striptease para un hombre que lo mereciera, tal vez incluso delante de un público, y estaba empezando a marcar el número de Risky Business cuando una maliciosa idea se le pasó por la cabeza.

Tal vez no necesitara sus servicios después de todo…

No, no podía hacerlo.

¿O sí?

Miró la foto de Zac y una instantánea sensación de calor se le formó entre las piernas. Si su vida necesitaba un cambio, nada mejor que hacerse pasar por una stripper.



Zac Efron odiaba las fiestas. Odiaba las multitudes, la alegría fingida, las conversaciones superficiales y a gritos por culpa de la música que atronaba por los altavoces.
Pero aquélla, sin embargo, era una fiesta en la que al menos debía intentar disfrutar. Sus hermanos se la habían preparado para celebrar su trigésimo cumpleaños, y sabía que lo hacían con buena intención.

Así que apuró su tercer copa de Wild Turkey y sonrió como si se estuviera divirtiendo.
Gracias al efecto del whisky, en unos minutos ya no tendría que seguir fingiendo. Normalmente no bebía, pero ésa era una circunstancia especial.

Después de todo, cumplía treinta años, aunque su vida no se había desarrollado exactamente como él pensaba. Siempre se había imaginado que a los treinta tendría una relación estable, que a los cuarenta estaría jugando al béisbol con sus hijos, que…

—Eh, hermanito, creo que he visto a Jeannie Monroe hace un momento —le dijo Paul dándole una palmada en la espalda—. ¿Quieres que vaya a buscarla?

Jeannie era una antigua novia que había roto la relación al irse fuera para estudiar, y Zac tenía el incómodo presentimiento de que aquella fiesta fuera una maniobra de sus hermanos, o más bien de sus cuñadas, para emparejarlo otra vez con ella. Pero si era así, estaban perdiendo el tiempo.

—Tenemos una sorpresa para ti.

—Casi me da miedo preguntar.

—No te molestes, porque no pienso darte ninguna pista. Sólo te digo que te va a encantar.
Zac le lanzó una mirada que pretendía ser irónica, pero el alcohol le nublaba la cabeza y no estaba seguro de poder controlar sus músculos faciales.

Su hermano se marchó, y entonces una preciosa rubia cuyo nombre no lograba recordar se sentó a su lado. Estaba casi seguro de que era una amiga de su cuñada Delia. Bajó la mirada hasta su minifalda y sus bien contorneadas piernas, pero no le refrescó la memoria.

—¿No te parece genial que tus hermanos te hayan preparado esta fiesta?

—Sí, genial.

—Delia me ha dicho que eres un psicólogo orgánico.

«Psicólogo orgánico». Normalmente la hubiera corregido, pero aquella noche se sentía como un lerdo.

—Sí, bueno, cultivo verduras ecológicas y luego las ayudo a superar sus problemas emocionales —respondió con la expresión muy seria.

La mujer pareció reflexionar sobre el asunto.

—Vaya, ¿y quién te paga por hacer… eso?

—La industria alimenticia orgánica. Si me disculpas, tengo que encontrar a una persona —si seguía manteniendo una conversación así, iba a ser una noche muy larga.

Atravesó la suite alquilada del hotel y salió al balcón, donde su cuñada estaba contemplando una noche inusualmente despejada en Nueva Orleáns. Zac alzó la mirada también, pero su sentido del equilibrio estaba un poco afectado por el whisky. Se tambaleó hacia un lado y apoyó una mano en la barandilla.

—Espero que no pretendas que me enamore de una de tus amigas.
Delia se volvió y sonrió.

—Pues claro que no. Lo que de verdad me gustaría es poder atiborrarme de tarta de chocolate sin tener que ir mañana al gimnasio a quemar calorías.

—¿Te importaría dejar de ser una casamentera o es mucho pedir?

—Yo no he mandado a Cammie. Fue ella la que quería hablar contigo.

—Cree que soy un psicólogo orgánico que aconseja a las verduras.

—Vale, vale. Puede que no sea muy lista, pero es preciosa.

Zac la miró con una ceja enarcada.

—De acuerdo —accedió Delia con un suspiro—. Intentaré no mandarte a nadie más.

—Gracias. Y recuérdalo: no me hace falta ayuda para mi vida amorosa.

Delia le echó una mirada escéptica pero no dijo.

Diez minutos después, Zac se había tomado otra copa, y estaba empezando a disfrutar de la música cuando alguien la apagó.

Levantó la mirada y vio a su hermano Max en lo alto de la barra. Todo el mundo se quedó en silencio, impaciente por oír lo que tenía que decir.

—Todo sabemos por qué estamos aquí esta noche, ¿verdad?

Un «sí» colectivo se elevó desde la multitud, y Max esperó a que volviera a hacerse el silencio para seguir hablando.

—Eso es. ¡Nuestro hermanito cumple treinta años!

Zac había aceptado que nunca podría quitarse el apodo de «hermanito», pero eso no significaba que tuviera que gustarle. Se había doctorado en Psicología a la edad en la que casi todos empezaban la universidad, había corrido la maratón de Boston, había escalado el monte McKinley y había ganado a sus tres hermanos en innumerables partidas de póquer. 
Pero nada de eso parecía importarles.

Para Paul, Jake y Max, era el mismo incordio que durante años había intentado emular sus hazañas y unirse a sus juegos. Nuca lo verían como a un adulto, ni siquiera cuando fuera viejo y canoso.

—Tengo que admitir que últimamente estoy un poco preocupado por Zac —siguió Max—. Ha elegido seguir soltero por voluntad propia, pero no parece que esté disfrutando tanto como debería, si sabéis a lo que me refiero.

—¡Sí! —gritaron unas cuantas personas con más copas en el cuerpo que Zac.

Zac intentó no poner una mueca de exasperación. Sus hermanos, todos casados, siempre estaban comentando que debería perseguir a toda mujer que viera, pero en realidad no era ése su estilo. Le gustaba conocer a fondo a una mujer y desarrollar una verdadera relación con ella, pero aún no había encontrado a la adecuada.

Y luego estaban las esposas de sus hermanos, a quienes quería de corazón pero que compartían una irritante y peligrosa afición casamentera. Seguro que ellas tenían la culpa de que Jeannie Monroe y otras amigas solteras estuvieran presentes esa noche.

—Para nuestro hermanito no hay más que trabajo y trabajo y nada de diversión, pero esperamos poder cambiar eso esta noche. Por eso, amigos, os propongo un brindis —Max levantó su cerveza, justo cuando se oyeron unos golpes en la puerta—. Oh, oh, ¿quién puede ser?

Fuera lo que fuera lo que sus hermanos estaban tramando, Zac tenía el presentimiento de que no iba a gustarle.

Su hermano Paul abrió la puerta, y en ese momento la música empezó a sonar por los altavoces, unos sensuales compases de bajo que llamaban al baile.

—Parece que tenemos una invitada.

Zac echó un vistazo a la «invitada». Una mujer ataviada con lo que parecía un disfraz femenino del Zorro entró en la suite y la música volvió a apagarse. Avanzó hasta el centro de la habitación, donde la multitud había formado un círculo, levantó el látigo y lo hizo chasquear en el aire. Los hombres silbaron y aullaron. La mujer miró lentamente a su alrededor y su mirada se posó en Zac. Y entonces él supo que no era sólo una invitada excéntricamente vestida.

Su largo pelo castaño le caía por los hombros como una cortina de seda, y su cara estaba semioculta por un antifaz negro. Sólo podían verse sus ojos, que eran grandes y marrones, y su boca, de labios rojos y carnosos.

Llevaba sombrero negro, capa negra y un traje ceñido de cuero negro totalmente inapropiado para montar a caballo. Sus botas de tacón alto acentuaban unas piernas largas y esbeltas propias de una modelo. Zac acababa de fijarse en cómo sus pezones se marcaban contra la tela cuando la música volvió a sonar y la mujer empezó a bailar.

Entonces le quedó claro que sus hermanos habían contratado a una stripper. Y si no hubiera estado tan fascinado por el contoneo de sus caderas, tal vez se hubiera enfadado un poco. 
No era que no le gustase ver a una mujer hermosa desnudándose, pero prefería verlo en la intimidad y no delante de cincuenta personas.

Sintió cómo la temperatura de su cuerpo se elevaba mientras ella bailaba provocativamente a su alrededor, girando sus caderas al ritmo de la música. Estaba lo bastante cerca para tocarlo pero ni siquiera lo rozó. Entonces arrastró una silla y le hizo un gesto para que se sentara.

Zac obedeció sin pensárselo. Aun estando bajo los efectos del alcohol, sabía que aquél iba a ser el mejor espectáculo de su vida.

Ella se giró, haciendo que la capa ondulara sobre su cabeza, y arrojó el sombrero a la multitud. Con las piernas separadas, siguió hipnotizando a Zac con sus insinuantes y provocativos movimientos. A pesar de estar medio embobado, Zac pudo imaginar lo que le habría encantado hacer con la sensual bailarina. Le enseñaría unos cuantos usos exóticos para aquel látigo, entre otras cosas…

Fue vagamente consciente de que se quitaba la capa y la arrojaba a un lado, pero su atención fue espoleada cuando la mujer empezó a quitarse el vestido, desabrochándose muy lentamente la cremallera frontal mientras apoyaba un pie en la silla, entre las piernas de Zac. Se deslizó el traje por los hombros y lo dejó caer al suelo, pero Zac no vio dónde aterrizó. Estaba demasiado fascinado por la visión de sus pechos, redondos y perfectos, enfundados en un sujetador negro de cuero.

Mientras ella se movía al son de la música, Zac bajó la mirada por su vientre liso, por la curva de sus caderas y el minúsculo trozo de cuero negro que escondía sus tesoros.

El cuerpo de la mujer, el calor que irradiaba, el olor a algodón dulce… De repente sintió el impulso de llevársela de allí y ayudarla a acabar el striptease. ¿Sabría tan bien como olía? ¿Sería su piel tan suave como parecía? ¿Serían sus movimientos en la cama tan sensuales como los que realizaba delante de toda aquella gente?

Dejó de hacerse preguntas, y de pensar con coherencia, cuando ella le rodeó los hombros con el látigo y le sonrió maliciosamente, justo antes de acabar el striptease con un movimiento final que la dejó sobre su regazo y con los pechos a escasos centímetros de su cara.

En cualquier otra ocasión tal vez se hubiera sentido incómodo porque la mitad de sus conocidos lo vieran en una postura tan comprometedora con una desconocida, pero aquella noche se sentía muy bien.

Tuvo el vago recuerdo de Max invitando a la stripper a que se quedara en la fiesta y de haberse puesto él mismo la capa negra y haber bailado con ella delante de todos. El alcohol debía de haberlo afectado bastante, porque los recuerdos eran muy borrosos.

Empezaba a despejarse un poco cuando miró su reloj un poco después de la una de la madrugada, sorprendido de lo tarde que era. La stripper estaba a su lado en un taburete junto a la barra, vestida otra vez con su traje de cuero. Era como si su modelo favorita de Victoria Secret se hubiera encarnado ante sus ojos… salvo que aún llevaba la máscara del Zorro.

Estaba convencido de haberle preguntado por qué no se había quitado el antifaz, pero no se acordaba de ninguna respuesta.

A juzgar por lo que podía ver de su rostro, aquella mujer debía de ser toda una belleza. Su pelo, que le llegaba a la mitad de la espalda, tenía una espesura y textura sedosa que le recordaba a las mujeres de los anuncios de champú, y su tez aceitunada indicaba unas 
posibles raíces criollas o hispanas.

Seguramente le había dicho su nombre, pero estaba demasiado avergonzado para confesarle que lo había olvidado.

—Tus hermanos son un poco alocados, ¿no? —le preguntó ella mientras veía cómo Jake bebía cerveza de una copa del sujetador que su esposa Nelly se había quitado sin desprenderse de la camisa.

—La gente dice que yo soy el más soso.

Ella lo miró con interés.

—No pareciste muy soso en la pista de baile hace un rato.

Zac intentó recordar lo que había hecho, sin éxito. Se limitó a encogerse de hombros.

—Se me da muy bien ponerme en ridículo.

—Bueno, al menos conseguiste que esa tal Jeannie te dejara en paz.

¿Eso había conseguido? Ni siquiera recordaba haber hablado con Jeannie Monroe.

—Tal vez deberíamos ir a algún sitio donde podamos hablar mejor.

—¿No te gusta la fiesta? —le preguntó ella.

—Ha sido divertida, pero ya he tenido bastante.

—Es sólo la una. La noche es joven —le dedicó una sonrisa embriagadora.

Zac pensó que, ciertamente, para una stripper la noche acababa de empezar. Ella se inclinó para ajustarse una bota, ofreciéndole una privilegiada vista de su escote. De repente, sintió ganas de quedarse en la fiesta hasta el amanecer si ella se lo pedía.

Aunque la verdad era que tenía otras ideas en mente. Unos pensamientos que no debería tener con una mujer a la que apenas conocía. Pero se moría de deseo por ella, y habiendo perdido todas sus inhibiciones, no podía pensar más que en llevársela a la cama y explorar cada palmo de su exuberante cuerpo.

El antifaz, el traje ceñido, las botas… Sus pensamientos eran un revoltijo de eróticas imágenes de cuero negro. Nunca había tenido la fantasía de hacerle el amor a una mujer con el rostro oculto, pero en esos momentos lo obsesionaba aquella idea… igual que lo obsesionaba la necesidad de verle la cara. Y puesto que la segunda opción parecía la más segura, se lanzó a intentarlo.

—No tienes por qué seguir llevando el antifaz —le dijo.

Una maliciosa sonrisa curvó sus tentadores labios.

—¿No te gustaría preguntarte mañana «quién sería aquella mujer enmascarada»?

—Siempre quise que el Zorro se quitara la máscara —respondió él.

—Apuesto a que eres la clase de persona que quiere saber cómo se hacen los trucos de magia…

—Igual que todo el mundo, supongo.

—La máscara se queda en su sitio. No quiero echar a perder mi aura de misterio —dijo con un ligero toque de sarcasmo, haciéndole sospechar que había más que un cuerpo despampanante y un bonito rostro.

Zac estaba más intrigado que nunca y desesperado por besarla. Pero ¿se atrevería?

Miró a su alrededor para ver cuánto público tenía, y por primera vez se dio cuenta de que la concurrencia había disminuido. Los últimos rezagados parecían haber bebido demasiado y no estar en condiciones para marcharse. Ahora estaba claro por qué sus hermanos habían alquilado una suite de hotel en vez de celebrar la fiesta en el restaurante de Max.

—Parece que la fiesta se va apagando. ¿Te apetece ir a tomar un café?

Ella soltó un suspiro.

—Debería irme a trabajar.

Hizo ademán de bajarse del taburete, pero Zac la detuvo con una mano en el muslo.

—No me digas que tienes otro trabajo para esta noche.

La idea de perderla de vista bastaba para arruinarle el cumpleaños. Al diablo con el café… Tenía que hacer algo para mantenerla allí.

—Tengo que ayudar a… —empezó a decir ella, pero él cedió al impulso e interrumpió su explicación con un beso.

Si había una buena razón para superar las inhibiciones con alcohol, lo era el modo de besar que tenía aquella mujer. En otras circunstancias, Zac no la habría besado tan rápidamente, pero ahora estaba más que contento por haberlo hecho. Apenas pudo reprimir un gemido de placer cuando ella le rodeó el cuello con el brazo y se lanzó a un frenético baile de lenguas.

Algunos detalles de la fiesta podían haberse desvanecido de su memoria, pero el tacto de aquellos labios, su sabor, el arrojo de aquella lengua descarada… eran unos detalles imposibles de olvidar.

La deseaba tanto que apenas podía respirar. Quería tocarla, explorarla, saborearla… Quería que sus cuerpos se entrelazaran hasta la mañana siguiente.

Ella interrumpió el beso y le pasó la lengua por la mandíbula, hasta la oreja.

—Tienes una habitación en el hotel para esta noche, ¿verdad?

Habiendo perdido la facultad del habla, Zac consiguió asentir.


—Pues vayámonos.

Prólogo.

Vanessa Hudgens se colocó el diario de su tía en el regazo, curiosa y a la vez asustada por descubrir los secretos que albergaba. Había estado guardándolo durante meses, esperando el momento adecuado para leerlo, aunque en el fondo sabía que nunca habría un momento adecuado. Era el diario de su único pariente, su amada tía Ophelia, quien la había educado desde que era una niña y que había fallecido cuatro meses atrás.

Necesitaba aferrarse a ese pedazo de Ophelia, y aquél era un momento tan bueno como cualquier otro. Sin embargo, al imaginarse leyendo el diario se sentía como una fisgona. Su tía le había mostrado la parte de ella que Vanessa quería conocer, pero ¿y si el diario le revelaba otras partes que sería mejor dejar escondidas?

Vanessa no quería que la imagen de su mayor modelo se enturbiara, pero quería volver a oír la voz de Ophelia, aunque sólo fuera impresa.

La brisa sacudió las hojas de los árboles, recordándole cómo se había sentado de niña en aquel mismo cenador bajo las parras y buganvillas, imaginando que los árboles del jardín le susurraban, que las hadas volaban entre las flores y que todos sus sueños eran posibles.

Abrió el diario y una hoja salió del mismo y cayó al suelo. Era un pequeño pedazo de pergamino amarillento. Se agachó para recogerlo, desdobló y leyó el encabezado escrito a máquina.

Principios de la Liga de Mujeres Indecentes.

Un aluvión de recuerdos cruzó la mente de Vanessa. La mansión de su tía había sido el centro del pensamiento libre en la sociedad conservadora de Nueva Orleáns. Cualquier mujer que se sintiera atada por las restricciones sociales, que quisiera expresarse libremente o que se atreviera a desafiar los roles impuestos era bienvenida en la Liga de Mujeres Indecentes, y Vanessa lo había presenciado todo a través de sus ojos de niña.

Sentada en las rodillas de algunas de las pensadoras progresistas que habían labrado el futuro de las mujeres en América, había oído muchos de los debates intelectuales, de las discusiones sobre libertad sexual de las mujeres y de las lecturas de poesía que se alargaban hasta bien entrada la madrugada. Y por eso había crecido pensando que las tendencias vanguardistas eran algo normal.

Mientras leía los principios, se sorprendió de lo bien que podría seguir aplicándose en la actualidad. La tía Ophelia y sus amigas se habían adelantado a su tiempo, y todas las cosas que habían intentado hacer parecían de lo más revolucionarias, incluso desde la perspectiva moderna de Vanessa.

Volvió a leer la lista, y luego dobló cuidadosamente el papel y lo metió en el diario. Estaba demasiado nerviosa para seguir leyendo. Se sentía enérgica y excitada, no muy segura de lo que hacer con aquellos principios, pero completamente segura de que necesitaba hacer algo. Y su instinto le decía que iba a ser algo grande.

Algo revolucionario. Escandaloso. Indecente.

martes, 28 de febrero de 2012

Argumento.

¡Una aventura sexy era justo lo que ella necesitaba!
A diferencia de sus amigos, Vanessa Hudgens era capaz de cualquier cosa con tal de evitar el altar. La vida de soltera era demasiado divertida como para atarse a un solo hombre. El guapísimo Zac Efron era un buen ejemplo. Quizá fuera un poco puritano para Vanessa, pero sus increíbles besos revelaban una pasión oculta bajo su apariencia de buen chico.
Zac no solía tener aventuras… hasta que conoció a Vanessa. Aquella mujer era una tentación a la que nadie podría resistirse, así que Zac accedió a aquella aventura sólo con la intención de retenerla en su cama. Pero sus sentimientos no tardaron mucho en hacerse más y más profundos. ¿Cómo podría convencerla de que la mejor aventura era aquélla que llegaba después del compromiso?